Ante tanto tráfago es fácil olvidar
que lo que está en juego es si el sistema democrático se regenera o
si degenera hacia el modelo bolivariano peronista, por muy ajeno que
este parezca a nuestros usos. La batalla por el centro o por la
redefinición del centro que ha aparecido es sólo un efecto
imprevisto y solapado, pero que estaba latente ante el desprestigio
del bipartidismo, en tanto que bipartitocracia y bicoruptocracia.
Esta batalla colateral ha desconcertado a Podemos, que esperaba
triturar al PP merendándose de paso al PSOE, pero está afectando a
los nervios de los protagonistas directos, tal vez porque no
esperaban verse en estas. El PP no sabe si fijar el adversario o
convertir a todos en enemigos, pero el miedo le empuja a perfilarse
contra quien piensa que le va a robar lo que es suyo de toda la vida.
Craso error porque ya lo tenía prácticamente perdido. El PSOE trata
de recuperar el centro alardeando de izquierdismo. Nada nuevo bajo el
sol, pero ahora su problema es otro. Tradicionalmente ha oficiado con
un discurso dual: como primer patrón, junto con el resto de la
izquierda y los nacionalistas, de la democracia; como instrumento de
los pobres y marginados en nombre de un anticapitalismo sentimental.
Gran parte de su éxito fue convencer a muchos votantes de centro de
que la derecha es la heredera del franquismo y de que sus guiños
anticapitalistas e igualitaristas son sólo sentimentales, que no van
en serio si tienen que perjudicar a las clases medias. La gran
incógnita histórica del PSOE es el valor de su palabra, o mejor, el
coste de su palabra. F.G. Estuvo a punto de despeñarse con la OTAN.
ZP lo ha pagado claro. Complació a los suyos hasta la extenuación
diciendo lo que les gustaba y tuvo que irse con la realidad entre las
piernas. Ahora Sanchez rememora el “cordón sanitario”
brutalmente. Nada más grave se ha dicho, desde hace tiempo que
recuerde, que esta asimilación del PP y Bildu., entre democracia y
terror. Es una tontería dirimir si se trata de frivolidad,
tacticismo o una desviación cultural congénita. Lo deprimente es
que esto no se haya convertido en el tema estrella de esta
pre-campaña de las generales y las catalanas. Expresa en cualquier
caso la mancha, el estigma dirían los griegos, el pecado original
dirían los cristianos, que la izquierda y el PSOE en especial niega
a limpiarse y que deja a nuestra sociedad permanentemente en el borde
del cainismo, aunque este sea sólo un cainismo moral, que pervierte
todo debate político y no llegue a ser, como en la guerra civil,
práctico.. En cualquier caso la expectativa de siempre de
rentabilizar por la gorra el desgaste del PP se está frustrando y
sólo su miedo a que los abduzca Podemos explica cuan brutalmente se
aferra a lo más brutal de su discurso, hasta el extremo de poner en
cuestión una frontera que debiera ser sagrada. ¿Ha reflexionado el
gurú Gonzalez sobre el aprovechamiento que hace su presunto
discípulo Sanchez de sus lecciones? ¿ha empezado por el principio
explicándole lo que es la democracia?
Resulta muy loable el intento de A.
Rivera de combatir el cainismo y creo que es lo más valioso de su
discurso y en general de esta campaña (preacampañada) tan tópica
en sus formas. Es un mal muy profundo y se equivoca, dejando al
margen meteduras de pata y torpezas, si piensa que los jóvenes
posteriores a la transición están inmunes y los puede atraer hacia
esa causa inocentemente. Y aun más si espera que lideren la
erradicación del cainismo y de las dos Españas en sus actuales
condiciones de vida y de pensamiento. Con la partitocracia y la
superficialidad de nuestra vida política ha fallado la transmisión
ideológica de generación a generación. Cierto que toda generación
es espiritualmente adanista y cree partir de cero, pero parte en
realidad de lo mamado aunque frecuentemente no tenga conciencia de
ello. La desvinculación sentimental de la juventud con la transición
no es más que el eco del desconcierto de fondo en el que han vivido
sus mayores y que sólo se ha hecho patente cuando la crisis amenaza
pinchar el salvavidas que es Europa. El desconcierto por una
reconciliación que ha oscilado entre la conveniencia y la sospecha
permanente. No extraña la tendencia, que hay entre los jóvenes, a
confundir “sistema” y democracia, las malas prácticas de las
fuerzas vivas con la pluralidad y la libertad. Seguramente el Sr.
Rivera confía en el renovado sentido pragmático de la juventud ,
pero cuando no se maman valores positivos, los puntos de apoyo para
ejercer la crítica se disuelven en las impresiones más primarias.
Rivera tiene la ocasión de educar en la democracia y sus valores
diciendo lo que es Podemos de verdad. Tiene a este respecto un
actitud meliflua. Piensa en la buena fe de la mayoría de los
seguidores de esta formación, a quien el posible bolivarianismo de
estos les parece un asunto tan intrascendente como los satélites de
Marte, y para quienes, pase lo que pase, todo queda por ganar y nada
por perder. Se presume que son inocentes y hay que atraerlos amistosamente. Pero
queda la duda de si su disposición abierta a todos por igual, en su
caso, es táctica o fruto de pensar que en el fondo todo la retórica
de PI es palabrería y que la realidad al final obliga incluso a los
más recalcitrantes. Ha de tener en cuenta que los jóvenes rechazan
el bipartidismo, pero no el cainismo, porque sencillamente no tienen
noción del mismo, sus mayores no les han prevenido ni educado contra
el mismo. Por ello tienden a reproducir los reflejos cainitas, cuando
se ponen en movimiento, tratando al adversario de enemigo que
merecería ser liquidado. Comete un error Rivera cuando pretende que
el distanciamiento del bipartidismo y la partitocracia equivale al
rechazo de los hábitos cainitas, pero esto es más de fondo. Por ejemplo
todos los jóvenes se declaran, y así lo creen sinceramente,
hostiles al machismo, pero es preocupante la cantidad de quienes
someten a su pareja a prácticas machistas de lo más primarias. Se
les ha explicado de sobra lo que es bueno y malo, y lo saben en
teoría, pero, como diría Sócrates, en verdad lo ignoran ¿qué
pensar? En cualquier caso sería un gran indicio de la regeneración
de la vida política que todos estos movimientos, que por ahora no
son más que escaramuzas y pachangerías, acabasen en un
cuestionamiento sincero del cainismo. Es una deuda pendiente de la
sociedad española. Y hay que tenerlo muy claro: estos estigmas no
desparecen con el tiempo, requieren enfrentarlos en el terreno de las
ideas.
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