Ni
la manifiesta corrupción engendrada en la entrañas del sistema
nacionalista catalán, ni las mentiras flagrantes que han envuelto el
atentado, han despeinado un ápice a las élites y huestes que
persiguen el separatismo. Pero tampoco ha mermado el sometimiento de
la sociedad catalana potencialmente antiseparatista. Lo primero no
mueve a sorpresa alguna. Lo segundo debiera hacerlo.
El
separatismo ya es un movimiento de masas perfectamente cuajado, que
se atribuye el derecho moral sobre el Estado de Derecho, con la
ventaja de que carece de resistencias ideológicas y hasta ahora
legales. Las masas quieren unirse más de lo que están unidas y
expulsan o regurgitan para su engorde lo que se le opone o molesta.
No necesitan justificar su mala conciencia por ser cómplices de la
corrupción de su Govern y Partit, al consentirla, alimentarla, o
justificarla, porque no tienen asomo de mala conciencia. No les
parece ni bien ni mal, ni justificado ni injustificable. Es evidente
que existe y lo saben. Tampoco se lo ocultan. Lo asumen como si
hubiera caído un chaparrón en medio de la carrera. Corremos mojados
pero seguimos corriendo, ya se secará.
Cuando
uno, que teme que se le considere un imbécil, proclamaba en el
Parlamento que quieren una República catalana para acabar con la
corrupción, las masas ni se lo creen ni se lo dejan de creer. De la
misma forma que tampoco se lo creía o dejaba de creer el mismo
orate. Sólo por un prurito de honor, a la vista de la estupidez
proclamada, trató de apartar de sí el cáliz de la imbecilidad.
Estamos
en el punto en que lo que no mata engorda y, como ocurre en lo sueños
y en la magia, todo sucede de cualquier manera con tal de que sirva
para el efecto deseado. Como dejó dicho Kierkegaard, y por lo demás
es evidente, a nadie que vive de su ilusión se le puede disuadir con
razones. “A más” cuanto la ilusión más quimérica sea, se
podría añadir. (Por cierto quisiera aclarar. La quimera no es la
posible independencia, la quimera es que eso signifique bien alguno y
no conlleve una gran catástrofe).
Según
esto, es lícito pasar de la incongruencia de achacar a la corrupción
de “Madrit” todos los males y reclamar por ello la independencia
y buscar en la independencia la garantía de impunidad por la
corrupción propia. Instalados en el sueño no hay contradicciones.
La única lógica que en la contestación impera es que “ahora no
toca”. Es decir “nuestra” corrupción da igual que exista como
que no exista. En todo caso es un problema “nuestro”.
Pero
tampoco los antiseparatistas han reaccionado, al menos según la
ocasión lo pide y permite. El gran éxito histórico del separatismo
ha sido exorcizar de raíz cualquier atisbo de crítica u oposición
que pudiera poner en cuestión ya no las posiciones conquistadas sino
la tendencia general del movimiento. Aunque en su origen (tiempos de
la transición, Felipe Gonzalez..etc), no predominase una voluntad
decidida de buscar la independencia, más que nada porque las fuerzas
y la actitud de “Madrit” eran inciertas, los separatistas de
corazón, es decir nacionalistas en general, tuvieron la intuición
de identificar cualquier motivo de disconformidad que pudiera
atravesarse y cuestionar su presunta supremacía moral. Esta dicta
que la lealtad a Cataluña no sólo está por encima de todo, sino
que conlleva imperiosamente la deslealtad a España.
Por
esta y otras razones que no vienen al caso los ciudadanos
potencialmente ajenos al imperio nacionalista, al menos el sesenta
por ciento de los catalanes, han quedado anulados y diseminados
políticamente. Pero sobre todo intoxicados. Lo primero de todo es
ser “buen catalán”, es decir no contradecir al nacionalismo.
Aceptada de inicio la premisa de que el nacionalismo era una fuerza
democrática y de progreso, el espíritu antinacionalista se
refugiaba en ser de izquierdas y cuanto “más rojo” mejor,
pretendiendo así ser tan democrático y progresista como el
nacionalismo. Ser de izquierdas era la mejor forma de ser buen
catalán, pero no nacionalista. Durante un tiempo la población
hispanocatalana creía que estaba permitido ser leal a Cataluña y a
toda España a la vez(solidaridad se llama eso) y sin contradicción
alguna. El espejismo se deshizo y ahora hay que corroborar ser de
izquierdas con ser nacionalista en el sentido estricto de la palabra.
Tratando
de huir de esta fatalidad “los buenos catalanes y de izquierdas”,
que seguramente constituyen la mayoría entre la población no
separatista de la sociedad catalana, se han cobijado tras Colau y
Podemos. Parecía ante todo un aval de que se es buen catalán, cosa
incompatible con ser de derechas no nacionalista. Esperan caer
simpáticos a los separatistas y escapar a la vez de sus fauces. Pero
el Colaupodemismo se atiene sobradamente al guión que ya asumió el
PSC en su tiempo. Cree que la furia contra la derecha (del “Estado”
por supuesto) les exculpa de su escasa fe separatista. Cree que todo
lo cura un gobierno de izquierdas. En el Estado un gobierno de
izquierdas para acabar con la corrupción. En Cataluña un gobierno
de izquierdas a pesar de la corrupción. En Madrit la lucha contra la
corrupción es cuestión de vida o muerte y de justicia divina. En
Cataluña es cosa fea la corrupción pero luchar contra los corruptos
ahora “no toca” a mayor gloria de un gobierno de izquierdas. Es
el matiz diferencial entre Cataluña y “el Estado” desde la
perspectiva de “todas las izquierdas”.
Con
estos fines comunes todas la combinaciones son posibles. Resulta
secundario si el gobierno de izquierdas catalán sucede a la
independencia o la precede. También es secundario si es palanca para
el gobierno de izquierdas en “el Estado” o si un gobierno de
izquierdas “estatal” es el paso necesario para el catalán. Habrá
quienes se conformen con un gobierno de izquierdas sólo en Cataluña
y quienes lo quieran también para “el Estado”. Antes que
despejar esas dudas lo único que parece tener claro el
Colaupodemismo es que la colaboración con el independentismo no pica
y además es imprescindible. Por lo visto esto conforma e ilusiona a
las huestes de los “incorruptibles”, porque pase lo que pase
vendrá algo tan mágico como un gobierno de izquierdas,... o dos.
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