A propósito de la sorpresa de Arcadi
Espada por ser considerado “facha”, traída al caso por el Blog
de Santiago Gonzalez.
Lo que desconcierta del discurso
político es su extrema simplicidad, que lo hace tan impermeable y compacto como una tortuga. Me refiero claro está cuando este emerge de ideas o mejor creencias enormemente
simples y simplificadoras que se cuidan por interés político, pero
que también hipotecan el proceder de quienes están poseídos por
ese discurso, una vez que prenden en las masas. Estas creencias
simples se tornan en creencias-fuerza que soportan esas alambicadas
construcciones ideológicas, que no son más que un concentrado de sentimientos y vagas intuiciones, en las que la gente se siente a sus
anchas creyendo tener la clave del mundo. A la izquierda le resultó
cómodo el discurso de patrimonializar los valores democráticos y no
dudó en sumar a los nacionalistas presentándolos como parte de las
fuerzas democráticas e incluso constitucionalistas, a costa sin duda
de la relativización, cuando no desprecio, de la idea de la unidad de España. Este es el foco de
la plaga mental que sufre la sociedad española y tiene muy difícil
arreglo, porque la izquierda no puede cuestionar ese discurso
“fundacional”. Por supuesto hay mejores y peores creencias
simples. Pero quiero llamar la atención sobre el hecho de que las
malas creencias simples, cuando se convierten en dañinas
ideas-fuerza, infectan al mundo intelectual, con la paradoja de que
sólo pueden ser desmontadas si se empieza por la crítica
intelectual, como un cáncer sólo se puede curar si el diagnóstico
es acertado. Me temo que en este extremo la confusión que reina en
el mundo intelectual es tanta o mayor que la que reina en el pueblo
llano, que ya es decir.
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