martes, 8 de septiembre de 2015

EL TRÁGALA


Me desayuné el sábado con la última deposición (perdón igual conviene decir “aportación”) de don Felipe González. Una ducha escocesa. Que ahora Cataluña no se debe independizar, que ahora hay que reconocerla como nación. Recuerdo que no hace mucho Don F. Gonzalez decía que, de separarse Cataluña, España sería irreconocible. Igual quiere promover un concurso para ver en lo que este extraño fenómeno quedaría, de consumarse la separación, y ponerle algún nombre. Es de suponer que cuenta con que la nación jurídica es una nación soberana, aunque en uso de esa soberanía delegue atribuciones a otras instituciones. También es de suponer que no cree en las pamplinas zapateriles sobre la diferencia académica entre la nación cultural y la nación política, aunque se refugie en ellas, diciendo que el reconocimiento de “la singularidad” se quedaría en la lengua y la identidad cultural. Vamos ya. Es obvio que este “reconocimiento” sólo tiene sentido si lleva aparejado el derecho de autodeterminación, y don Felip G. es el primero que lo sabe. Se desprende que la coherencia entre la misiva a los catalanes y la declaración de la entrevista, estriba en que pide a los catalanes que no ejerzan su "derecho a decidir" hasta que lo reconozca la Constitución y que al ejercerlo entonces no se independicen, pues sería malo para ellos y, lo que no es moco de pavo, pondría en evidencia a las élites socialistas entre otros.
Por si alguien, como uno mismo, tenía la ilusión de que había alguna disidencia significativa, al menos testimonial, en las filas socialistas, y situaba a la autoritas de don Felipe G. a la cabeza de la sensatez, esta postrera aclaración, necesaria para esclarecer el sentido de la primera misiva, deja las cosas en su sitio. Todo esto anda al paso con lo que parece la apuesta Pedrista por la Confederación integral, es decir con derecho a la autodeterminación incluido. De paso eso sentaría una sólida base para pactar con los podemitas el gobierno de la nación o de lo que sea. 
 Hagamos abstracción de la bondad o conveniencia de esta alternativa de “reforma constitucional”. Por supuesto me parece que sería un enorme retroceso histórico y un preámbulo de lo que sería obsceno nombrar. Pero no hay que pasar por alto la cobardía de la que hace gala don Felipe Gonzalez. Ni se atreve ni demuestra la más mínima honestidad intelectual por averiguar y hacer ver su responsabilidad y la de los suyos en el desaguisado, cuando ya hay evidencias patentes. Y no me refiero sólo a las malas decisiones y errores que han alentado el nacionalismo, sino a lo que es más grave, las desviaciones intelectuales e ideológicas que han desnaturalizado las siglas de su partido. Cuanto menos y sólo por poner cifras, un cincuenta del por ciento del desaguisado es atribuible a la su complicidad con el discurso nacionalista y la relativización de la idea de España, y habría que dejar un quince por ciento al despiste y la banalidad de las derechas, un treinta por ciento a la habilidad nacionalista para aprovecharse de lo anterior, cosa que no admite censura en términos de estrategia política en pro de su causa, y el cinco por ciento restante a los imponderables y el tiempo.
Como es de suponer también que Don Felipe G. no ha tenido una súbita conversión al discurso nacionalista, este ponerse ahora de avanzadilla del Pedrismo y de su alternativa previsible de confederalismo integral, parece dar por hecho la victoria del “sí” y la necesidad de un "remedio" que evite tanto la independencia express, como la suspensión del Estatuto de autonomía. Ni lo uno ni lo otro, diálogo, viene a decir. Pero sabe que no estaríamos ante el reconocimiento de un derecho, sino de una situación de hecho, la instauración virtual de un régimen separatista y la incapacidad del Estado de hacer cumplir la ley en Cataluña. Mientras que durante estos treinta años se ha convencido a la opinión pública española de que “no pasaba nada”, ahora es muy duro verse frente al abismo como si tal cosa. Los socialistas juegan a que para gobernar tienen que dar una salida a los nacionalistas y otra a los españoles en general, porque a estas alturas echar casi toda la culpa al PP y al centralismo ya suena a ritual enfermizo.¿Pueden garantizar a los españoles que un Estado Confederal no supone o lleva a la desaparición del Estado español democrático? Por lo menos que no se haga pasar un trágala por un acto de justicia y de buen sentido, pero todo hace suponer que la estrategia socialista será la de hacernos pasar el trago otoñal como si de un vino de verano se tratara.

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