Bochorno,
esperpento, delirio…pero también un destello de genialidad, aunque
sea la genialidad de la que es capaz un majadero. No me refiero a las
dotes picarescas del “pequeño Nicolás”, a la habilidad con la
que ha bailado entre las cloacas del Estado y se ha hecho un nombre y
un hombre en el epicentro del “capitalamigismo”, a su precocidad
en dominar las artes oscuras del “maquiavelismo”..etc. Tampoco
vale la pena insistir en la pestilencia y cutrez que se respira
presumiblemente en el mundo de los altos manejos. Con independencia
de cual fuera el uso y la posición que ocupa en las miserias del
poder, y no hay poder sin miseria del poder, todo apunta a que este
neófito ha inventado una figura inédita: la del mediador
conseguidor profesional. El “amigo” profesional. El
“capitalamigismo” se sustenta en una red de conseguidores
dedicados afanasomanente a gestionar licencias, calificaciones,
permisos, comisiones, subvenciones y pericias sombrías de todo tipo,
pero da la impresión de que son “funciones” asignadas a cargos y
dirigentes influyentes, que ejercen como parte de sus ocupaciones
generales. El PNic. habría liberado esa ocupación de las labores
particulares que se puedan tener como concejal, secretario local,
etc, etc, para crear una “profesión” semejante a la del
intermediario en tantas esferas de la actividad económica.. En la
"econopolítica" con este caso ya los favores no se intercambian
directamente entre los interesados, sino que se pueden gestionar con
este amigo de todos, altamente especializado y con más tentáculos que un pulpo, de una forma más aséptica y más
rápida, multiplicándose de esta manera los servicios. Lo que esta
“profesión” tendría de novedoso y original es el hecho de que
se ejerce en terrenos prohibidos e inconfesables, de modo que quien
la ejerce es como un espía que se ha de revelar desde la penumbra.
Su crédito y capital es eso de “ya se sabe que este viene de...”. Notorio y oculto a la vez, deambula entre lo pre-sabido y lo por saber.
Legalizar una “profesión” de este porte conculcaría los cimientos elementales de la democracia, es decir la confianza elemental entre los ciudadanos y sus representados. El público del fútbol acepta que su club esté en manos de poderes ajenos siempre y cuando se conserve la marca y tengan la expectativa de los triunfos soñados, pero lo último que le cabe a un ciudadano es que sus asuntos sean objeto de mercadeo a la vista de todos. Si son objeto de mercadeo al menos que no se sepa o se sepa lo menos posible. Por eso como el caso demuestra esta arriesgada figura siempre ha de estar al filo de la navaja y no sólo porque lo tiene difícil para hacerse una cobertura en la Seguridad Social, por ejemplo.
Legalizar una “profesión” de este porte conculcaría los cimientos elementales de la democracia, es decir la confianza elemental entre los ciudadanos y sus representados. El público del fútbol acepta que su club esté en manos de poderes ajenos siempre y cuando se conserve la marca y tengan la expectativa de los triunfos soñados, pero lo último que le cabe a un ciudadano es que sus asuntos sean objeto de mercadeo a la vista de todos. Si son objeto de mercadeo al menos que no se sepa o se sepa lo menos posible. Por eso como el caso demuestra esta arriesgada figura siempre ha de estar al filo de la navaja y no sólo porque lo tiene difícil para hacerse una cobertura en la Seguridad Social, por ejemplo.
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