“¿Por
qué tienen tanta rabia y odio?”... “y a nosotros también” le
faltaba decir al atónito Felipe Gonzalez. Y Sanchez remataba con
algo parecido a esto: “¿pero como es posible, si estamos tan
próximos ideológicamente?”. Ha sido muy cómodo jugar a
patrimonializar los valores democráticos, poniendo a la derecha bajo
cuarentena, tildados de los herederos del franquismo, y a la idea de
España en el desvan, abandonando los simbolos nacionales
constitucionales y el valor de la unidad nacional, para que nadie
tilde a la izquierda de compartir nada con los “fachas”. Un
imaginario colectivo basado en la idea de un país dividido entre
demócratas y “fachas” ha sido el perfecto caldo de cultivo del
podemismo ya declaradamente frapero. Todo esto salta a la
vista.
¿Pero
por qué tiene tanto seguimiento el podemismo en gentes de clase
media acomodada e “ilustrada”? Algunos dicen que forman con los
estudiantes el grueso de su electorado. No los currelas de toda la
vida, ni los socialmente excluídos que sufren los embates de la
crisis. Habrá infinitas razones y seguramente ninguna suficiente,
pero es interesante seguir la pista de una idea de I. Berlin
(Rabindranth Tagore y la conciencia de nacionalidad). Dice
refiriéndose a la revolución francesa y rusa:
“Los
revolucionarios de los siglos XIX y XX eran, en no pocas ocasiones,
hijos de hombres competentes y hechos a sí mismos, que habían sido
excluídos o rechazados socialmente, o se encontraban en situación
vergonzante o falsa en la jerarquía de su tiempo...” Para luego
añadir: “El orgullo y el sentimiento moral pueden, y logran,
pesar más que el interés material (subrayo):<
en la Rusia del XIX> los hijos criados con sentimientos liberales
importados de Occidente, tendían a simpatizar con, y con frecuencia
se lanzaban con pasión al movimiento revolucionario, que se dirigía
frecuentemente no sólo contra el orden político, sino también el
económico por el que sus padres capitalistas
habían luchado tanto tiempo”.
Por
supuesto las circunstancias históricas no tienen que ver. No hay
revolución pendiente como no sea la del regreso a la barbarie.
Tampoco el público podemita del que hablo son hijos que se vuelven
contra sus padres, porque en gran parte piensan lo que estos no se
atrevían a pensar, pero querían pensar. Pero es cierto que :“El
orgullo y el sentimiento moral pueden, y logran, pesar más que el
interés material ..”
Si
algo ha arraigado con fuerza y sobre
todo lo demás en estos sectores de extraccion liberal y profesional
es la creencia en la
superioridad moral de la izquierda y por tanto de ellos mismos. Es
la creencia de que quienes no comparten sus ideas o están contra
ellas carecen de verdadera legitimidad pues sirven a lo más
despreciable. Pues creen que
no sólo tienen mejores ideas sino valores superiores que nadie más
que la izquierda puede compartir. Así
la sociedad se divide entre los decentes, que es la “gente” y los
indignos y corruptos, los
inferiores moralmente.
<Conviene
precisar: no es una idea de la izquierda europea en general sino muy
específica de la izquierda hispana de España y también
hispanoamérica, por si
alguien pone enduda las raíces comunes.
Pero
también hay una cierta diferencia entre estos sectores
intelectualizados a su manera y próximos o primos del podemismo y la
izquierda sociológica
tradicional, diferencia que
aún explica las reservas de las bases de siempre de IU hacia
Podemos. El votante sociológico de la izquierda suele vincular su
voto a la expectativa de una mejora social que le resultará
benefiosa personalmente, porque une su beneficio al de su clase o lo
que entiende que es su clase. Pero el votante “ilustrado” no lo
asocia a una mejora de su posición personal en materia económica
sino a su poder político e ideológico en la sociedad, lo ejerza
personalmente o por delegación a los suyos. El
que esto sea así puede
resultar paradójico si
tenemos en cuenta que en gran
parte no dudan de que su comodidad no está en peligro, mientras
creen ciegamente en que
vivimos en permanente “estado de emergencia social”. La
contradicción se soslaya al hacer abstracción de su status
personal, como si fuera ajeno a la marcha de la sociedad y a las
oportunidades y ventajas que esta les ofrece, como a millones de
ciudadanos. ¿Pues no son superiores moralmente porque, ellos sí y
sólo ellos, son sensibles sensibles a los sufrimientos de los
desheredados qe sería la inmensa mayoría de la sociedad?>
Aclarado
esto sigamos.
La
novedad que presentan los propodemitas es que no tienen su
presunta superioridad por un
atributo, sino por la
verdadera identidad. Su
identidad. No aspiran a ser
superiores moralmente sino a que se les reconozca socialmente su
superioridad moral.. Y
esto significa que además de marcar las reglas de lo decente e
indecente, de lo que es democrático y lo que es facha, en el
escenario ideológico, el sistema político exprese esta
superioridad, negando su derecho a los que por
su despreciable interés están
en inferioridad moral.
La
revolución podemita se presenta como una restitución del orgullo
herido de quienes se sienten superiores moralmente, pero
que han sido marginados por la casta.
Les mueve, como a muchos
ciudadanos de toda creencia y posicion, la repugnancia que produce el
anquilosamiento y aborregamiento de la vida política y de las élites
políticas, cuyo lema
es:
“nada de lo que se debería
decir se puede decir”. Pero
para los seguidores podemitas estos corruptos no sólo arruinan el
país sino, lo que es más grave, desprecian a quienes podrían
salvarlo, los marginan de la verdadera trama del poder. .
La corrupción y la
incompetencia no expresa sólo la codicia de los ricos y poderosos
sino el desprecio a quienes son superiores moralmente. Y eso es lo
que les indigna,
que aprovechándose de su “buena fe” y tomándolos por
“gilipollas”, hayan procedido al saqueo. Por
eso: “No
nos representan”
Lo
malo es que parten de tener razón. Se comprueba en este caso una de
las consecuencias, escasamente advertidas, de la atrofia de la vida
política, de la paralisis del sistema circulatorio por el que fluye
la savia que comunica a los dirigentes y los ciudadanos. Me refiero a
la simplificación y empobrecimiento de las ideas que soportan los
ideales y los valores, la incapacidad colectiva de diferenciar el
gato de la liebre. Y cabe
achacar a la fragilidad de la condición humana
que estén las clases “ilustradas” tan propensas a dejarse
engatusar, con tal de creer que, “ahora sí”, el mundo estará a
la altura de sus nobles motivos.
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