Después de confesarse con sus padres
espirituales bolivarianos, PI ha vuelto a Zamora a buscar la
bendición pública de su padre de sangre en un acto enternecedor,
donde este le ha consolado con que el fracaso es preámbulo de la
victoria. Digno de resaltar es como en este caso ha
funcionado la transmisión generacional escrupulosamente, que las
ideas de PI no son rara avis nacidas de un momento de exaltación
colectiva por las frustraciones de la crisis, sino fidedignas copias
del resquemor que sintieron contra la transición algunos, muy
dignos, irreductibles. Estos gozan de una resurrección espiritual,
mientras el sueño de la ruptura, la “rupturona” habría que
decir, con efectos retroactivos cobra figura con PI. Para éste debe
ser un aliciente volver a sentirse útil con los suyos, aunque
provisionalmente tenga que sacrificar lo que cree que es su vocación,
la contemplación académica. Al fin y al cabo está ante dos
destinos convergentes: o educar al pueblo con mítines televisivos
inagotables en todas la cadenas a la misma hora, o educar a los
alumnos bajo la amenaza del suspenso perpetuo.
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