viernes, 13 de enero de 2017

RIVERA POR LAS RAMAS


Sucedió en varias entrevistas recientes y lo consigno, aunque el asunto sea irrelevante.

A la pregunta de qué pensaba hacer ante lo que se avecina con las pensiones y el nada halagüeño futuro de la Seguridad Social, A. Rivera respondió que había que gastar mejor, por ejemplo eliminando las Diputaciones o metiendo mano a la economía sumergida.

A la pregunta de qué hacer si los separatistas hacen el referéndum desatendiendo la prohibición de los tribunales y saltándose la ley, respondió que, en previsión, el Estado debía evitar que se celebrara y que tiene instrumentos suficientes. Repreguntado si habría que enviar los guardias para ello, respondió que como eso era lo que querían los independentistas no habría que darles el gusto y que había que pararlo antes..Repreguntado cómo...pues lo mismo.

Seguramente Don Albert ya ha aprendido aceleradamente, con los sucesivos sustos electorales, el ABC de la comunicación política española: que la gente odia las mentiras tanto como teme las verdades, si se trata de temas campanudos por supuesto. Pero también que a la gente le hacen gracia las mentirijillas si son oportunas y agradece las “verdadillas”, es decir la parte de verdad que nada cuesta. Rajoy se ha hecho un maestro en lo que se denomina el “manejo de los tiempos”, es decir del tramo que media entre las mentirijillas y las verdadillas; y sobre todo de que no se le pille con alguna verdad reprobable, ya que por otra parte parece incapaz de mentir.

En el talante moral hay izquierda y derechas. La izquierda oficial y la antisistémica tienen su verdadilla preparada para todo, si se trata de problemas sociales y económicos: “que paguen los ricos”; la derecha oficial, ya decididamente marianista, no se aventura tanto, su verdadilla es más evanescente, una vez que no puede esgrimir eso de “vamos a bajar los impuestos” y se conforman con “vamos a ser serios y tener sentido común”.

A la vista de los hechos Rivera ha debido tomar nota al ver como la nueva ministra de Sanidad, tan incauta y bisoña, ha lanzado una verdad y a renglón ha tenido que refugiarse tras la primera metirijilla/verdadilla, que pasaba por ahí. Por supuesto a Don Albert no le van, por muy tentador que sea el colegueo, las artes podemitas de endulzar las grandes mentiras con candorosas verdadillas. De su educación y, a pesar de todo, sentido del Estado y de la nación, no cabe esperar efusiones lerrouxistas ni siquiera en contra del separatismo y del podemismo. Su acomodación en el diván de la metirijilla/verdadilla puede estar a la espera de que se aclare el PSOE y se despiste Mariano. Por ver donde mejor se pesca.

Pero claro el asunto de la independencia catalana ya tiene más o menos fecha fija y no parece de caballeros responsabilizar a Rajoy de que el Procés siga adelante, por no usar las técnicas del diván con lo separatistas, como si de esa manera el cliente tuviera cura.

La gente, que normalmente vive entre la mentirijilla y la verdadilla, sabe en el fondo cual es la verdad y la mentira, pero es costoso vivir con ello a la espalda día sí y otro también. Ante lo peor que se avecina espera que quienes les cuentan los cuentos, además de hacerles pasable la vida tengan un remedio oculto y desconocido. Que el mundo es muy civilizado y las aventuras y las catástrofes son cosas de película. Por eso en estos tiempos de zozobra también Don Albert debe pensar que lo mejor es no hacer mudanza, es decir no contar verdades. Que de hacerlo el crédito electoral con tanto trabajo labrado puede perderse de un soplo.

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