Sucedió
en varias entrevistas recientes y lo consigno, aunque el asunto sea
irrelevante.
A la
pregunta de qué pensaba hacer ante lo que se avecina con las
pensiones y el nada halagüeño futuro de la Seguridad Social, A.
Rivera respondió que había que gastar mejor, por ejemplo eliminando
las Diputaciones o metiendo mano a la economía sumergida.
A la
pregunta de qué hacer si los separatistas hacen el referéndum
desatendiendo la prohibición de los tribunales y saltándose la ley,
respondió que, en previsión, el Estado debía evitar que se celebrara y que tiene
instrumentos suficientes. Repreguntado si habría que enviar los
guardias para ello, respondió que como eso era lo que querían los
independentistas no habría que darles el gusto y que había que
pararlo antes..Repreguntado cómo...pues lo mismo.
Seguramente
Don Albert ya ha aprendido aceleradamente, con los sucesivos sustos
electorales, el ABC de la comunicación política española: que la
gente odia las mentiras tanto como teme las verdades, si se trata de
temas campanudos por supuesto. Pero también que a la gente le hacen
gracia las mentirijillas si son oportunas y agradece las
“verdadillas”, es decir la parte de verdad que nada cuesta. Rajoy
se ha hecho un maestro en lo que se denomina el “manejo de los
tiempos”, es decir del tramo que media entre las mentirijillas y
las verdadillas; y sobre todo de que no se le pille con alguna
verdad reprobable, ya que por otra parte parece incapaz de mentir.
En
el talante moral hay izquierda y derechas. La izquierda oficial y la
antisistémica tienen su verdadilla preparada para todo, si se trata
de problemas sociales y económicos: “que paguen los ricos”; la
derecha oficial, ya decididamente marianista, no se aventura tanto,
su verdadilla es más evanescente, una vez que no puede esgrimir eso
de “vamos a bajar los impuestos” y se conforman con “vamos a
ser serios y tener sentido común”.
A la
vista de los hechos Rivera ha debido tomar nota al ver como la nueva
ministra de Sanidad, tan incauta y bisoña, ha lanzado una verdad y a
renglón ha tenido que refugiarse tras la primera
metirijilla/verdadilla, que pasaba por ahí. Por supuesto a Don
Albert no le van, por muy tentador que sea el colegueo, las artes
podemitas de endulzar las grandes mentiras con candorosas
verdadillas. De su educación y, a pesar de todo, sentido del Estado
y de la nación, no cabe esperar efusiones lerrouxistas ni siquiera
en contra del separatismo y del podemismo. Su acomodación en el
diván de la metirijilla/verdadilla puede estar a la espera de que se
aclare el PSOE y se despiste Mariano. Por ver donde mejor se pesca.
Pero
claro el asunto de la independencia catalana ya tiene más o menos
fecha fija y no parece de caballeros responsabilizar a Rajoy de que
el Procés siga adelante, por no usar las técnicas del diván con lo
separatistas, como si de esa manera el cliente tuviera cura.
La
gente, que normalmente vive entre la mentirijilla y la verdadilla,
sabe en el fondo cual es la verdad y la mentira, pero es costoso
vivir con ello a la espalda día sí y otro también. Ante lo peor
que se avecina espera que quienes les cuentan los cuentos, además de
hacerles pasable la vida tengan un remedio oculto y desconocido. Que
el mundo es muy civilizado y las aventuras y las catástrofes son
cosas de película. Por eso en estos tiempos de zozobra también Don
Albert debe pensar que lo mejor es no hacer mudanza, es decir no
contar verdades. Que de hacerlo el crédito electoral con tanto
trabajo labrado puede perderse de un soplo.
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