martes, 3 de febrero de 2015

PODEMOS Y SYRIZA


La sintonía entre Syriza y Podemos empieza con la rebeldía contra el sistema y apunta al resultado final, en el peor de los escenarios, de la posible salida de Europa y el colapso de la democracia. Pero no es del todo irrelevante que el orden de los factores estén alterados entre uno y otro, dejando al margen lo familiar de las inclinaciones ideológicas de ambas castas dirigentes. En el caso de Syriza el motivo de la rebelión es la respuesta a la Unión Europea en nombre de la “soberanía nacional”, lo que da al movimiento un tinte “nacionalista de izquierdas”, rememorando el viejo estilo de los movimientos antiimperialistas. Por cierto se invoca la soberanía nacional como si la sociedad griega y sus gobernantes no se hubieran endeudado soberanamente y no se hubiera lanzado a disfrutar de los beneficios que la cobertura de Europa le ofrecía bien holgadamente con no menos soberanía. Lo que da a entender que la apelación a la “soberanía nacional”, puede ser el reclamo para justificar un régimen no muy deseable. En todo caso el proceso que se ha iniciado es incierto y tampoco es fácil adivinar si sus protagonistas tienen la estrategia muy clara o si se rigen por la improvisación. Se mueven entre la necesidad de renegociar la deuda, por enésima vez, cara a aliviar lo más posible su carga, pero no yendo más allá de lo razonable, o la tentación de hacer historia a la manera de Fidel Castro. A nadie se le oculta que sería tal el caos en el que Grecia se sumiría de salirse de Europa, que sólo cabría o la salida del poder de estos “nacionalistas de izquierda”, con la frustración consiguiente, o el injerto de un régimen dictatorial en un territorio propio de sociedades abiertas.
Por lo que a España respecta el impulso original de Podemos tenía por objeto derribar el “sistema”, termino tan ambiguo que designa a la vez la partitocracia rectora y corrupta con todas sus secuelas, cosa que tiene su parte de verdad, y la democracia a la que se hace responsable de esa corrupción y degradación, como si fuera una “falsa democracia”. Todo en un contexto, por cierto, en el que la apelación a la “soberanía nacional” se interpretaría por los seguidores de Podemos, potenciales o actuales, como si se les pidiese encomendarse a la virgen del Pilar antes de salir de casa. Los dirigentes que han tenido la habilidad de auparse sobre este caballo ganador del cabreo colectivo no se han preocupado de deshacer el embrollo y la confusión, sino que al contrario la han atizado, de acuerdo con sus convicciones profundas y su formación, tan próximas al autoritarismo leninista más ortodoxo. Se predica una “verdadera” democracia, una democracia “participativa” o una democracia “social”, como si la democracia vigente no fuera lo primero y no fuera cauce para la participación y la gestión de todo tipo de reivindicaciones. Los nuevos líderes hacen guiños constantes de que no quieren sólo cambiar el mobiliario o la disposición interior sino derrumbar la casa y los cimientos, dejando abierto el camino que llevaría a un régimen totalitario, del estilo de sus mentores. Por el momento el ascenso de este movimiento sigue el manual de la gestación de los movimientos totalitarios, aunque gran parte de sus seguidores piense en una “verdadera democracia” llena de justicia e igualdad: centralización del movimiento en un liderazgo carismático, indiscutible e inefable, inviolabilidad del líder, transformación de los seguidores en masas, obediencia ciega de las masas cuando se ponen en movimiento, ocupación de la calle y de los medios, fagocitación de los próximos y de los pacatos, neutralización de los adversarios próximos y potenciales que aun creen en una sociedad abierta, introducción de un lengua bélico que en nuestro caso entroncaría con la dialéctica guerracivilista, división de la sociedad entre los “buenos ciudadanos” y “los malos ciudadanos”....etc La infamia de que la democracia vigente, es la heredera del pasado franquista o que está contaminada por el mismo, es la justificación última que puede permitir el paso franco al totalitarismo. En este caso aunque la salida o el cuestionamiento de de Europa haya pasado a segundo plano en la agenda de la lucha contra “el sistema”, la salida de Europa sería la consecuencia inevitable del liberticidio. Se puede concluir que el desafío a la sociedad abierta es más expreso y directo en nuestro caso, mientras que en el caso griego el desmoronamiento de la democracia sobrevendría a la hecatombe de unos proyectos sociales y económicos suicidas. Sin duda que nuestra sociedad está más asentada y nuestras instituciones tienen a pesar de todo solidez suficiente, e incluso podría esperarse que el calentón que ha provocado la indignación sea pasajero, pero de la inestabilidad no nos libramos, máxime si consideramos la “aportación” que hace el separatismo catalán. Por eso parecemos condenados a estar en una no muy agradable sintonía con la dinámica que tenga Grecia y a servir cada uno de los redentores a los otros de inspiración mutua.

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