Lo
más preocupante no son las declaraciones en sí, sugiriendo un aire de familia común entre el cristianismo y el comunismo, una generalidad
abierta a múltiples interpretaciones, sino lo que revela de falta de
conciencia y de sensibilidad hacia el daño que ha hecho el comunismo
a la humanidad y el que puede seguir haciendo.
No
se pueden comparar las ideas o las filosofías prácticas como meros
sistemas teóricos haciendo abstracción de su práctica histórica.
Cuando se revisó el stalinismo o el maoísmo se achacaban sus
atrocidades al culto a la personalidad o a errores personales, como
si los principios del comunismo pudieran llevar a algo diferente.
El
Papa y los teólogos de la liberación no quieren ver, o no pueden
ver, lo que hay de profundamente erróneo en el comunismo, en gran
medida porque interpretan el cristianismo a la luz del marxismo a
partir del supuesto erróneo de que el comunismo se alimenta de la
savia del cristianismo.
Sobre
esto hay escritos mares de tinta y se debe seguir escribiendo mucho
más, aunque sirva de poco, a la vista está. Me limito a sugerir dos
cosas: que si el mensaje de Jesús es el que Bergoglio le atribuye,
Judas se hubiera comportado como un idiota al traicionarlo; que no se
puede hacer abstracción de que la prédica de Jesús daba por hecho
la venida inminente del reino de dios y que el cristianismo se tuvo
que rehacer cuando esta expectativa se fue diluyendo.
Por
lo que al fondo de lo que Bergoglio plantea, el problema no es la
erradicación de la pobreza sino cómo hacerlo, o mejor cómo ir la
erradicando. Me temo que ni la ingeniería social ni la ingeniería
moral tienen la varita mágica, ni juntas ni separadas, y que
Iglesia, por muy presa del pánico que se encuentre ante la
secularización universal y su pérdida de influencia, tendría que
reflexionar más profundamente eso de “al Cesar lo que es del
Cesar, a Dios lo que es de Dios”, que es en gran medida la clave de
la identidad cristiana frente a otras religiones monoteístas, en lo
que a relación entre política y religión se refiere. Entre otras
cosas eso podría ayudar a la Iglesia desprenderse de los resabios
que le hacen creer que las relaciones económicas y políticas son
facetas de las relaciones morales y religiosas.
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