” ENTREVISTADOR :
¿Sigue de cerca el problema catalán? ¿Cuál es su opinión y su
diagnóstico?
HABERMAS : Pero realmente, ¿cuál es el motivo de
que un pueblo culto y avanzado como Cataluña desee estar solo en
Europa? No lo comprendo. Me da la sensación de que todo se reduce a
cuestiones económicas… No sé lo que pasará. ¿Usted qué cree?”
(El País)
Me atengo a este
breve fragmento, el asunto no dio para más pero es significativo.
Por supuesto qué menos que compartir el pasmo. Ahora bien…
No me atrevo a
enmendar a Habermas ni entrometerme en su discurso, pero como muestra
estupefacción ante los motivos del separatismo catalán seguramente
se acoge a lo más socorrido: “será una cuestión de dinero”.
Así la derecha se lo ha creído durante estos 40 años y ha podido
hacer el el avestruz sin asumir responsabilidades, que es muy fácil
gobernar diciéndole a la población que tranquilos, que no pasa
nada, salvo algo más de pasta. La izquierda es otra cosa: optó por
la colaboración estratégica con el nacionalismo para deslegitimar a
la derecha. La alianza política dejó paso a la simpatía cuando no
comprensión e identificación ideológica en no pocos. Para la
izquierda, la derecha, Franco, los ricos, la Inquisición el
genocidio y como no España son un “totus revolutus” que diría
el insigne. Si los males de España proceden exclusivamente de la
derecha parece obvio que las reclamaciones nacionalistas son en el
fondo justas mientras existiese la derecha “ilegítima”, o sea la
derecha como tal.
El que el
separatismo catalán no sea una cuestión de dinero sino de
fanatismo históricamente macerado, no impide que sea parte esencial
del imaginario separatista que “sólos seremos mucho más ricos”.
Lo que sorprende de la interpretación de Habermas es que no afronte
la enseñanza del nazismo. ¿Era cuestión de dinero? Seguramente una
parte de las masas secuaces así lo sentían y es obvio que sin el
crack del 29 no hubiera llegado a nada. Pero la motivación del
movimiento nada tiene que ver con la ocasión y ahora parece
demasiado clara a la luz de la historia cual era esa motivación para
no insistir sobre ello. Desde luego el supremacismo catalanista es de
mucho menor alcance, sólo es hispánicamente casero. Que Habermas no
siga la pista que lo liga al supremacismo racista nazi indica cuan
inconcebible es que en la Europa del bienestar, la opulencia y los
derechos civiles rebroten estos retoños maléficos. Pero una cosa
son las condiciones materiales y otras las pasiones latentes, el
fondo oscuro que se ha dejado cultivar, como entre otras cosas la
tragedia yugoslava demostró.
La incapacidad de
considerar el poder de las pasiones subyacentes que alimentan
cualquier demagogia es uno de los prejuicios más poderosos de la
izquierda que se tiene por heredera de la ilustración: que todos los
males e injusticias provienen de un sistema alienante y que las bajas
pasiones y los impulsos liberticidas son cosa exclusiva de los
siervos del sistema, es decir la derecha reaccionaria, (un pleonasmo
para los progres).
En el colmo de la
apoteosis los separatismos carpetovetónicos obtuvieron la unción
como progresistas y demócratas. Se lo debieran agradecer a la
izquierda hispana en el sentido más amplio, pero nunca lo harán por
eso de que Roma no paga a traidores. En cualquier caso el
desconcierto de Habermas no debe ser ajeno al reguero mugriento que
ha dejado durante tantos años este dislate ideológico.
El énfasis sobre la
contradicción que supone que un pueblo de elevada cultura prefiera
ahogarse en la endogamia espiritual y material bien nos devuelve al
pasmo que suscitaba que el pueblo más culto del mundo gozara en el
lodazal de la barbarie. Sin duda Habermas se habrá interrogado al
respecto un sinfín de ocasiones y no debe ser fácil contestar.
Incluso cabe preguntarse si la arrogancia por la superioridad
cultural alemana no contribuyó al éxito nazi. El hecho de que le
parezca anormal que a un pueblo culto como el catalán le pueda pasar
algo objetivamente parecido que a la Alemania nazi sin hacer cuestión
ni analogía de ambos casos se puede explicar porque considera que el
separatismo catalán se mueve más por la codicia y posiblemente por
errores de apreciación que por el fanatismo y el totalitarismo.
Estar ungido de demócrata y progresista tiene estas ventajas.
Es obvio que el
independentismo se justifica en la falacia de que sin Estado propio
la cultura catalana y con ello el pueblo catalán está condenado a
la desaparición. La verdad es que es cierto en parte, pero sólo si
se considera que la cultura catalana es ajena al conjunto de la
cultura española. Esto sólo se sostiene si se niega todo lo que hay
de común en mutua y múltiple sinergia. De la separación sólo
podría resultar una seudocultura jibarizada, que nada tiene que ver
con la cultura catalana.
Pero lo que para los
independentistas importa es alimentar la fiera que luego ya se verá.
Como la independencia sólo se puede justificar por una presunta
superioridad, no cabe tal superioridad sino comprende la cultura. Sin
embargo nadie puede desconocer que por mucho menoscabo que por todo
tipo de pagos reciba el valor de la historia de España, la
aportación cultural de España, incluida como parte de ella la
catalana, a la cultura universal es inmensa y difícil de discutir.
Contando además que trasciende de forma incomparable la aportación
que la cultura catalana puede haber hecho por sí sola, desprendida
de la del resto de España.
Hay que hacer
auténtico encaje de bolillos para sostener superioridad alguna ante
este hecho. Para consumo interno y de los que están a la que salta
en toda España, el mito de la presunta superioridad se ha
beneficiado de la propensión del progresismo español a impugnar la
historia de España como si esta careciera patológicamente de
familiaridad alguna con la libertad. Que el franquismo hiciera de la
retórica imperial uno de sus motivos favoritos de autolegitimación
viene que ni pintado para alimentar esta patraña. Pero como la
impugnación es lo que priva y constituye el verdadero legado para
demasiados, no es extraño que mueva a la incuria sobre el valor de
nuestra aportación cultural. De ahí a creer que lo que no merece el
amor de los suyos tiene que carecer de valor alguno, no hay más que
un paso. De hecho afortunado para el ideario separatista hay que
catalogar que el ciclo histórico de la exaltación autóctona de la
tradición cultural que fue la Renaixença coincidiera con el
cuestionamiento presuntamente regeneracionista de la historia
española. La historia facilitó que se pudiera dar ese paso sin
mucho que explicar.
Conviene no olvidar
por todo lo anterior que la imposición excluyente del catalán
trasciende el problema de la comunicación. Comprende el
desconocimiento y erradicación, si se puede, de la riqueza cultural
de España, porque sólo de esa manera se puede sostener que la
cultura catalana no está enhebrada con el conjunto de la española.
Por eso no se trata de que un pueblo culto se aparte del progreso
humano, sino que para hacerlo haya de desprenderse de unas vetas
esenciales de su fondo cultural y ofrecerse a padecer una culta y
unilateral autodesculturación.