*Ha fallado la transmisión
intergeneracional.
*Decía Platón que soñamos hacer lo
que no nos atrevemos a hacer despiertos. Nuestros jóvenes quieren hacer lo que
sus viejos se dieron cuenta que no tenía sentido hacer, pero les hubiera colocado
hacerlo. Una de las cojeras de la transición es que la pata de la izquierda no
se ha atrevido a reconciliar la razón y el sentimiento a favor de la razón.
Los jóvenes aceptan la democracia
y repudian la monarquía y “el sistema”. En realidad tienen a la democracia y el
derecho por algo natural y los desligan de la monarquía y del sistema
institucional. Asocian este mecánicamente a la corrupción galopante, la
incompetencia y la injusticia. Se sienten en suma desconectados de la herencia
recibida y, si la consideran, la tienen por algo maldito. Es natural, porque
sus padres sólo asumieron la Constitución, pero no la monarquía ni el sentido patriótico, a lo que consideraban
residuos e intrusos franquistas. Esta hostilidad se tradujo también en la
deslegitimación de la derecha a la que se niega sinceridad democrática. Lo que
en los padres era un sentimiento oculto y olvidadizo, sometido al interés
racional de conservar la democracia, es en los jóvenes un sentimiento
manifiesto que no precisa refrenarse porque no sienten que haya nada que
perder. Porque al fin y al cabo la libertad no sería una conquista sino un
fruto de la naturaleza. El desamparo ante la crisis y la peculiaridad de
nuestro sistema mediático han sido los detonantes.
*El drama de España: la izquierda
ha superpuesto el sentido social al sentido patriótico. No ha sido suficiente compensación
el impulso del sentido de ciudadanía.
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