El problema de Rajoy no es tanto su
tancredismo sino su concepción paquidérmica y paternalista de la
política, de la que aquello es un llamativo reflejo. Y habría que
preguntarse como es posible un tipo de liderazgo así en un partido
político aparentemente moderno. Si la política fuera lo que Rajoy
se imagina que tiene que ser, su balance sería aceptable o pasable,
aunque mejorable, habida cuenta de lo ásperos que son estos tiempos.
Pero no quiero tratar de ello en este punto. Me quiero fijar en que,
desde su concepto, puede presumir de que su aval es la competencia,
pero haría bien en ir haciendo los bártulos por incompetente para
manejarse ante lo que la política es verdaderamente, por lo menos en
parte, aunque no fuera lo que tienen que ser. Concibe la política
de forma análoga a la de quienes todavía piensan que el matrimonio
de los hijos es negocio de los padres, que para eso entienden y
tienen experiencia de la vida. Se ha tomado literalmente la expresión
de que la política es la gestión de la “res publica” y quizás
sin ser consciente de ello quiere emular al filosofo rey de Platón
que debía, según el padre del pensamiento occidental, gestionar los
asuntos públicos sin más necesidad de dar cuenta que a su
conciencia. Que para eso estaba dotado del conocimiento preciso,
igual que un médico se encarga de los enfermos por su preparación y
destreza. Así la política sería un negociado de asuntos comunes
que hay que resolver y si se puede explicar. Pero está el factor
humano, el hecho de que el político actúa por representación, cosa
que no le ocurre al médico, ni al arquitecto, ni al jefe de
cualquier negociado. La opinión pública resulta para la mentalidad
paternalista, o simplemente para quien no reúne las dotes por lo que
sea, un molesto intruso del que sólo cabe esperar ruido al
manifestarse, o todo tipo de perturbaciones e incomprensiones. Pero
Rajoy es muy tenaz especialmente en su convencimiento de que a pesar
de ello y con estas veleidades, la gente en el fondo piensa como él
y se rige por el sano sentido común, de modo que al final de tanta
travesura, cuando ya se hayan muchos desfogado y en la hora de la
verdad, la gente dejará de jugar con las cosas de comer. Pues tan
cierto que no sólo de pan vive el hombre, lo es que los asuntos
espirituales pertenecen a otros negociados. Se le olvida sin embargo
que también de política vive el hombre en nuestros días.
Se confunden los términos cuando todo
se reduce a un problema de comunicación y de pedagogía. Con estos
términos se camufla lo importante, la falta de liderazgo. Esta falta
tiene que ver sin duda con la personalidad del líder pero es parte
de un sentido burocrático y funcionarial de la política común a
nuestra clase política y de la partitocracia, y que en la derecha se
agrava por su complejo proverbial ante la izquierda. Estamos pues
ante una concepción del liderazgo que supone que este se ha de
ejercer pero sin que se note, como se supone que debe ser un buen
arbitraje en un partido de fútbol. Más allá de la componente
psicológica subyacen varias ideas motrices: Que el status quo
montado desde Aznar es inmutable tanto en la configuración de
fuerzas como en la disposición de la sociedad, de modo quei si
alguna vez las aguas se desbordan ya volverán a su cauce; que la
derecha sólo puede ganar no perdiendo; que al público más que
convencerlo, no hay que molestarlo ni alarmarlo. La experiencia del
Proces es sintomática. Rajoy nunca ha creído que Mas pretendiera
liderar la independencia en serio, mientras que la salida de la
crisis y el aislamiento internacional desinflarían el soufflé por
sí solo. Aunque para ello no debiera mostrar celo alguno en hacer
cumplir la ley una vez que la dedicación al Golpe de Estado de las
instituciones catalanas era vevidente. Y cuando la única alternativa
que proclamaba era el cumplimiento de la ley. Puede alardear de que
su proclama general de que no pasa nada, ni puede pasar nada, haya
tenido efecto, pero sólo el esfuerzo movilizador de C,s ha evitado,
por ahora, la catástrofe, cosa que nunca reconocerá ni comprenderá.
La complejitis y el sentido
burocrático de la política pueden ser el abono de un
acomodacionismo que se traduce en el descuido del tablero político,
la extremada dificultad para evaluar las fuerzas en juego,
identificar correctamente el adversario y comprender lo que más
duele, y prever las tendencias en la opinión pública. Así cuando
se tienen estos hábitos lo importante no es tanto el fortalecimiento
propio sino el debilitamiento del adversario cogiéndole en sus
aparentes contradicciones. Se ha engordado a Podemos para dividir a
la izquierda, pero a costa de poner al sistema entre la espada y la
pared. Se está a la espera de la complacencia caritativa de los
medios dominantes a cambio de endulzarlos y adularlos. Cierto que
coincide con la izquierda en ser ambos puntillosos en extremo. Pero
mientras la izquierda lo es porque domina el arte de sacarle punta a
todo lo que haga la derecha y no da puntada sin hilo, la derecha
marianista lo es por pasar de puntillas por todo, no sea que pueda
pisar algún charco. Es como si unos estuvieran formados por el
Lazarillo de Tormes y los otros por el Padre Coloma.
No es fácil adivinar cuanto influye
esta mezcla de confianza ciega en el sentido común del pueblo, que
parece una versión secular de la confianza en la Providencia, y de
sentido funcionarial y acomplejado de la política, que tanto estanca
la mente, en la abundancia de meteduras de pata, fallos de
comunicación, silencios clamorosos, y sensación de apatía que en
suma desprende el liderazgo espiritualmente ligth marianista.
Lo paradójico es que no vendría mal a
España una dosis de la forma de entender la esencia de la política
que tiene el Sr. Rajoy, en lo que esto tienen de sano y en la medida
que ello pueda coincidir con el deseo expresado por Ortega, cuando
pedía que los españoles y sus políticos nos dedicáramos a
ocuparnos de “las cosas mismas”. Pero nada más complicado cuando
el pueblo español o bien da la espalda con displicencia a la
política o se entrega a la misma, cuando lo hace, de forma
trascendente, como si asistiese y fuese a la vez el actor de un Auto
Sacramental, en el que las fuerzas del bien y del mal se disputan su
alma. Esto significa que para que se coja gusto “a las cosas
mismas” y no tanto a los actores y sus papeles, se precisan buenos
actores. Para más INRI da la impresión de que Rajoy no sólo tiene
un guión y lo sigue al pie de la letra, sino que lo hace con la
convicción de que todo tiene que estar escrito literalmente como en
los contratos notariales. Cosa nefasta cuando los tiempos son de leer
entre líneas y de comprender lo no escrito, lo que sobre la marcha
cambia, que es posiblemente lo que más cuenta ahora.
Como se habrán dado cuenta no he
mencionado nada relativo a proyectos o programas. No está claro si
nuestro presidente los tiene o no los tiene, como tampoco está claro
que, por tenerlos o no nominalmente, se tenga más éxito o menos.
Pues no es el proyecto lo que da el liderazgo, sino el liderazgo lo
que hace creíble el proyecto que se lidera y sobre todo demuestra
que se tiene. Lo único claro es que en determinados momentos la
gente necesita creer, más que en un proyecto determinado, en que
existe algún proyecto y fuerza para liderarlo, esa es la parte no
escrita del contrato entre los políticos y los ciudadanos.
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