lunes, 5 de octubre de 2015

LA POLÍTICA SEGÚN RAJOY


El problema de Rajoy no es tanto su tancredismo sino su concepción paquidérmica y paternalista de la política, de la que aquello es un llamativo reflejo. Y habría que preguntarse como es posible un tipo de liderazgo así en un partido político aparentemente moderno. Si la política fuera lo que Rajoy se imagina que tiene que ser, su balance sería aceptable o pasable, aunque mejorable, habida cuenta de lo ásperos que son estos tiempos. Pero no quiero tratar de ello en este punto. Me quiero fijar en que, desde su concepto, puede presumir de que su aval es la competencia, pero haría bien en ir haciendo los bártulos por incompetente para manejarse ante lo que la política es verdaderamente, por lo menos en parte, aunque no fuera lo que tienen que ser. Concibe la política de forma análoga a la de quienes todavía piensan que el matrimonio de los hijos es negocio de los padres, que para eso entienden y tienen experiencia de la vida. Se ha tomado literalmente la expresión de que la política es la gestión de la “res publica” y quizás sin ser consciente de ello quiere emular al filosofo rey de Platón que debía, según el padre del pensamiento occidental, gestionar los asuntos públicos sin más necesidad de dar cuenta que a su conciencia. Que para eso estaba dotado del conocimiento preciso, igual que un médico se encarga de los enfermos por su preparación y destreza. Así la política sería un negociado de asuntos comunes que hay que resolver y si se puede explicar. Pero está el factor humano, el hecho de que el político actúa por representación, cosa que no le ocurre al médico, ni al arquitecto, ni al jefe de cualquier negociado. La opinión pública resulta para la mentalidad paternalista, o simplemente para quien no reúne las dotes por lo que sea, un molesto intruso del que sólo cabe esperar ruido al manifestarse, o todo tipo de perturbaciones e incomprensiones. Pero Rajoy es muy tenaz especialmente en su convencimiento de que a pesar de ello y con estas veleidades, la gente en el fondo piensa como él y se rige por el sano sentido común, de modo que al final de tanta travesura, cuando ya se hayan muchos desfogado y en la hora de la verdad, la gente dejará de jugar con las cosas de comer. Pues tan cierto que no sólo de pan vive el hombre, lo es que los asuntos espirituales pertenecen a otros negociados. Se le olvida sin embargo que también de política vive el hombre en nuestros días.
Se confunden los términos cuando todo se reduce a un problema de comunicación y de pedagogía. Con estos términos se camufla lo importante, la falta de liderazgo. Esta falta tiene que ver sin duda con la personalidad del líder pero es parte de un sentido burocrático y funcionarial de la política común a nuestra clase política y de la partitocracia, y que en la derecha se agrava por su complejo proverbial ante la izquierda. Estamos pues ante una concepción del liderazgo que supone que este se ha de ejercer pero sin que se note, como se supone que debe ser un buen arbitraje en un partido de fútbol. Más allá de la componente psicológica subyacen varias ideas motrices: Que el status quo montado desde Aznar es inmutable tanto en la configuración de fuerzas como en la disposición de la sociedad, de modo quei si alguna vez las aguas se desbordan ya volverán a su cauce; que la derecha sólo puede ganar no perdiendo; que al público más que convencerlo, no hay que molestarlo ni alarmarlo. La experiencia del Proces es sintomática. Rajoy nunca ha creído que Mas pretendiera liderar la independencia en serio, mientras que la salida de la crisis y el aislamiento internacional desinflarían el soufflé por sí solo. Aunque para ello no debiera mostrar celo alguno en hacer cumplir la ley una vez que la dedicación al Golpe de Estado de las instituciones catalanas era vevidente. Y cuando la única alternativa que proclamaba era el cumplimiento de la ley. Puede alardear de que su proclama general de que no pasa nada, ni puede pasar nada, haya tenido efecto, pero sólo el esfuerzo movilizador de C,s ha evitado, por ahora, la catástrofe, cosa que nunca reconocerá ni comprenderá.
La complejitis y el sentido burocrático de la política pueden ser el abono de un acomodacionismo que se traduce en el descuido del tablero político, la extremada dificultad para evaluar las fuerzas en juego, identificar correctamente el adversario y comprender lo que más duele, y prever las tendencias en la opinión pública. Así cuando se tienen estos hábitos lo importante no es tanto el fortalecimiento propio sino el debilitamiento del adversario cogiéndole en sus aparentes contradicciones. Se ha engordado a Podemos para dividir a la izquierda, pero a costa de poner al sistema entre la espada y la pared. Se está a la espera de la complacencia caritativa de los medios dominantes a cambio de endulzarlos y adularlos. Cierto que coincide con la izquierda en ser ambos puntillosos en extremo. Pero mientras la izquierda lo es porque domina el arte de sacarle punta a todo lo que haga la derecha y no da puntada sin hilo, la derecha marianista lo es por pasar de puntillas por todo, no sea que pueda pisar algún charco. Es como si unos estuvieran formados por el Lazarillo de Tormes y los otros por el Padre Coloma.
No es fácil adivinar cuanto influye esta mezcla de confianza ciega en el sentido común del pueblo, que parece una versión secular de la confianza en la Providencia, y de sentido funcionarial y acomplejado de la política, que tanto estanca la mente, en la abundancia de meteduras de pata, fallos de comunicación, silencios clamorosos, y sensación de apatía que en suma desprende el liderazgo espiritualmente ligth marianista.
Lo paradójico es que no vendría mal a España una dosis de la forma de entender la esencia de la política que tiene el Sr. Rajoy, en lo que esto tienen de sano y en la medida que ello pueda coincidir con el deseo expresado por Ortega, cuando pedía que los españoles y sus políticos nos dedicáramos a ocuparnos de “las cosas mismas”. Pero nada más complicado cuando el pueblo español o bien da la espalda con displicencia a la política o se entrega a la misma, cuando lo hace, de forma trascendente, como si asistiese y fuese a la vez el actor de un Auto Sacramental, en el que las fuerzas del bien y del mal se disputan su alma. Esto significa que para que se coja gusto “a las cosas mismas” y no tanto a los actores y sus papeles, se precisan buenos actores. Para más INRI da la impresión de que Rajoy no sólo tiene un guión y lo sigue al pie de la letra, sino que lo hace con la convicción de que todo tiene que estar escrito literalmente como en los contratos notariales. Cosa nefasta cuando los tiempos son de leer entre líneas y de comprender lo no escrito, lo que sobre la marcha cambia, que es posiblemente lo que más cuenta ahora.
Como se habrán dado cuenta no he mencionado nada relativo a proyectos o programas. No está claro si nuestro presidente los tiene o no los tiene, como tampoco está claro que, por tenerlos o no nominalmente, se tenga más éxito o menos. Pues no es el proyecto lo que da el liderazgo, sino el liderazgo lo que hace creíble el proyecto que se lidera y sobre todo demuestra que se tiene. Lo único claro es que en determinados momentos la gente necesita creer, más que en un proyecto determinado, en que existe algún proyecto y fuerza para liderarlo, esa es la parte no escrita del contrato entre los políticos y los ciudadanos.

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