jueves, 19 de febrero de 2015

EL ATERRIZAJE DEL ÁNGEL


“Los experimentos, ni con gaseosa”, decía el bueno de Ángel Corcuera, pero si sólo se tiene gaseosa y están al alcance lo que parecen unas gotas de champagne de buen buqué, ¿quien no tratará de adornar con estas la gaseosa? El aterrizaje de A. Gabilondo es un experimento, que puede tener un alcance que escapa a sus patrocinadores. Por poco que resulte, trasciende la simple cuestión de presentar una candidatura aseada, en previsión de anunciados debacles en la Villa y Corte. Pero también puede rebasar las pequeñas pasiones en que se debate la camada socialista. Sanchez, que se debía sentir como una sardina a punto de ser enlatada, se ha decidido a entregar su alma, sino al diablo, sÍ al Ángel, como Don Ángel gusta denominarse en su exquisito y refrescante Blog, bien irónicamente según su talante. Que el candidato se haya atrevido a aceptar el “encargo” zambulléndose en la vorágine, con poco caso incluso al “desinteresado” consejo de su influyente hermano Iñaki, denota valentía o tal vez osadía, pero es difícil creer que sólo trate de salvarle la cara al PSOE y que no tenga conciencia de lo que supondría para la política nacional de salir bien la partida. Viene a la mente la figura de don Enrique Tierno Galvan, que tanto relumbrón dio al socialismo y tanta autoridad a la transición. Desde entonces ningún intelectual de tanta categoría ha tenido alguna relevancia política directa, ni siquiera indirecta. Pero Don Enrique navegaba a favor de la corriente y don Ángel es como un bombero enfrentado a un estado emergencia fatal. A este salvador se agarran no sólo Sanchez sino gran parte de militantes, que quieren escapar al terrible dilema que se les viene encima entre PI y PP. Por contrapartida su efecto podría ser algo más que dar lustre. El asunto invita a una doble reflexión: sobre la incidencia en el curso de la política española y sobre la relación de la intelectualidad con el público en materia política.
Está por desvelar la orientación política que seguiría Gabilondo. Seguramente él mismo está por descubrirse a sí mismo en esta faceta, aunque ya cuenta con la experiencia suficiente para conocer los entresijos del juego político. Cuesta creer, no obstante, que alguien tan formado en las profundidades del pensamiento y tan ducho en el arte de la hermenéutica y del deconstruccionismo sintonice con la onda del discurso ideologista y en el fondo decimonónico, que todavía priva por los pagos del socialismo hispano. Que carezca de ataduras ideológicas y partidistas refuerza esta posición. Parece también estar situado en las antípodas de los “intelectuales orgánicos” del tipo del equipo de P.I. Ya se sabe que el intelectual “orgánico” es al pensamiento lo mismo que la música militar es a la música. En cualquier caso y, aunque sea de paso, don Ángel representa una autoridad intelectual que puede avergonzar a los filibusteros del pensamiento, encaramados en las puntas del Share. Pero lo que se debate en el fondo es si esta autoridad puede aportar una dosis de realismo y relax al discurso dominante en las filas socialistas y del que sus dirigentes no se pueden desprender. Porque el problema de fondo del PSOE no es tanto la acción, sino el discurso con el que la acción ha de estar en consonancia. Son muchos años con la costumbre de mover pasiones y tragarse realidades, para que tarde o temprano no estalle la frustración por doquier. Ahora que es más perentorio que nunca poner en consonancia discurso y acción, cuando habrá que decidir entre hacer de comodín de los bolivarianos o colaborar con todas las fuerzas constitucionalistas. Es de suponer que don Ángel es consciente de que va a tener que jugar en esta partida final y que tiene clara la meta hacia la que se dirige.
Respecto a la intelectualidad y la izquierda en España, ya desde Miguel Primo de Rivera la izquierda tuvo poco éxito entre los intelectuales, o estos entre la izquierda, según como se mire. Su mayor cobertura vino de insignes literatos, poetas y artistas. Los pensadores y filósofos abonaron más bien la franja de la denominada “tercera España”, cuyo éxito político es conocido. Desde la transición ha seguido la misma tónica y aunque al comienzo de la democracia intelectuales de la talla de J.L. Aranguren, Tierno Galvan o Manuel Sacristán tuvieron su peso e incidencia, la izquierda se entendió más con los artistas y cantantes, tal vez por nostalgia de esta infancia de la democracia que fue la “movida” y cuyo espíritu, ya en alcanfor, pero con agua de rosas, estos representan. Buena parte de la intelectualidad de más relevancia pública está distanciada de la izquierda, pero no tanto porque haya mostrado una especial oposición a la misma, sino por la incomodidad que esta siente a quien se hace sospechoso de no respetar sus cánones sagrados. Tal vez, a diferencia de Francia, Alemania o incluso Italia, la influencia de los intelectuales en la opinión pública es más bien oblicua, salvo algún caso en momentos críticos. Sólo si se hacen pasar por tertulianos o alcanzan un reconocimiento indiscutible como Savater o sobre todo Vargas Llosa, su voz traspasa los círculos de los iniciados. La izquierda no se ha sentido incómoda en esta situación en la medida que la identificación ideológica de los suyos, es decir el espíritu de Partido o de secta como se quiera pensar, funcione automáticamente. Esto a pesar de la importancia que tiene la teorización ideológica en la definición de su identidad, y de la inclinación de profesores y estudiantes de la Universidad hacia la izquierda, con la consiguiente demanda de alimento ideológico. Ahora cuando este mecanismo automático de reproducción de la confianza en el Partido está en entre dicho se necesitan grandes remedios que den aire de autoridad. Pero Don Ángel no parece inclinado a promover un debate ideológico entrando en los vericuetos de la filosofía política, más bien parece inclinado a actuar políticamente con el bagaje de su formación y experiencia. Su aportación podría ser el lenguaje de los hechos, bien lejos de cualquier vulgar doctrinario. Seguramente es el primero que quiere evitar convertirse en el Ángel de la historia que pinta Paul Klee y comenta W. Benjamin, cuando vuela mirando hacia atrás los desastres y ruinas que deja la historia.




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