Consumado a lo que
parece, el acuerdo de Pedro y Pablo y todas la mareas, España va a
ser por fin el laboratorio de un doble experimento complementario: el
injerto del totalitarismo en un país occidental desarrollado y en
buena medida, comparado con el resto del mundo, opulento, así como
democrático; la fragmentación nacional. Inopinadamente la formación
de un gobierno para la independencia en Cataluña despejó el camino
al quedar sin efecto a corto plazo el banderín de enganche del
referéndum postulado por la Sra. Colau, condición por la que no
podía pasar Pedro. Los separatistas socios de Podemos pueden por su
parte esperar, si tienen un mínimo de sentido de su interés, a que
el Procés triunfe y así tener el camino más expedito sin necesidad
de poner encima hasta entonces sus reivindicaciones.
Pedro pudo así solicitar
a Pablo sin que este pudiera resistirse, en caso de que alguna vez se
le hubiera pasado por la cabeza hacerlo. Si lo hiciera Pedro podría
responsabilizar a Pablo del fracaso de la formación de un “gobierno
de progreso” cuando estaba en su mano.
Para atreverse a esta
irresponsabilidad Pedro se sabe líder de unas bases y electorado
cuyas motivaciones tienden mayoritariamente, o al menos en los que
más cuentan, a converger con las de los podemitas, después de años
de radicalización. Y esto ante la sorpresa y alarma de los, cada vez
menos, compañeros veterotestamentarios, que se encuentran de sopetón
con las cerraduras de la Casa del Pueblo cambiadas. Poco importa si
este atrevido líder que les ha tocado ya estaba convencido de
siempre de las virtudes del largocaballerismo rampante o si
simplemente ha ido intuyendo que ese es espíritu mayoritario de los
suyos.
Pero quien tiene más que
ganar es Pablo. Seguramente no sabe como crear un régimen
totalitario en una democracia ya aparentemente consolidada y cual
puede ser su articulación y estructura. Todo es demasiado nuevo e
inédito. El modelo chavista sirve pero relativamente porque no
depende esa nación del club de las democracias activas como España.
Pero el montaraz tiene bien claro que lo quiere conseguir y que se
presenta ahora la única oportunidad que le va a deparar la historia.
Ha visto que no tiene sentido esperar a sobrepasar al PSOE, cuando
ahora lo puede atenazar y hasta ir fagocitando.
Igual que los podemitas
han demostrado su capacidad de dominar la calle y los medios, ante
una sociedad y clase política de siempre panfilizada, se tienen que
sentir sobradamente capaces para dominar los nudos de la
administración y de los poderes fácticos desde el poder. Al fin y
al cabo ese es su instinto natural. Ante esto, si Pedro trata de
competir en radicalidad, como Mas con los independentistas, acabará
subordinado y sometido. Si intenta marcar distancias presentando una
cierta ortodoxia puede acabar el PSOE reventado, ocupando por fin
Podemos su lugar.
Creo que el programa pasa
a un segundo plano ante el objetivo prioritario que es dominar la
opinión pública de izquierdas. Ésta, tan proclive al fetichismo,
disfrutará si se ajusta cuentas con la derecha y se aplastan los
símbolos de la “vieja política” con un trabajo intenso de
“reeducación del pueblo”. Cómo tantas veces ha ocurrido al
dominar la izquierda, ésta se conformará si el caos económico se
puede disimular y no les parece irreversible, siempre y cuando se les
convenza de la necesidad de sacrificarse “por el cambio”, igual
que han hecho los separatistas que han convencido a su población de
que merece la pena sacrificarse por la independencia. En este punto
lo más probable es que Pablo sigue el ejemplo último de Chipras y
trate de bandear la marea lo mejor posible.
Siempre y cuando consigan
evitar, o al menos controlar, “daños colaterales” como el
corralito que se cierne o la rebaja brutal de las pensiones, el mayor
peligro para que estalle el tinglado será la marcha del Procés. En
torno a esto, para hacerlo digerible se concentrará toda la
ingeniería de la reforma de la constitución. Sin comerlo ni
beberlo, mitad por vanidad y seducción, mitad por despreocupación y
abulia, a los españoles se nos va a someter colectivamente a
Régimen, quien sabe si para quedar anoréxicos y anoréxicas, pero
gozosos de nuestra línea.
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