martes, 11 de agosto de 2015

DE PATOSOS Y DEMAGOGOS


Me ha parecido muy interesante un debate en Onda Cero sobre la postura correcta ante la demagogia de un gobernante, con ocasión de la deferencia del ministro Fernandez con Rato. Vaya por delante mi opinión sobre el caso. Es la enésima hazaña del Gobierno Patoso, o del Partido Patoso. Tan increíble como que un veinte por ciento de españoles esté dispuesto a votar a un partido totalitario como el podemita sin enterarse o darse por enterados, según habría que creer, de que son totalitarios, o como que los coqueteos ya proverbiales de los socialistas con los secesionistas no les desautoricen electoralmente, es el hecho de que nos gobiernen quienes se pretenden políticos y que no pueden comprender el significado de eso que se dice sobre la mujer del Cesar. La postura de Arcadi Espada, que defendía el derecho del gobernante a reunirse con quien quiera y a dar explicaciones sólo si lo considera oportuno, piense lo que piense la gente, en este aspecto me parece la versión sublimada de la fe de Rajoy en el triunfo final del sano sentido común. El asunto tiene otras vertientes. Por ejemplo Arcadi seguramente cree que es de sentido común aplicar la ley en Cataluña y también seguramente Rajoy debe pensar que nada es más contrario al sentido común. Pero volviendo al asunto ¿es concebible un economista que conozca una pizca las leyes económicas que proclame que el empresario o el vendedor, o incluso el consumidor, se rija por el “precio justo” y no por el precio del mercado. El político decente ha de ser además prudente, como bien ha recordado Doña Cristina Cifuentes refiriéndose al caso. No caer en la demagogia, pero tampoco darle pábulo, máxime si no hay necesidad y además si es obvio que el demagogo no va a desaprovechar el regalito. Se le supone a cualquier político un mínimo de olfato para detectar estos trances, pero por lo que sea la derecha no anda muy fina en lo que a las prestaciones de este órgano se refiere. Y el hecho no ha dejado de tener consecuencias, nada baladís, en el transcurso de nuestra historia reciente.
Para acabar permítanme otro símil. Es verdad que la política es en gran medida un teatro ante la opinión pública, pero con la particularidad de que los aplausos o pitidos del público obligan a los autores a modificar su papel. El buen actor mantiene el personaje y la ruta hacia el desenlace sabiendo improvisar los diálogos que pueden conmover al público y neutralizar los que le pueden perjudicar. El público al fin y al cabo va a escuchar lo que quiere oír, pero ahora también diciendo lo que quiere oír. Y todo hay que tenerlo en cuenta.
Por ser justos. Contrasta esta manera de ver las cosas que tiene Arcadi Espada con la finura con la que por ejemplo detecta que sin los triunfos del Barça el secesionismo no habría levantado el vuelo. Quizás en nuestro tiempo estemos expuestos a que las masas, es decir las personas que se entregan al sentir “de todos” al pensar en los asuntos públicos, se muevan por impulsos extremadamente frívolos, que, como sugería Arcadi, hacen pensar que todo vale por una buena fiesta y que nada hay en juego más que seguir con el aburrimiento o pasarlo a lo grande con la fiesta prometida. Son impulsos que en su otra cara llevan a considerar calamitoso e insoportable lo que simplemente es problemático y negociable, como todo en la vida.

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