domingo, 11 de enero de 2015

¿DEBEMOS SER CHARLIE?


Escribía Will Durant que una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro; y la basura sacrílega o gratuitamente ofensiva que publicaba el pasquín Charlie Hebdo, como los antivalores pestilentes que defiende, son la mejor expresión de esa deriva autodestructiva.Yo no soy Charlie Hebdo, por Juan Manuel de Prada


La decisión de ser cada uno Charlie no es cosa de inclinación personal, sino de consecuencia ética. Al menos J.M. De Prada no comparte tal exigencia ética y aduce razones a tener en cuenta, pero que, según opino, invierten los valores que están en juego. Es evidente que en un orden civilizado y respetuoso con los valores de humanidad, la libertad de expresión ha de acabar cuando empieza el insulto y el escarnio, cuando se destruye moral, psicológica o socialmente. Y no sólo por lo que respecta a los límites legales, sino fundamentalmente a lo que tendría que merecer repudio social. Nadie admite que sea de recibo una libertad de expresión ilimitada y se repudia y se considera inaceptable lo que mueve a escándalo, lo que es especialmente etéreo si se pretende precisar con valor general. Pero escandaliza con razón la banalización del holocausto, la exaltación del terrorismo o de la violencia de genero. Sería igualmente inimaginable que se admitiese cualquier medio dedicado a vilipendiar los parados o los emigrantes y en general a los marginados. Cuando esto se prohibe o se demanda su prohibición se hace con el convencimiento de que se tiene razón para hacerlo, aunque sea difícil encontrar la figura a aplicar. En el campo del humor las fronteras son todavía más imprecisas, el paso del humor, a la ridiculización, la provocación, la ofensa no se puede graduar ni delimitar con carácter general, sin que eso justifique nivelarlo todo. En todo caso parece que la sensibilidad del presuntamente ofendido, junto con los parámetros culturales en los que esta se encuadra, ha de tenerse en cuenta, pero sin ser el criterio determinante. De serlo no habría humor ni sentido del humor. Tampoco parece que pueda establecerse un criterio objetivo universal y seguro, estamos más bien expuestos a examinar cada caso en particular poniendo en razón un determinado juego de valores. En el caso de Charlie Hebdo hay que ver si está en juego la libertad de expresión o los valores propio de la línea de esta revista, es decir si estos valores sobrepasan y contravienen la libertad de expresión moralmente, aunque se aproveche de ella. No me parece que las viñetas sobre Mahoma sean ofensivas contra el Islam, ni que tengan una condición que las conviertan en tales de forma manifiesta. Se mueven entre el humor y la provocación, pero contra los que usan un mensaje religioso con fines criminales. Una lectura mínimamente inteligente vería en ellas una denuncia de la manipulación interesada que algunos hacen de una religión. Tampoco se puede aducir la prohibición que contendría el Islam de tratar al profeta humorística o críticamente. De existir esta prohibición, sólo rige en términos morales y en conciencia para los miembros de ese credo y no puede ser nunca una falta contra libertad de expresión, la haga quien la haga. Otra caso es que lo que se tiene por sagrado se exponga ofensivamente o con intención manifiesta de ofender. La citada revista parece que bordea los límites con cierta frecuencia en el caso de la religión católica, sin que la tolerancia o el consentimiento del que hace gala la opinión pública, incluidos lo posiblemente afectados, haga menos ofensivo esto que lo que pudiera ser las viñetas sobre Mahoma. Una mentalidad civilizada reconoce que el bien mayor de la libertad de expresión implica males menores para que esta sea posible. Igual que no cabe confundir libertad de expresión con derecho a ofender, es una heroicidad decir estando amenazado lo mismo que uno diría de no estarlo. Aunque lo que se exprese sea muy discutible vale más que nunca en este caso el aserto de Churchill, “daría la vida porque mi adversario pudiera expresarse libremente contra mí...” La defensa del valor de la libertad de expresión implica defender que se pueda usar mal, sin que claro está eso signifique que ese mal uso tenga valor por ejercerse libremente. En Francia se ha atentado contra la libertad de expresión, no contra su posible mal uso, ni menos aún contra el derecho a la ofensa.

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