El contraste entre la exquisita
generosidad con la que Rivera ha tratado a S. Díaz y el rigor
refinado con el que atornilla a la Sra. Cifuentes es índice de que
la equidistancia de Cs. pasa por la mayor distancia del PP, incluso
la mayor distancia posible. Al fin y al cabo y con toda la razón o
sólo con parte de ella, el hecho es que el PP es para la mayor parte
de la opinión el campeón de la corrupción y este sambenito lo va
arrastrar hasta el previsible infierno electoral. La precipitación
con la que el Sr. Rivera ha aupado a Susana, aun a costa de poner en
riesgo su propia honra, parece una maniobra de última hora ante el
temor de nuevas elecciones en Andalucía. Pues sólo de esa manera
puede justificar el apoyo a Cifuentes. Rivera ha acabado enredado en
este juego de carambolas, al tratar de sostener a la vez la bandera
contra la corrupción, junto con la bandera de la gobernabilidad.
Pero en la práctica, temeroso de una sensibilidad publica tan
escorada a hacer causa exclusiva contra la corrupción, la lucha
contra la corrupción se va volviendo en una paranoia que amenaza su
apuesta por la gobernabilidad. A resultas de las elecciones Rivera
parece dirigirse más a la opinión pública en general que a los
específicos potenciales votantes desengañados de la derecha. Si
alguna vez lo pretendió, cosa que no creo, estas elecciones han
demostrado que sustituir o dejar en posición marginal al PP en toda
España de la misma manera que ha ocurrido en Cataluña parece fuera
de lugar. Antes el PP estaría dispuesto a hundirse arrastrando a Cs.
Yendo al grano, esta equidistancia coja, que propicia con razón el
agravio comparativo del PP, sólo tiene sentido si es parte de la
estrategia de contrarrestar lo que se ve venir, el gobierno y el
poder de la Megaizquierda al mando de los PI y ZPI. Pero la vía a
una solución de centro izquierda, o siquiera de izquierda-centro,
requeriría tanto un espacio de centro propiamente dicho, es decir
que no sea el colchón de seguridad del PP o del PSOE, como sobre
todo la neutralización de los podemitas. Tal vez los estrategas de
Cs piensen que lo primero es posible, conforme avance la conciencia
de la inminencia del peligro en que está sumida a la vez la
democracia y la prosperidad. El asunto es peliagudo porque es muy
probable que los descontentos del PP estén dispuestos a quedarse en
casa si sospechan de un mínimo acuerdo con la izquierda, aunque sea
“socialdemócrata”, mientras que a los de la izquierda sólo les
tienta su izquierda. Lo que no parece probable es neutralizar a
Podemos aceptando su juego, por muy arriesgado que sea no hacerlo.
¿Es tan inoportuno exigir que condenen la tiranía venezolana como
condición para cualquier posible acuerdo o trato? El éxito de
Podemos depende en gran medida de su capacidad de conservar
inmaculada la imagen de partido democrático y regenerador,
camuflándose tras el “cambio”. Con ello puede acaparar gran
parte del voto de izquierdas, tan incómodo con el PSOE. Por su parte
el PSOE sólo se puede sentir exigido si tiene que definirse ante la
calidad democrática de este socio tan voraz. En este sentido
resultaría incomprensible que mientras, por parte de Cs, no quepa
concesión alguna a los separatistas, su discurso sobre Podemos
estuviera lleno de ambigüedades y lugares comunes.
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