Cuando
escuché a N. Herrero Terreros actualizar la infausta pregunta
“¿cuando se jodió el PSOE, Zabalita?”, me volvió la sospecha
de que la esquizofrenia ideológica de la sociedad española no es
más que un eco de la esquizofrenia del PSOE, tanto que uno no sabe
si la España actual es un calco de su original el PSOE o si el PSOE
es la representación más fiel de la España mental y política que
se viene haciendo desde el siglo pasado. Es significativo que la
sensación de que algo está jodido y que ya se jodió, sin saber
como y cuando y por qué, venga de quien ha estado tanto tiempo en el
ajo y con notorio protagonismo, en su caso más como víctima que
como culpable.
La
vieja guardia socialista se escandaliza y sorprende como si hubiera
caído inopinadamente un meteorito, sin tener en cuenta que quizás
no estemos más que la descarga de una gota de agua fría con efectos
retardados, que se gestó cuando era su momento. La casuística que
ha conducido a un liderazgo descerebrado y a competir con el
podemismo puede ser inagotable y el origen perderse en la lejanía de
los tiempos de la historia de la denostada España, pero hay ciertas
encrucijadas que son evidentes, aunque hayan pasado y pasen
desapercibidas.
Subrayaría
sobre todo la fatalidad de que el fin del socialismo felipista
coincidiera tanto con la caída del muro como con los signos de
desfondamiento del modelo y del imperio socialdemócrata en Europa.
Esda coincidencia creó una gota fría, un desorden de ideas y de
orientación del que el socialismo español no se ha recuperado. Pero
como el socialismo marcó también el paradigma ideológico de la
España democrática desde la transición, la sociedad en su conjunto
se ha visto arrastrada y presa de la desorientación en los momentos
cruciales en que ha tenido que definir su identidad y su posición.
Me refiero especialmente a la salida al terrorismo, el desafío
secesionista catalán y la avalancha populista. Ha pasado de todo
pero no se puede decir que haya predominado la claridad y la
entereza.
Vuelvo
al origen. El fin del felipismo supuso también el cuestionamiento
del modelo legitimador del poder socialista. La transición se pudo
consumar en una democracia estable sobre la base de que
implícitamente el socialismo detentaba la legitimidad democrática,
puesto que la derecha tenía que purgar la sospecha de ser la
herencia del franquismo. Según el modelo felipista, el socialismo y
la izquierda en general no era una alternativa democrática sino la
alternativa democrática; la derecha una alternativa aceptable como
oposición y sospechosa si llegaba a gobernar. Se entendía que esto
duraría eternamente con el apoyo de la gran mayoría de la
población, por lo que las contradicciones potenciales del modelo
quedaban ocultas.
La
caída del muro destruyó los restos de la utopía comunista en
Europa occidental, lo que en principio era un tanto favorable a la
socialdemocracia. Pero al coincidir esto con los primeros síntomas
de agrietamiento del Estado de bienestar, también la
socialdemocracia tuvo que replantearse en parte su identidad. Visto
que no hay más horizonte que el capitalismo la disyuntiva era
reformar el capitalismo o reformar en el capitalismo. O lo que es lo
mismo, la política como lucha por crear una alternativa social o la
política como labor de alternativa de gestión de la sociedad. Si en
la socialdemocracia posterior a la IIGM dominaba el primer
planteamiento, la caída del muro sólo permitía el segundo. ¿Cómo
afrontarlo? Creo que en esas estamos.
La
coincidencia resultaba difícil de digerir especialmente en España
porque al quedar “descolgada” de las democracias occidentales
la sociedad española careció de las experiencias políticas propias
de estas, que implicaban la adaptación al capitalismo. Así cuando
se alcanzó la democracia y hubo que “pensar por sí mismo” la
inercia movía a volverse a los rescoldos de la tradición. Aunque no
se correspondiese a la nueva realidad de una sociedad a grandes
rasgos equiparable a las de occidente en lo económico y social, la
izquierda pensaba en clave de los años treinta en los puntos
esenciales: “sólo es verdadera democracia el socialismo”, “el
socialismo como modelo alternativo vigente al capitalismo”. Con
ello se daba pábulo al sentimiento profundo de que la derecha carece
de la necesaria legitimidad democrática, como si la identificación
con el capitalismo, en cualquier vertiente - liberal,
consevadora….-fuera parte de la ascendencia franquista.
Estos
prejuicios anacrónicos tan arraigados quedaban en sordina y no
operaban al prevalecer la satisfacción que daba el gobierno y sobre
todo la posibilidad de capitalizar los progresos económicos y
sociales que se gestaron en la etapa socialista. La existencia de una
dirección socialista justificaba suficientemente la prosperidad en
una sociedad capitalista. F. Gonzalez sintió la necesidad, por
intuición e instinto, de modificar la mentalidad más atávica, pero
no tenía la claridad suficiente para conseguir que la izquierda
sociológica se identificase con un discurso realista y abierto al
pluralismo. De esta forma las fuentes del cainismo permanecieron
cegadas pero sólo mientras duró el éxito. Bajo la superficie de la
arena política cotidiana subsistía un cenagal que políticos
incompetentes o delirantes podían explotar en el momento oportuno.
Bien
por la ignorancia y la fuerza de sus prejuicios, bien por miedo a
reflexionar o bien por la comodidad que supone gozar del monopolio de
la legitimidad democrática entre una gran mayoría de la población,
las élites socialistas han preferido seguir la inercia, como si su
modelo no estuviera en crisis. Aparentemente el modelo se les
resquebraja por el costado de la radicalidad. En cierta forma los
podemitas no significan otra cosa que la radicalización de las
premisas originarias del socialismo; aunque en las filas socialistas
predomine por ahora la idea de que el podemismo es un estímulo para
la izquierda y un compañero de viaje con el que merece la pena
competir en su terreno, ¿puede persistir el socialismo si no es un
agente positivo en el “centramiento” ideológico de la sociedad
española? Entendiendo por centramiento que exista una cierta
coherencia entre la realidad que se vive y la realidad en la que se
pretende vivir.
Y lo
que es peor ¿puede centrarse la sociedad española sin que se centre
el PSOE?. ¿Podría por el contrario significar la desaparición del
PSOE una oportunidad para que la sociedad española se centrase? Pero
tal vez estas preguntas sólo tienen que ver con la teoría y no con
la práctica. Es decir con el horizonte de una gran período por
venir y no con la inmediatez del gobierno a formar o bloquear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario