La estrategia marianista
ha sido esperar que el soufflé catalán se desinflara por sí solo.
Su manera de ver le llevaba a creer que todo era un soufflé, pero
también el miedo a que fuera en serio le hacía agarrarse a su
creencia como a un clavo ardiendo. El miedo a tener que actuar se ha
enmascarado con la apelación a la estricta aplicación de la
legalidad, cuando precisamente los sediciosos se hartan de vulnerar
la legalidad, siguiendo la táctica de los hechos consumados.
En el momento que esto
quedó manifiesto Rajoy apeló a la aplicación “proporcional” de
la ley, dando a entender que se haría cuando conviniese y sin que
eso acarrease problemas ni molestias. Porque tanto es su temor a la
reacción que la aplicación de la ley pudiera provocar entre las
masas secesionistas, como a que los españoles le achacasen las
molestias que la “confrontación” les podía acarrear.
Ante ello la alternativa
del gobierno, ahora en funciones, es “tranquilizar” y reducir el
asunto a una cuestión estrictamente jurídica sobre la que deben
entender en cada caso los expertos y los tribunales. Se presenta así
el Estado de Derecho como una maquinaria que funciona automáticamente
asegurando el cumplimiento de la ley sin necesidad de que haya una
voluntad política que lo mueva, o con independencia de que esta ande
acertada o desacertada.
En el momento que la
secesión es manifiesta y la vulneración de la ley declarada y
proclamada, la única razón para no aplicar la ley y suspender la
autonomía por ejemplo es que se carece de fuerza para hacerlo,
porque ni la parte de la sociedad catalana que debiera apoyarlo se
atrevería a hacerlo, entre otras cosas porque no puede sacudirse la
confusión, pero ni tampoco el grueso que haría falta de la opinión
pública española.
Esta sigue creyendo en
conjunto que el problema catalán no va en serio ni es peligroso,
mientras al grueso de la izquierda, casi mayoritaria y con dominio de
la calle y de los medios, lo único que le preocupa es la venganza.
Así las razones del miedo y la oportunidad se enmascaran todavía en
la falsa apelación a estricta aplicación de la ley. El español
medio se mueve entre una disyuntiva mental: o bien la ley es siempre
negociable según el caso y la oportunidad o bien la ley lo ampara
todo incluso su vulneración.
Ahora en concreto no hay
razones jurídicas para no aplicar la ley, es más en estricta
técnica jurídica no suspender la autonomía es un acto de
prevaricación. Las razones para no hacerlo de momento son pues
políticas, y seguramente sería inconveniente hacerlo ya por las
razones apuntadas, pero no se puede decir y hay que hacer filigranas
retóricas que nos permitan a todos estar a gusto bien engañados.
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