martes, 13 de octubre de 2015

LA OPORTUNIDAD DE LA FIESTA NACIONAL


REPRODUZCO ESTE ARTÍCULO DE ANTONIO ELORZA CON EL CORRESPONDIENTE COMENTARIO.

El Correo
ANTONIO ELORZA
EL GENOCIDIO HISPANO
Una cosa es poner en tela de juicio la pertinencia del 12 de octubre
como Fiesta Nacional y otra satanizar dicha efemérides, tal y como ha
hecho la alcaldesa de Barcelona.
Solo por el peso de la mentalidad nacional-católica en la política
española del siglo XX puede explicarse que el 12 de octubre fuese
declarado día de la Fiesta Nacional. Lo curioso es que tal decisión no
fue tomada por el régimen de Franco, sino que correspondió al Gobierno
socialista presidido en 1987 por Felipe González. El razonamiento de
base no carecía de sentido: en 1492 había tenido lugar la conquista de
Granada y a la consiguiente «integración de los reinos de España en una
misma monarquía» siguió su proyección exterior de naturaleza
«lingüística y cultural» con la expedición de Colón y el descubrimiento
de América.
No obstante, si bien el marco de tal declaración no era ya
nacional-católico, la presencia de valoraciones abusivas –la unión de
Coronas de los Reyes Católicos– y la ausencia de otras dimensiones
fundamentales del episodio, ejemplo del hecho mismo de que el
‘encuentro’ como entonces decían no fue tal, sino una conquista,
denunciaban un peso excesivo de concepciones histórico-políticas que ya
hubieran debido quedar superadas.
Fue el tono general de los preparativos para la conmemoración del que
debía ser annus mirabilis del quinto centenario, que yo pude contemplar
de cerca desde mi calidad de representante de Comisiones Obreras en la
Comisión Nacional encargada del mismo, donde sin duda por precaución los
representantes de la profesión histórica como tales, o de la propia
Academia de la Historia, habían sido previamente excluidos. Y en la cual
se registraron peripecias hilarantes, tales como la iniciativa de traer
representantes de las comunidades indígenas para así mostrar que los
reyes de España habían sido sus protectores, por contraste con las
burguesías criollas. El espectáculo de la carabela colombina que volcó
al entrar en el agua, subrayado por el denuesto pronunciado por Luis
Yáñez, fue un símbolo de tales desaciertos, a los que debe asociarse a
mi juicio la elección del 12 de octubre para la Fiesta Nacional.
Además, siendo de sobra conocida la raigambre reaccionaria del Día de la
Hispanidad, con un presbítero integrista y euskaldún, Zacarías de
Vizcarra, como promotor inicial desde Argentina, y otro vasco entonces
tradicionalista, Ramiro de Maeztu, en calidad de difusor, la misma
hubiese debido ser tenida en cuenta antes de dar por buena tal
vinculación. El 12 de octubre, lo mismo que el año 1492 en conjunto, sin
olvidar la expulsión de los judíos en su curso, tenía sobrados méritos
para ser considerado un lugar de la memoria decisivo en nuestra
historia. Pero excluyendo la carga de nacional-catolicismo que la
explicación gubernamental de 1987 intenta sin éxito olvidar.
Existían otras fechas como alternativas posibles para la Fiesta
Nacional. Ahí estaba el 2 de mayo, la insurrección de la capital de
España contra la ocupación francesa por las tropas de Napoleón. Un
levantamiento hecho en nombre de la nación y cuya motivación de
independencia fue reconocida por los propios invasores ya el 10 de mayo
de 1808. Entroncaría además con otras fechas gloriosas en las luchas por
la afirmación nacional, y ante todo con el 4 de julio adoptado en
Estados Unidos, porque ese día en 1776 fue aprobada la Declaración de
Independencia. En 1987 aún no habían entrado en escena historiadores
carentes en este caso de documentación, pontificando sobre el mito de
una Guerra de Independencia que nunca habría existido.
Ahora bien, una cosa es poner en tela de juicio la pertinencia del 12 de
octubre como Fiesta Nacional y otra satanizar dicha efemérides, tal y
como acaba de hacer la alcaldesa de Barcelona: «Vergüenza de Estado
aquel que celebra un genocidio», ha dicho. Tal exabrupto corre además el
riesgo de ser seguido, y ya ha tenido un primer eco en Cádiz.
De entrada cabe admitir que la opresión y las prácticas de
aniquilamiento de las poblaciones indígenas fueron una constante en la
historia del colonialismo. La salpicadura de crímenes contra la
humanidad ha tenido lugar en nuestro caso desde la conquista del Caribe
y en cuanto a la colonización de otros países europeos, a partir de sus
primeros pasos hasta el exterminio de los hereros por Alemania, la
drástica reducción de las poblaciones indias en Estados Unidos o, de
manera trágicamente ejemplar, la política de depredación y
aniquilamiento llevada a cabo por Leopoldo II de Bélgica sobre el
llamado ‘Estado Libre del Congo’ en torno a 1900.
La calificación de ‘genocidio’ exige, sin embargo, algo más que la
existencia de crímenes. George Bush Jr. cometió un innegable crimen
contra la humanidad al invadir Irak con el resultado de decenas de miles
de muertos, engañando además a la ONU, pero no pretendió acabar con la
población iraquí. No fue un genocidio. Sí fue un genocidio, en cambio,
la mencionada explotación del Congo por Leopoldo II, pues la conquista
iba dirigida desde el primer momento a imponer una esclavización
generalizada a efectos de maximizar los beneficios. Léase ‘El sueño del
celta’ de Vargas Llosa.
En el caso de la conquista de América, la proliferación de prácticas
criminales llevadas a cabo por los españoles, en su búsqueda del poder y
del oro a toda costa, no pueden ser ignoradas. Solo que se inscriben en
un cuadro más complejo. Falta la ideología previa orientada hacia el
exterminio y también la conspiración para llevarla a cabo,
características imprescindibles para la calificación de genocidio. Y ahí
están las Leyes de Indias como instrumento de la Corona para evitar los
abusos del régimen posterior a la conquista, y ahí están los ensayos
logrados de denuncia y reconducción del proceso, de Las Casas a Vasco de
Quiroga. A modo de balance, nada de lo que estar orgulloso en ese campo
y mucho que denunciar. Pero, salvo que convirtamos los conceptos en
cajones de sastre de donde extraer anatemas fáciles, genocidio no.


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Hasta aquí el Sr. Elorza.
No sé si la defensa del Sr. Elorza de que no hubo genocidio, sin duda que tan modosa como prudente, aclara más o confunde, cuando da a entender que no fue la cosa tan burda como asevera alguien tan lúdica pero no tan lúcida como la alcaldesa de Barcelona, pero que había algo de verdad en el fondo. Que los conquistadores, no hay que andarse con eufemismos, perseguían poder, gloria y sobre todo riqueza, que se sojuzgaron culturas nativas e incluso imperios con apreciable grado de desarrollo técnico e incluso moral en algunos aspectos, que se impuso la conquista por la fuerza de las armas y la violencia, es cierto. Tanto como que se construyó una nueva cultura mestiza, se integró a los pueblos indígenas a una civilización mucho más desarrollada y a una cultura más humanitaria, tomando cuidado por protegerlos de los colonizadores, se creó un orden social estable y en general próspero para su época hasta la independencia...etc
Es cierto que “Falta la ideología previa orientada hacia el
exterminio y también la conspiración para llevarla a cabo,
características imprescindibles para la calificación de genocidio.”
Pero no se debió sólo a eso que no hubo una política genocida, sino porque además se pretendió la integración a la civilización cristiana, cosa que se cuidó especialmente , se hizo normal el mestizaje en sus más variadas formas, dentro de una extrema jerarquización y de manifiestas injusticias sociales, propias del antiguo régimen. ¿Se puede negar que la nueva cultura absorbió y se fundió con los restos de las culturas indígenas, instaurando una idea universalista de la dignidad personal, sin la que la cultura hispanoamericana actual sería incomprensible?. Lo digo por si habría que tenerlo en cuenta cuando dice: “A modo de balance, nada de lo que estar orgulloso en ese campo
y mucho que denunciar”, lo cual es cierto si se refiere a los desafueros criminales que tanto abundaron, pero ¿sólo existió eso?. Seguramente cualquier país que como España hubiera sido capaz de crear una nueva civilización de tanta riqueza material, moral y cultural, estaría muy orgulloso de celebrar ese acto como su fiesta nacional y su mayor timbre de gloria, asumiendo los delitos e iniquidades que también cometieron los suyos. Todavía los italianos tienen a Roma por su mayor timbre de gloria, cosa que los latinos podemos compartir, a pesar de que bien pudo destacar en la historia de la humanidad
como escuela de crueldad.

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