domingo, 27 de noviembre de 2016

SOBRE LA HERENCIA HISPANA DE FIDEL CASTRO


Quizás la mayor aportación hispana (de España y de hispanoamerica) a la experiencia política de la humanidad haya sido el caudillismo y la guerrilla. En su origen el caudillismo bien pudo ser fruto del escaso fuelle que en nuestro mundo tuvieron las revoluciones liberales. 

En Hispanoamérica bien se puede poner en relación con la sugerencia de Julián Marías de que las naciones hispanas llegaron a ser Estados antes de madurar como naciones. En lugar de juego institucional disputa entre los militares por encabezar la nación. No fue la libertad sino el espíritu nacional a a palo seco el motivo de unión que los caudillos militares propagaron para conseguir la adhesión de la población. Así se crearon las naciones hispanas, o su sentimiento nacional, y no tanto por la inmediata independencia.

La guerrilla, que fue la salida de urgencia del sentimiento nacional herido, en realidad varios siglos herido y hasta avergonzado, cuando se derrumbaron las instituciones ante Napoleón, tuvo su traducción, ya cuando la historia se remansó y la sociedad se medió institucionalizó, en el permanente instinto anarcoide que nace de la desconfianza absoluta en las instituciones y los poderes públicos vigentes. Es como si una vez perdida la fe ciega en la Iglesia nada sea digno de crédito salvo la iglesia que es uno mismo. 

En Hispanoamérica surgió la figura del caudillo guerrillero. Si en gran parte se debe al caudillaje militar el nacionalismo que engendró la conciencia nacional de los pueblos hispanos, los caudillos guerrilleros engendraron las revoluciones sociales y antiimperialistas. Ni Pancho Villa, ni Fidel Castro fueron punta de iceberg de los movimientos sociales, sino su demiurgo providencial. (De hecho en Hispanoamérica los partidos tradicionales de los trabajadores apenas tuvieron incidencia y el necesario prestigio, tal vez hasta el Chile de Allende. Cuando la revolución el Partido Comunista era una pieza burocrática que gestionaba los sindicatos pero sin halo romántico alguno) Y lo del Demiurgo providencial no es una metáfora, es difícil comprender este fenómeno sin la fuerza de la fe en la providencia que hay en estos pueblos, aunque se transfigure en categorías laicas. 

El verdadero guerrillero sale como el pueblo del fondo oscuro de la tierra, se forma en las arriscadas lomas donde don Quijote purgaba por Dulcinea y arrasa la gran ciudad y el centro del poder como una plaga. Una vez vencedor, el pueblo lo venera como si fuera él mismo. Perón por su parte no fue, y sigue siendo otra cosa que un caudillo urbano encumbrado por la guerrilla virtual que es la demagogia. 

Ya vencedor, Castro acudió a la demagogia comunista para “legitimar” su caudillaje. Pero en este caso no bastaba. El comunismo en plena guerra fría venía como anillo para “institucionalizar” el caudillaje, convertirlo en sistema. Es ocioso preguntarse si los caudillos guerrilleros hicieron de la necesidad virtud o si ya estaban predispuestos a someter al pueblo bajo el yugo totalitario. Pero en nada se puede comparar a Castro y Guevara con Martí, en quien relucía el afán liberal y democrático. Estos guerrilleros comunistas se formaron, mejor o peor, con el desprestigio del sistema liberal que ha corroído a América Latina y a España, una vez que la denominada “cuestión social” concentró el foco de la política. Comunismo y liberación de Hispanoamérica del imperialismo yanqui significaba la misma cosa. Su verdadero éxito, del que ha dependido la fortaleza y presunta “legitimidad” de su poder, fue la forja de este mito. 

Y en este punto no cabe sino reconocer el patrón común de los pueblos hispanos, incluida la “madre patria”: la de que la verdadera libertad es la igualdad social (presunta justicia social) y que las libertades políticas o son un envoltorio de los privilegios de los poderosos o tienen valor sólo como medios para el logro de la igualdad social. 

Es curioso que la reclamación de la igualdad social empezó a extenderse ya en la revolución francesa como remedio a la pobreza y la miseria generalizada. La historia ha demostrado que los regímenes comunistas crean igualdad de miseria y pobreza, salvo para la nomenclatura. Los castristas han conseguido que gran parte del pueblo se crea lleno de dignidad por ser iguales y que con esa dignidad puede aliviar la miseria nuestra de cada día. 

Este mito nacional se retroalimenta del mito revolucionario que F. Castro y sobre todo este Santo guerrilero laico que es el Che ha difundido por el mundo. El comunismo cubano no sólo ha legitimado la voracidad del caudillo, sino que ha dado a los nostálgicos de la barbarie comunista y de la acracia irredenta, con independencia de edad, esperanza en el futuro de la revolución pendiente. 

Sin este éxito internacional, la Cuba comunista ya se habría ahogado de su propia miseria, por mucho que sea el combustible que le regalen sus retoños hispanoamericanos. Siendo España nación de mitos y quizás la nación de los mitos modernos, no podía por menos que dejar en herencia esta pulsión mitológica en quienes, a pesar de no quererlo, tenemos el mismo pulso y parecidas pulsiones.

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