Sobre
el caso “Manada” y Catalá.
Por
elemental cautela uno no se atreve a pensar que exista una campaña
del Gobierno para someter al poder judicial. Es más plausible que
los “arrebatos” premeditados de Catalá y Montoro sean una
reacción espasmódica comprensible por el estado de zozobra en que vive ya permanentemente el gobierno. Por mucha que sea la flema del
Presidente esto no se puede aguantar. ¿Cuál será el próximo
Clamor agitado por la Secxta que puede caer encima?
No
hay peor tortura que no poder dormir. Sin duda que el Gobierno es
consciente de su extremo desprestigio y no puede tapar su vulnerabilidad,
ni desconocerla. Por ser bien pensados, todo se enreda al creer que
perdido el PP se pierde España y que resiste como sacrificio por la
nación. Pero sea cual sea su
intención las invectivas de Catalá excitan la confusión en la que
se mueve el clamor popular ante el veredicto. En puro juego de
mezquindad política nada hay que reprocharle si eso es lo que
pretende, a la espera de los resultados.
Por
supuesto en este caso la indignación social responde a muchas
razones y hechos objetivos, pero eso no quita que no sean menos
manipulables por quienes manejan los resortes de la opinión pública.
La protesta ante el veredicto no ha hecho más que catalizar un
estado de justa sensibilidad ante los maltratos, violaciones y
asesinatos de mujeres. Pero respecto al movimiento levantado y
agitado es tan difícil distinguir entre la justa conmoción y la
manipulación populista, tan arduo como distinguir en el veredicto de
la Manada entre agresión o
violación y el abuso, una
vez que hay que meterse en la faena de ajustarse a estipulaciones legales más propias de sofistas.
La
invectiva
del ministro ha puesto en la picota al juez que ha propuesto
la absolución. Aumenta la tensión que indigna a la opinión pública
dando a entender que ese veredicto minoritario es el veredicto
oficial. Es como si dijera que en el fondo el veredicto oficial y el
minoritario son la misma cosa. Todo es lo mismo sino se dictamina que
hay agresión. La sospecha puede extenderse hasta el punto de que el
veredicto oficial estaría contaminado por tratar de conciliarse con
el veredicto minoritario del réprobo. Esto tendría sentido si
dicho réprobo se hubiera sumado pero no ha sido así. ¿Significa
eso, como insinúa la defensa,
que los jueces mayoritarios han hecho el apaño de recurrir al
“abuso” por no atreverse a la absolución?
No
tiene ningún sentido porque el razonamiento
del veredicto induce fundamentalmente a concluir la violación
y sus argumentos parecen alambicados para no llegar a ello. Si
algo parece es que les ha movido más el afán de no pasarse,
por
si acaso, ue
no
llegar,
como suelen hacer los liniers, disculpen la frivolidad, al pitar los
fuera de juego. Bien cómodo les hubiese sido sino plegarse a la
presión pública.
El
hecho es que la pulcra conciencia jurídica se encuentra inmersa en
un galimatías. Por buenismo seguramente los legisladores, Belloch y
Margarita Robles en este caso, introdujeron sutilezas bizantinas que
rayan con el sofisma matizando entre
agresión y abuso, o entre rebelión y sedición, violencia según
como, la coacción, la intimidación, la protesta legítima e
ilegítima, la insinuación, el mírame y no me toques o el tócame
pero según como etc, etc. En el
caso de “la manada” ¿como es posible que sea consentido un
acto que obedece al sometimiento “por superioridad”?. Sólo lo es
porque la ley entra en estas bizantinadas a mayor gloria del
ultragarantismo. Con lo que ya es sorna que los campeones morales y políticos del ultragarantismo legal
excitan a la opinión pública para expulsar a jueces que con menor
o mayor acierto tratan de ceñirse literalmente a este sistema tan
barroco.
Esta
mezcla entre bizantinismo casuístico y ardor público es demasiado
explosiva cuando entra en contacto. La opinión pública no es dada a
las sutilezas y ante el caso de que se hubiera dictaminado violación
o agresión y parecidas penas a las establecidas, me atrevo a pensar
que habría remitido la marea, o esta hubiera quedado muy desarmada.
Los jueces tiene que cargar con la complejidad del caso y la
artificiosa madeja legal, madeja tan confusa entre otros motivos
porque el legislador español teme más que se le tilde de riguroso
que de blando. Pero como la opinión pública/publicada es caprichosa
y no procede igual en tiempos tranquilos y confiados que en tiempos
malhumorados y vengativos, y funciona según ad hominem, no hay juez
que pueda dictaminar en paz ni saber por donde le van a llegar los
palos.
El
ministro, y el gobierno si no lo desmiente y reprocha por lo menos,
procede como si le conviniera ponerse al rebufo del Clamor, no a la
cabeza por más que quisiera, pues carece del indispensable caché
justiciero. En circunstancias tan procelosas se apunta a aparentar
que lo complejo es simple. Como los que publicitan que ante problemas
complejos, soluciones simples. En este caso una buena cabeza de
turco. Demasiada desesperación y, lo que es peor, se les nota. Como si
el pánico fuera ya estructural y no hiciera distingos. Pero se ha
traspasado una raya que no es nada sutil y que por mucho que sea el
pánico no admite justificación ni comprensión: la que resguarda la
presunción de honestidad, que no de acierto, de los veredictos
judiciales. En esto oficia el maledicente ministro de rastrero pícaro
tramposo. A sabiendas de que la opinión pública, por lo menos en
España, tiene la propensión a considerar que el presunto error de
los servidores públicos es producto de la deshonestidad, espera que
la desvergüenza le traiga sino votos al menos congratulaciones o
siquiera conmiseraciones, que por algo se empieza.
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