La
sintonía entre Syriza y Podemos empieza con la rebeldía contra el
sistema y apunta al resultado final, en el peor de los escenarios,
de la posible salida de Europa y el colapso de la democracia. Pero no
es del todo irrelevante que el orden de los factores estén alterados entre uno y otro, dejando al margen lo familiar de las inclinaciones
ideológicas de ambas castas dirigentes. En el caso de Syriza el
motivo de la rebelión es la respuesta a la Unión Europea en nombre
de la “soberanía nacional”, lo que da al movimiento un tinte
“nacionalista de izquierdas”, rememorando el viejo estilo de los
movimientos antiimperialistas. Por cierto se invoca la soberanía
nacional como si la sociedad griega y sus gobernantes no se hubieran
endeudado soberanamente y no se hubiera lanzado a disfrutar de los
beneficios que la cobertura de Europa le ofrecía bien holgadamente
con no menos soberanía. Lo que da a entender que la apelación a la
“soberanía nacional”, puede ser el reclamo para justificar un
régimen no muy deseable. En todo caso el proceso que se ha iniciado
es incierto y tampoco es fácil adivinar si sus protagonistas tienen
la estrategia muy clara o si se rigen por la improvisación. Se
mueven entre la necesidad de renegociar la deuda, por enésima vez,
cara a aliviar lo más posible su carga, pero no yendo más allá de
lo razonable, o la tentación de hacer historia a la manera de Fidel
Castro. A nadie se le oculta que sería tal el caos en el que Grecia
se sumiría de salirse de Europa, que sólo cabría o la salida del
poder de estos “nacionalistas de izquierda”, con la frustración
consiguiente, o el injerto de un régimen dictatorial en un
territorio propio de sociedades abiertas.
Por
lo que a España respecta el impulso original de Podemos tenía por
objeto derribar el “sistema”, termino tan ambiguo que designa a
la vez la partitocracia rectora y corrupta con todas sus secuelas,
cosa que tiene su parte de verdad, y la democracia a la que se hace
responsable de esa corrupción y degradación, como si fuera una
“falsa democracia”. Todo en un contexto, por cierto, en el que la
apelación a la “soberanía nacional” se interpretaría por los
seguidores de Podemos, potenciales o actuales, como si se les pidiese
encomendarse a la virgen del Pilar antes de salir de casa. Los
dirigentes que han tenido la habilidad de auparse sobre este caballo
ganador del cabreo colectivo no se han preocupado de deshacer el
embrollo y la confusión, sino que al contrario la han atizado, de
acuerdo con sus convicciones profundas y su formación, tan próximas
al autoritarismo leninista más ortodoxo. Se predica una “verdadera”
democracia, una democracia “participativa” o una democracia
“social”, como si la democracia vigente no fuera lo primero y no
fuera cauce para la participación y la gestión de todo tipo de
reivindicaciones. Los nuevos líderes hacen guiños constantes de que
no quieren sólo cambiar el mobiliario o la disposición interior
sino derrumbar la casa y los cimientos, dejando abierto el camino que
llevaría a un régimen totalitario, del estilo de sus mentores. Por
el momento el ascenso de este movimiento sigue el manual de la
gestación de los movimientos totalitarios, aunque gran parte de sus
seguidores piense en una “verdadera democracia” llena de justicia
e igualdad: centralización del movimiento en un liderazgo
carismático, indiscutible e inefable, inviolabilidad del líder,
transformación de los seguidores en masas, obediencia ciega de las
masas cuando se ponen en movimiento, ocupación de la calle y de los
medios, fagocitación de los próximos y de los pacatos,
neutralización de los adversarios próximos y potenciales que aun
creen en una sociedad abierta, introducción de un lengua bélico que
en nuestro caso entroncaría con la dialéctica guerracivilista,
división de la sociedad entre los “buenos ciudadanos” y “los
malos ciudadanos”....etc La infamia de que la democracia vigente,
es la heredera del pasado franquista o que está contaminada por el
mismo, es la justificación última que puede permitir el paso franco
al totalitarismo. En este caso aunque la salida o el cuestionamiento
de de Europa haya pasado a segundo plano en la agenda de la lucha
contra “el sistema”, la salida de Europa sería la consecuencia
inevitable del liberticidio. Se puede concluir que el
desafío a la sociedad abierta es más expreso y directo en nuestro
caso, mientras que en el caso griego el desmoronamiento de la
democracia sobrevendría a la hecatombe de unos proyectos sociales y
económicos suicidas. Sin duda que nuestra sociedad está más
asentada y nuestras instituciones tienen a pesar de todo solidez
suficiente, e incluso podría esperarse que el calentón que ha
provocado la indignación sea pasajero, pero de la inestabilidad no
nos libramos, máxime si consideramos la “aportación” que hace
el separatismo catalán. Por eso parecemos condenados a estar en una
no muy agradable sintonía con la dinámica que tenga Grecia y a
servir cada uno de los redentores a los otros de inspiración mutua.
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