Los
revolucionarios y revolucionaristas occidentales se encuentran
frente a algo insólito e inesperado: que existe la posibilidad de la
revolución en España. Es lo de menos cuan grande sea esa
posibilidad. Lo importante y casi increíble es que la posibilidad
exista, cuando ni en la teoría política contemporánea posterior ni
en las creencias que las sociedades se hacen de sí mismas, cabe tal
absurdo, al menos desde Mayo del 68 y desde la caída del muro. Pues
nada es por principio más incompatible con las sociedades del
bienestar y con las democracias asentadas que han hecho la
experiencia del totalitarismo nazi y comunista.
Dejando
aparte las revoluciones históricas, no tienen los revolucionarios
experiencias a las que agarrarse para orientarse. Lo más a mano es
la desmembración de Yugoslavia, la revolución bolivariana y hasta
cubana.. incluso las primaveras árabes. Todas tocan sólo de refilón
y cada una ofrece sugerencias, pero ninguna tiene que ver con lo que
puede ocurrir en una sociedad posmoderna del primer mundo y avanzada,
pletórica de tradición histórica y al amparo de la Unión europea.
Pero
la falta de referencias también estimula la imaginación y sobre
todo la fantasía. No se sabe con cuantas fuerzas se cuenta una vez
abierta la espita, pero basta que la oportunidad exista para tratar
de aprovecharla. Es lo que tiene lo insólito de que oportunidad tan
mágica exista. Los convocantes acaban creyendo en la magia.
Se
explica así que P. Iglesias asuma el riesgo extremo para su interés
yendo de la mano de los separatistas, con desprecio de la lógica y
del cálculo más elemental. Que prefiera calcular y manipular a
partir de la oportunidad, no sobre cuanta oportunidad se le presenta.
Su interés le aconseja cultivar la posibilidad de un Gobierno
Picapiedra y de nacionalistas, devorar y digerir al PSOE como una
boa, abrir un proceso constituyente para “reformar, es decir
derrumbar,el régimen del 78...etc
Con
mucho más motivo actúan los nazicomunistas catalanes. “¡Ahora o
nunca!”...aunque ya cuentan con que los “¡Ahora o nunca!” se
pueden repetir hasta que por fin suene la flauta. Es lo original de
los revolucionarios posmodernos, una vez que la han cogido el gusto a
la vida en Soviet y en Comité. En el fondo de su alma cuentan con
que pueden vivir así y hacer lo que sea con total impunidad, pero se
entusiasman creyéndose héroes ante el recibimiento que tienen
mediáticamente.
Para
momentos como este no sobra esta reflexión sobre el fanático
culto a la revolución, de K. Jarspers, a mi modo de ver el pensador
que, con posterioridad a la II Guerra mundial, más en serio y con más
profundidad se ha tomado el significado de la política en nuestro
mundo.
“Todas
las formas de rebelión comenzaron con una verdad. Por eso todas
ellas parecieron alzarse contra una misma cosa aparentemente fácil
de concretar, la mentira y la injusticia, y contra la vida engañada
en su conjunto. Pero sucedió que todas estas revoluciones, por su
parte se ahogaron espiritualmente en la vorágine de nuestro tiempo y
en los más banales engaños. Y la cuestión de la verdad o de la
mentira quedó desplazada y sustituida por la violencia.
La
nota predominante en la actitud de los revolucionarios fue el simple
placer de la “oposición”, el placer de la demolición como tal,
de la destrucción de la tradición, del orden, de los principios, la
agresividad en sí y la desfachatez de la propia confesión de los
desmanes de palabra y de obra. El placer del “nosotros” en la
comunidad de lo insustancial engendró de la nada la iliberalidad, la
intolerancia del no. Todo debe exterminarse excepto este “no”
mismo. <el entrecomillado es mío>
Cuando
la revolución se convierte en principio de vida y se tiene por lo
auténticamente verdadero y libre, el hombre cae en un estado de
ánimo sin “existencia”, y se sume en la cólera convertida en
costumbre. En esta atmósfera es donde actúan los fríos y
calculadores manipuladores y sedientos de poder por medio del terror.
La indignación, <subrayo>
primeramente emocional y libre, la utilizan aquéllos como un medio
provocado por ellos allí donde la necesitan, y la sofocan donde las
ocasiona dificultades.” (K. Jarspers. La fe filosófica ante la
revelación. 1962)
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