martes, 8 de diciembre de 2015

¿EL PROBLEMA SON LOS PROFESORES?


El profesor Marina tiene el mérito de hacer visible la gravedad del problema de la educación y la necesidad de afrontarlo de verdad, pero me temo que se equivoca en el diagnóstico, al pensar que la causa es la escasa competencia del profesorado y la endeblez de los métodos pedagógicos o de la administración de los centros.
Cierto que no existe una adecuada formación de la capacitación pedagógica, que los sistemas de selección del profesorado son muy deficientes, que lo mismo para la actualización didáctica, o la carrera y la motivación profesional. Hay mucho que corregir y mejorar, pero nos equivocamos si creemos que esto ocurre en una medida muy diferente a otras profesiones, cada una con sus singularidades.
Cierto que el trabajo de la enseñanza es muy delicado y requiere algo de arte, además de buena artesanía y profesionalización, pero en ningún otro trabajo la eficacia del mismo está tan inmensamente comprometida por las “condiciones ambientales”, las instituciones y la actitud de la sociedad. Por encima de cualquier otro, este trabajo requiere sobremanera que las circunstancias sean propicias.
Este es a mi modo de ver la madre del problema. En nuestro caso la labor docente se realiza en una tierra baldía o bastante yerma y esto se sigue, a lo que parece, sin afrontar, y lo que es peor sin percibir.
Es la tierra yerma de una educación devaluada, porque por sistema está regalada.
No para de decirse que hay entre un veinte y un treinta por ciento de abandono escolar antes del bachillerato. Pero esto es la punta del iceberg. El nivel medio, se rebaja para que sea fácil llegar a la nota y aún así buena parte de los que aprueban no alcanzan ese nivel ya rebajado. Únicamente, y hablando en general, no pasan las calamidades, pero estos si tienen constancia acaban pasando, sin dejar de ser una calamidad.
Los profesores pueden tener la culpa o su parte de culpa, pero los padres y la administración, sea la que sea, ejercen una presión, que puede ser decisiva, a quienes suspenden “más de la cuenta”. Es una presión que aunque no se ejerza caso por caso planea incansablemente. En todo caso se sabe que el problema no es ser licenciosos con el aprobado, sino rigurosos. Claro, unos enseñan mejor otros peor, pero ya se toma por obvio que a muchos suspensos mal profesor, lo que no está tan claro.
El pueblo español apenas está empezando a rectificar la errónea creencia de que los títulos superiores habilitan de por sí para el futuro profesional y que los medios son índice de una menor valía y competencia personal. La devaluación de la formación profesional, hasta convertirla en una especie de reserva para los desesperados, se acompaña de la correspondiente devaluación de las enseñanzas medias y de la Universidad. Todavía muchos sociólogos y expertos psicopedagogos consideran meritorio que la mayoría de la población tenga estudios superiores, como si fuera sinónimo de preparación y de oportunidades. Así como de la misma forma se da a entender que la enseñanza profesional o de grado intermedio no es tan valiosa. 
Pero en el mundo que estamos lo que cuenta es la calidad de la formación y el equilibrio entre ésta y la potencialidad del sistema productivo. Cierto que nuestro sistema productivo, poblado de pequeñas empresas de escasa cualificación, favorece poco una sana conexión con el sistema educativo, como por ejemplo ocurre en Alemania, pero aun así se pueden construir puentes entre ambos.
También hemos renunciado a acreditar la enseñanza media, convirtiéndola casi en un mero trámite para la Universidad. Aun así, lo único fiable de nuestro sistema educativo es la selectividad, no porque esta sea especialmente rigurosa y acertada, sino porque su simple existencia ya obliga a que el curso de acceso funcione en alguna medida, rompiendo la inercia acomodaticia de todos los cursos anteriores.
Es un gran error por ello fiar la mejora de la enseñanza a la habilidad y competencia personal de cada profesor en su clase, pues la labor de éste está sometida a la presión, invisible pero bien efectiva, que sufren las paredes del aula. Los jóvenes no van a apreciar la cultura y la preparación, en general por el esfuerzo que haga el profesor, esto sólo llega a unos pocos, a no ser que el profesor sea un mago, sino por los incentivos externos. Si estos no son poderosos el joven se acomoda y el profesor se acomoda a esa comodidad. Un incentivo elemental es que la educación tenga valor, que la preparación, sea para la vida o para la cultura, sea de verdad y no un simulacro con el mismo valor que un billete de lotería.
Además de este ninguneo a la formación profesional y la banalización de la enseñanza media, la señal más evidente de cuan profundos son los errores que atenazan a la sociedad y por ende a la clase política e incluso a la intelectualidad es el pavor que despierta la mención de la reválida. Igual que la palabra selectividad es uno de los tabús más aborrecidos del imaginario social.
Seguramente porque se tiene por un peligro para el logro de lo único que se pretende, un título de prestigio. O porque a esto se añade la mentalidad igualitarista que nos paraliza, especialmente a los presuntos beneficiados que son los más desfavorecidos. Estos son lo que primero perciben lo devaluada que está la educación y que esta "no sirve para nada", razón por la cual no encuentran por ahí ninguna vía de mejora, ni motivo para esforzarse y abandonan por su cuenta a la primera oportunidad.
Pero dejando al lado las causas es obvio que sin reválida, sin un control con pruebas que organice o regule el Estado, no hay garantía alguna de que las notas sean reales y de que todos los estudiantes estén medidos por el mismo rasero y accedan al nivel superior con la formación que necesitan. Y es evidente que sin ello tampoco hay modo de empezar a medir el rendimiento del profesorado, ni este puede contar con una referencia mínimamente objetiva de su labor.
Me sorprende que, yo sepa, nada de esto le parezca problema al Sr. Marina y que cuando se proponga el pacto de estado como gran solución nadie se atreva hacer ver a la sociedad que si la educación no vale los títulos valdrán todavía menos.
Dicho lo cual, respetando siempre la gran complejidad del problema de la educación y la autoridad que a este respecto se merece el Sr. Marina. El simple hecho de conseguir que la problemática educativa no sea sinónimo de las clases de Religión, las inversiones y los medios, o el cheque escolar ya sería un gran avance.
Por supuesto la “dimensión territorial” y la enseñanza de la historia común es otro problema de grueso calibre, pero también es bueno no mezclarlo con lo anterior.

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