martes, 6 de diciembre de 2016

SOBRE LA REFORMA X DE LA CONSTITUCIÓN Y SUS CIRCUNSTANCIAS.


Tengo la impresión de que en el afán de reformar la constitución se cruzan dos clases de alientos.
Uno taumatúrgico, cambiar la piel y rejuvenecer.
Tiene un sentido providencialista e ingenieril a la vez. Providencialista en honor de nuestra tradicional catolicidad: nos encanta que haya una instancia indiscutible que nos protega; ingenieril como recompensa de nuestra incorporación a la modernidad: nuestra prosperidad depende de que todo este bien diseñado y mandado.
Al fin y al cabo la Constitución ha sido el santo y la seña de la nación y la justificación de la solidaridad colectiva, pero igual que se le pide todo, se la culpa de todo si algo no va bien. Al menos queda ese hueco y siempre hay chacales dispuesto a aprovecharlo. El sofoco político al que nos ha llevado la crisis, la corrupción y el imperio de la demagogia, ha empujado a quedar bien por encima de todo, y nadie que se precie puede quedar atrás en pedir la Reforma de la Constitución. Mano de brujo. Cuando no se sepa qué hacer dígase que hace falta el cambio y luego ya veremos. Ha sido tan grande la perturbación que hay que prometer grandes aventuras para volver a la normalidad. Vamos hacer sentir a todo el mundo protagonista de su destino y luego seguir tirando.

Otro enmascarador. Un atajo para objetivos más o menos inconfesables.
Hay de varias clases y una la importante. Los que aducen medidas pero para justificar lo primero, justificar la necesidad de reformar la constitución. (Por ejemplo la sucesión o la ley electoral) Seguramente hay razones para emprender esas reformas pero no se hace campaña de eso en concreto sino de “reformar la constitución” en general. Lo primero sería efectivo pero sólo lo segundo da empaque.
Un segundo grupo que querría reformarla para corregir los desaguisados. En concreto el título Octavo. Habría que reformarlo para recentralizar el Estado. Son pocos y mal vistos por quienes disponen del monopolio del ojo crítico. Pero de cambiarse algo sería la reforma que tendría más seguimiento, aunque no aprobación mayoritaria en la sociedad, encuestas dixit.
Una tercera, la importante, la que hace más ruido, la que corta el bacalao. Es clara por fuera pero de confuso batiburrillo por dentro. “Federalicemos España y esto se arreglará”. Claro como el agua, pero una vez dicho viene el batiburrillo.
Para unos eso significa racionalizar las competencias, definir con precisión las competencias de las federaciones y del Estado, comprometer a las autonomías (federaciones) con la parte alícuota de ciudadanía que les toca. Pensándolo bien nada que oponer y en algo se parece a lo segundo (recentralizar) por lo que a racionalización se refiere. Sería un bonito debate si hubiera lealtad y se buscara la eficacia…. ¿Pero?
Los que tiran del burro quieren que la reforma de una satisfacción definitiva a las nacionalidades históricas o a cualquiera que se postule como tal. Lo que se ha intentado en estos treinta años no ha sido suficiente. Haría falta un “derecho a decidir” más o menos camuflado y digerible. Por ejemplo decidimos todos primero que decidan los que quieran por separado, o bien que decidan primero por separado y luego decidimos todos. Sería la reforma de la “Claridad”. Lo único claro sería la instauración del principio de una soberanía fragmentada o de fragmentos de soberanía. Pues evidentemente con lo del “derecho a decidir” lo que está en juego no es el huevo sino el fuero. Los podemitas son más sinceros y visibles, como se dice ahora: hagámoslo con un proceso constituyente y de paso echemos a la monarquía.

Pasemos a los argumentos. Los federalistas/confederalistas proponen la primera opción y amagan con la segunda. Saben que de no controlarse la federación se precipitaría la confederación (los fragmentos soberanos). ¿Por qué entonces tanto riesgo? Los argumentos coinciden por ejemplo con los que trata de liderar García Margallo la negociación con “Cataluña”: a sabiendas de que a los separatistas una reforma u otra les importa menos que a un logsero saber latín,griego o español, hay que ganarse a los no separatistas. Claro que esto sólo tiene lógica y fundamento si una parte de los nacionalistas se ha apuntado al separatismo por confusión pero dejaría de hacerlo. ¿Les bastaría la gestión de la pasta y una declaración de amor? ¿Tantos son que tanto merecen?. Habría otros que son antindependentistas y además no nacionalistas, y además en el fondo y algunos en la forma, “españolistas” o “constitucionalistas”. A estos también se propone “que hay que ganárselos”. ¿por que de verdad las “nacionalidades históricas” reciben un trato injusto, tan injusto que requiere una revisión de los cimientos? ¿Por que no están convencidos de lo que sienten y piensan? ¿por que necesitan razones y motivos para no sentir la vergüenza de no ser separatistas? ¿porque por encima de todo hay ue ser elegantes?

Todos los vericuetos conducen a la reforma de la Constitución. Una vez que su “necesidad” domina el discurso político político, sólo falta pasarlo a la calle. Ortodoxia completa. Pero entre tanto está en juego el torneo de los campeones. Los “reformadores” están en la disputa por el honor de quien es el campeón de la reforma a la vista de todos, con independencia de quien la lidere prácticamente. Pero la disputa no dirime qué reforma es necesaria, quien es más necesario para la reforma X.

Ya se sabe una cosa es cual es el modelo de coche más seguro y otra cosa es el coche que tiene la imagen de ser el más seguro. En esas estamos y nadie puede apartarse.





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