domingo, 28 de junio de 2015

LA BALSA DE ODIO


Hay cierta semejanza entre las ideas de fondo con las que se enmarca el terrorismo islamista y el terrorismo etarra en algunos ámbitos intelectuales y mediáticos occidentales y españoles, con influencia creciente, sin que eso signifique que quienes apuran esas ideas simpaticen a sean proclives a esas causas horrendas. Simplemente las tienen por ideas naturales, que no es preciso siquiera justificar, ni pensar en ellas. Pero aún mas importante son los supuestos que dan a entender. Veamos.

-Los terroristas buscarían provocar o exacerbar la animadversión y la actitud segregadora que existe potencialmente en la sociedad occidental contra los musulmanes, de la misma forma que trataban de hacerlo con la animadversión que existiría contra los vascos en España. Se da así por supuesto la existencia de tal tara. Pero ni siquiera los más atroces atentados han provocado en Occidente reacciones fóbicas, sino más bien intentos de integración y de comprensión con estos grupos de la población, y se tiene muy claro que una cosa es el Islam y la comunidad islámica y otra los fanáticos terroristas. Otra cosa es que, si existe algún peligro potencial, sea de caer en el síndrome de Estocolmo colectivo. Sin duda que los terroristas juegan sobre todo con esta posibilidad y la tienen por muy provechosa. Por lo que respecta a la posible animadversión hacia los vascos y lo vasco en España, nada es más ridículo por poco que se conozca este país.

-El terrorismo escondería un conflicto más amplio, cultural en el caso del Islam, político social en el caso vasco. Se da así por supuesto en el primer caso que la responsabilidad de integrar o asegurar la convivencia con los musulmanes que residen en Occidente la tienen los Estados occidentales o Europa en nuestro caso, o por lo menos de solucionarlo asegurando el respeto a su cultura. De la misma forma se pensaba que la responsabilidad de solucionar el “conflicto vasco” correspondía al Estado español, quien debía ofrecer alternativas susceptibles de ser aceptadas. El supuesto obvio de estas ideas es que la responsabilidad principal, o al menos una parte significativa de la misma, en la existencia del “conflicto” la tienen quienes no quieren reconocerlo. Conviene deslindar. Una cosa es la travesía laberíntica de la integración y de la convivencia con los musulmanes en Occidente, que llega al punto de que no puedan darse soluciones definitivas a la vista, y otra distinta es que no haya razones objetivas, las que se deducen del disfrute de la democracia, para que las comunidades islámicas no colaboren con los estados y las poblaciones occidentales contra el terrorismo. De la misma forma que había motivos objetivos para que los vascos se enfrentaran al terrorismo junto con el Estado.

-Una versión más específica de lo anterior es que el terrorismo en Occidente además de alimentarse de la frustración, la marginación y la injusticia, tiene por causa última o incluso próxima esto mismo y vendría por tanto a expresar las aspiraciones de los sectores marginados de la sociedad, aunque estos pudieran estar engañados o estar engañándose a sí mismos. Pero una cosa es la atracción que ejerce sobre estas capas y otra que sea la expresión de las mismas y obedezca a sus aspiraciones. Estamos ante una versión del odio a Occidente, con la particularidad que el odio a Occidente es primero que nada producto genuino de la cultura occidental. No se trata de abordar un asunto tan complejo, pero basta constatar que los adeptos occidentales al terrorismo yihadista se comprometen con este fanatismo activo extremadamente inhumano una vez se han imbuido del nihilismo y del resentimiento típico que forma parte de nuestras sociedades, como si fuera su sombra. Seguramente en muchos casos esto ha constituido su verdadera formación vital. El hecho de que los yihadistas escenifiquen el terror hasta la crueldad e inhumanidad más extrema para ganar adeptos y que haya un público receptivo, sea mayor o menor, es un índice de lo profundo que pueden ser algunas patologías sociopolíticas en nuestras sociedades. En el caso del País Vasco la estrategia abertzale de figurar como campeones de los desfavorecidos discriminados y marginados sociales ha aprovechado con creces la distorsión que produce el cainismo ideológico y los margenes de resentimiento de fondo que subsisten en la sociedad española.

-El hecho cierto de que la mayoría víctimas del terrorismo islamistas son las poblaciones musulmanas, parece justificar la idea de que se trata en lo fundamental de un conflicto interno al mundo islámico. El argumento suele aparecer cuando se da cuenta del exterminio de las comunidades cristianas por ejemplo. Por contra, se vierte la sospecha sobre la denuncia de que estamos ante un ataque abierto a la civilización y a los valores humanitarios , como si esta denuncia fuera un pretexto de los poderes occidentales para extender su influencia en el mundo islámico y tenerlo sometido. Cuesta comprender que no se entienda que lo que mueve a los bárbaros no es la pretensión de imponer determinados intereses y estructuras de poder en un ámbito concreto, sino esto como parte de una estrategia de “yihad permanente”, que tiene por destinatario a las sociedades democráticas. En nombre del Islam, pero más bien con el pretexto del Islam. Dejemos de lado hasta qué punto un credo puede suministrar argumentos para que se le manipule y desvirtúe, laguna que cualquier credo lleva en su interior, máxime si tiene pretensiones de universalidad, lo que en sí mismo no es malo. En el caso vasco, el hecho de que la población vasca sufriera en primera línea el terror sugería la idea de que es un asunto interno de los vascos. Pero sobre todo oculta la más perniciosa influencia del terrorismo en la sociedad vasca, su propensión al síndrome de Estocolmo y a relativizar la gravedad del fenómeno. Por eso los que han apoyado al terrorismo se pasean como si fueran más víctimas que verdugos.

Me he referido de paso a la publicidad del terror que hacen los islamistas terroristas. Es un peldaño en la atrocidad que no se había alcanzado de momento. Algo casi inimaginable, pues incluso los nazis cuidaban ocultar su atrocidades no ser que se sintiera mal el almena medio. Nos vemos ante el paso de la inhumanidad en los hechos a la inhumanidad programática y sin tapujos. Que exista un público receptivo en Occidente dispuesto a seguir este camino indica que ya no sólo se desactivan los resortes y defensas morales más elementales, sino el hecho de que la inhumanidad se ve como una alternativa, para “dar sentido a la vida”. En este extremo la patología que afecta a estos terrorista y su público no es muy diferente de la que alimenta a quienes, por ejemplo en EEUU perpetran las matanzas racistas y también contra las personas particulares, por encarnar estas el género humano. Los supuestos en los que se cimienta esta balsa de odio confluyen en la idea de que el ser humano no sólo puede suprimirse si es un obstáculo, sino que es despreciable y lo merece de no estar purificado. Esta especie de fobantropía activa y militante , que ya destaca entre las peores iniquidades, bien merecería alguna indagación más competente de la que uno es capaz. Pero relativizar este fenómeno de deshumanización activa y sustancial en el que nos estamos sumiendo, con discursos del tipo que he mencionado ayuda poco a comprender algo.

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