domingo, 30 de noviembre de 2014

EL PEQUEÑO AMIGO


Bochorno, esperpento, delirio…pero también un destello de genialidad, aunque sea la genialidad de la que es capaz un majadero. No me refiero a las dotes picarescas del “pequeño Nicolás”, a la habilidad con la que ha bailado entre las cloacas del Estado y se ha hecho un nombre y un hombre en el epicentro del “capitalamigismo”, a su precocidad en dominar las artes oscuras del “maquiavelismo”..etc. Tampoco vale la pena insistir en la pestilencia y cutrez que se respira presumiblemente en el mundo de los altos manejos. Con independencia de cual fuera el uso y la posición que ocupa en las miserias del poder, y no hay poder sin miseria del poder, todo apunta a que este neófito ha inventado una figura inédita: la del mediador conseguidor profesional. El “amigo” profesional. El “capitalamigismo” se sustenta en una red de conseguidores dedicados afanasomanente a gestionar licencias, calificaciones, permisos, comisiones, subvenciones y pericias sombrías de todo tipo, pero da la impresión de que son “funciones” asignadas a cargos y dirigentes influyentes, que ejercen como parte de sus ocupaciones generales. El PNic. habría liberado esa ocupación de las labores particulares que se puedan tener como concejal, secretario local, etc, etc, para crear una “profesión” semejante a la del intermediario en tantas esferas de la actividad económica.. En la "econopolítica" con este caso ya los favores no se intercambian directamente entre los interesados, sino que se pueden gestionar con este amigo de todos, altamente especializado y con más tentáculos que un pulpo, de una forma más aséptica y más rápida, multiplicándose de esta manera los servicios. Lo que esta “profesión” tendría de novedoso y original es el hecho de que se ejerce en terrenos prohibidos e inconfesables, de modo que quien la ejerce es como un espía que se ha de revelar desde la penumbra. Su crédito y capital es eso de “ya se sabe que este viene de...”. Notorio y oculto a la vez,  deambula entre lo pre-sabido y lo por saber.
 Legalizar una “profesión” de este porte conculcaría los cimientos elementales de la democracia, es decir la confianza elemental entre los ciudadanos y sus representados. El público del fútbol acepta que su club esté en manos de poderes ajenos siempre y cuando se conserve la marca y tengan la expectativa de los triunfos soñados, pero lo último que le cabe a un ciudadano es que sus asuntos sean objeto de mercadeo a la vista de todos. Si son objeto de mercadeo al menos que no se sepa o se sepa lo menos posible. Por eso como el caso demuestra esta arriesgada figura siempre ha de estar al filo de la navaja y no sólo porque lo tiene difícil para hacerse una cobertura en la Seguridad Social, por ejemplo.

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