Las cuatro patas de la mesa de Podemos
:
-la casta trostkista dirigente,
-los oficios benefactores bolivarianos
( nostalgia sin duda de la madre patria y ganas de devolvernos el
favor),
-los Medios sedientos de Share y
generosos de prédica (perdón, quería decir de crítica)
-se completa con el sustento y el espíritu de un
público que parece dispuesto a llegar hasta el final por muy
evidente que sea el desastre que se avecinaría si los suyos alcanzan
el poder.
Esta es la pata sin duda más
determinante y retorcida de la mesa. Más ciego que el enamorado es
el enamorado que se enamora por afán de venganza. Cuando se ha
alcanzado este grado parece que hay poca cura y rectificación, hasta
que el proceso se consuma. Se demuestra otra vez lo poco que se
aprende de la historia, porque tal vez pese más la intrahistoria.
Gran parte de los dispuestos a perderse
en la aventura son gente relativamente acomodada, que se resisten a
relacionar su situación personal con la marcha del mundo y de su
país, como si las consecuencias de sus opciones no fueran con ellos.
Pero eso no explica la atracción fatal. Tampoco en sí mismo el afán
de victoria y la sensación de la proximidad de la misma. Esto
refuerza, pero no es motivo suficiente, para entregarse a lo
desconocido. Creo que el factor clave es lo que denominaría la
“inflación de la corrupción”. La reacción contra la corrupción
no sólo porque es mala en sí sino porque prueba maldades más
inconfesables, como la codicia y la insensibilidad.
Sin duda que la movilización que
capitaliza PI es una reacción contra la corrupción, nada más y
nada menos. No es preciso insistir ni glosar la gravedad de esta y el
efecto corrosivo y desmoralizador sobre nuestro tejido social. La
mayoría de españoles tiene derecho a sentirse humillado en su
dignidad, además de los daños económicos que ha sufrido. Es
completamente justo que los principales responsables pasen a mejor
vida política o penal y que el sistema de partidos vigente no quede
indemne como si nada. Ahora bien la contumacia con la que se cierran
muchos los ojos , la inocencia que se presume a la corrupción
“mesiánica” en la que se han criado sus líderes, indica una
forma peculiar de comprender este fenómeno. No es sólo por lo de la
viga y la paja. Hay una especial sensibilidad porque la corrupción
demostraría que la riqueza y la desigualdad son intrínsecamente
sospechosas.
Viene a cuento la observación de G.
Brenan que un blogero reprodujo con gran oportunidad:
comerciante de ultramarinos
dijo:
“El lado ético del socialismo, la
creencia de que a cada cual se dará, no según sus méritos, sino
según sus necesidades, también está hondamente arraigado en el
natural ibérico. Esta creencia, que nunca fue corriente en las
democracias, es parte de la tradición católica española. Este
rasgo es el que más distingue al cristianismo español del
cristianismo inglés y del francés. No hay raza en Europa tan
profundamente igualitaria ni con menos respecto hacia el éxito y
hacia la propiedad. Si los dos siglos venideros reservan a España un
futuro pacífico y feliz, podemos augurar que ello será en un débil
y paternal régimen socialista con amplia autonomía regional y
municipal: un régimen no muy alejado del sistema en el cual vivió
España a principios del siglo XVII”.
G. Brenan el laberinto español
Lo menos relevante es que Brenan
reduzca al socialismo un sentimiento común general en la izquierda
revolucionaria española que encarnó tan pródigamente el
anarquismo. Lo interesante es la continuidad, mas que histórica
intrahistórica, de ese instinto que hunde sus raíces en lo más
acendrado de nuestra tradición cultural y comprobar cómo resurge
cíclicamente cuando las condiciones son propicias. También es
interesante comprobar como esta vena se extiende a ultramar. El
rechazo alcanza a la democracia en tanto que “burguesa”, o como
se dice ahora “de ricos”. El cuestionamiento de la transición no
es más que el pretexto para enfilar una pieza de más enjundia.
Cuesta admitir que el pluralismo y la sociedad abierta implica cuotas
de imperfección, corrupción e injusticia y no porque la democracia,
como sistema, lo produzca sino porque los humanos podemos
comportarnos así sin salvación posible. La zozobra que sufre gran
parte del público de izquierda ante la tentación en que se debate,
es natural una vez que se ha despertado este instinto dormido unos
decenios y habida cuenta de toda la historia que a su ver habría que
reparar. Es de esperar que la paulatina incorporación de la vieja
España a la Europa natal nos evite instalarnos en ese escenario de
felicidad que Brenan pronosticaba, o por lo menos nos ayude a
pensar más en clave europea.
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