Me ha parecido muy interesante un
debate en Onda Cero sobre la postura correcta ante la demagogia de un
gobernante, con ocasión de la deferencia del ministro Fernandez con
Rato. Vaya por delante mi opinión sobre el caso. Es la enésima
hazaña del Gobierno Patoso, o del Partido Patoso. Tan increíble
como que un veinte por ciento de españoles esté dispuesto a votar a
un partido totalitario como el podemita sin enterarse o darse por
enterados, según habría que creer, de que son totalitarios, o como
que los coqueteos ya proverbiales de los socialistas con los
secesionistas no les desautoricen electoralmente, es el hecho de que
nos gobiernen quienes se pretenden políticos y que no pueden
comprender el significado de eso que se dice sobre la mujer del
Cesar. La postura de Arcadi Espada, que defendía el derecho del
gobernante a reunirse con quien quiera y a dar explicaciones sólo si
lo considera oportuno, piense lo que piense la gente, en este aspecto
me parece la versión sublimada de la fe de Rajoy en el triunfo final
del sano sentido común. El asunto tiene otras vertientes. Por
ejemplo Arcadi seguramente cree que es de sentido común aplicar la
ley en Cataluña y también seguramente Rajoy debe pensar que nada es
más contrario al sentido común. Pero volviendo al asunto ¿es
concebible un economista que conozca una pizca las leyes económicas
que proclame que el empresario o el vendedor, o incluso el
consumidor, se rija por el “precio justo” y no por el precio del
mercado. El político decente ha de ser además prudente, como bien
ha recordado Doña Cristina Cifuentes refiriéndose al caso. No caer
en la demagogia, pero tampoco darle pábulo, máxime si no hay
necesidad y además si es obvio que el demagogo no va a desaprovechar
el regalito. Se le supone a cualquier político un mínimo de olfato
para detectar estos trances, pero por lo que sea la derecha no anda
muy fina en lo que a las prestaciones de este órgano se refiere. Y
el hecho no ha dejado de tener consecuencias, nada baladís, en el
transcurso de nuestra historia reciente.
Para acabar permítanme otro símil. Es
verdad que la política es en gran medida un teatro ante la opinión
pública, pero con la particularidad de que los aplausos o pitidos
del público obligan a los autores a modificar su papel. El buen
actor mantiene el personaje y la ruta hacia el desenlace sabiendo
improvisar los diálogos que pueden conmover al público y
neutralizar los que le pueden perjudicar. El público al fin y al
cabo va a escuchar lo que quiere oír, pero ahora también diciendo
lo que quiere oír. Y todo hay que tenerlo en cuenta.
Por ser justos. Contrasta esta manera
de ver las cosas que tiene Arcadi Espada con la finura con la que por
ejemplo detecta que sin los triunfos del Barça el secesionismo no
habría levantado el vuelo. Quizás en nuestro tiempo estemos
expuestos a que las masas, es decir las personas que se entregan al
sentir “de todos” al pensar en los asuntos públicos, se muevan
por impulsos extremadamente frívolos, que, como sugería Arcadi,
hacen pensar que todo vale por una buena fiesta y que nada hay en
juego más que seguir con el aburrimiento o pasarlo a lo grande con
la fiesta prometida. Son impulsos que en su otra cara llevan a
considerar calamitoso e insoportable lo que simplemente es
problemático y negociable, como todo en la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario