Rubalcaba
dice que la desaparición de ETA ha sobrevenido al darle la espalda
su masa social batasunera, en lo que parece una abjuración. Siendo
bien pensados es una lastima que Rubalcaba carezca de la elemental
imaginación para pensar algo de sobras sabido: que para el
terrorismo la política es la continuación del terror por otros
medios. Eso es obvio o debiera serlo, tan obvio como que para ello
sigue contando con su masa social. Y no la arrastra o manipula, porque
tienen un vínculo característico de complicidad moral. En realidad
el terrorismo no es más que la ejecución de la máxima del
totalitarismo, según la que el miedo es el principal factor de la
política. Esta se reduce a la forma como los fanáticos acomodados
por una parte de la masa social acobardan al conjunto de la
población, los políticos que debieran estar enfrente y las
instituciones. Al tener éxito esa masa se siente heroica y se vincula más incondicionalmente con sus mentores.
Una
vez que el miedo y la intimidación son irreversibles, o cuanto menos
se precisa un cambio político radical para revertirlo, es lícito
pensar que el terrorismo ha triunfado. La intimidación es efectiva
si impera el estado, nada momentáneo, en el que quienes lo repudian,
de hecho o potencialmente, quedan paralizados o en estado de shock;
pero ya tiene una ventaja decisiva cuando cuaja en Síndrome de
Estocolmo. Es de temer que esto ocurre en el País Vasco, Navarra y
Cataluña. Pero también es de temer que la intimidación pasiva, la
paralizante, afecte no sólo a la población sino a la clase política
que se debiera oponer, hasta alcanzar al mismo Gobierno. Es parte esencial del ciclo.
Dejó dicho Pessoa, véase una exposición en el Reina Sofía que creo todavía está presente, que la estética de la guerra no está en las campañas y los combates, sino en la preparación. En este caso del terrorismo etarra, vale más bien que la “estética” está, ya está, en los trámites de su perpetuación por otros medios, mediáticos inclusive. No es entrante sino postre duradero.
Dejó dicho Pessoa, véase una exposición en el Reina Sofía que creo todavía está presente, que la estética de la guerra no está en las campañas y los combates, sino en la preparación. En este caso del terrorismo etarra, vale más bien que la “estética” está, ya está, en los trámites de su perpetuación por otros medios, mediáticos inclusive. No es entrante sino postre duradero.
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