Lo que más me llamó la atención de la grosería e intemperancia de Cañete
fue lo atronadora que resultó, la ausencia de disimulo y de conciencia del
significado de lo que dijo y sobre todo de las consecuencias políticas. Porque su oficio es la política, o al menos
lo decía ejerciendo como político.
Aunque pueda sonar a tomar el rábano por las
hojas, el hecho incide en mi sospecha de que si a la política española en
general le falta “fineza”, a los políticos de derecha les falta la más
elemental competencia en el oficio de la política. En parte es lo mismo que lo
que se entiende en nuestros días por profesionalidad, pero no en el sentido de
falta de motivación por su oficio o dedicación sino por razones más profundas a
tratar. No se trata de que sean mejores
o peores gestores de la cosa pública, más dedicados o menos, con ideas y
programas y planes de actuación mejores o peores, sino algo tan inexcusable y
hasta decisivo como manejarse en las reglas NO ESCRITAS. Es como si un abogado numero uno de su promoción por
su consumada erudición insultara sistemáticamente en sus alegatos al jurado o a
los jueces tachándole sus defectos, o perdonándoles la vida. A la derecha le
falta además de finezza, la más
elemental, EMPATÍA POLÍTICA. No me
refiero, como le achaca la izquierda muchas veces injustamente, de que carezca
de sensibilidad social hasta el punto de ser el esbirro de los grandes explotadores, sino de
que carece de sensibilidad de las sensibilidades públicas, sentido de cómo la
gente siente lo que se les dice y transmite. Entiéndase lo que voy a decir. Si
lo que dijo Cañete lo hubiera dicho Berlusconi o Putin, nadie se hubiera
extrañado. Seguramente las han dicho más gordas, pero al hacerlo, además de
decir lo que les gustaba decir, sabían lo que decían, políticamente hablando.
Contaban con que eso conectaría con muchos de sus ciudadanos y que en la
balanza de beneficio y pérdidas, por lo menos no saldrían perdiendo, por muchos
reproches que recibieran y merecieran. No por razones morales, sino porque
conocen sobradamente la mentalidad de la opinión pública de esas naciones y
sintonizan espontáneamente, sin necesidad de un saber o una preparación
especial. Ya lo maman como se dice de los que aprenden la lengua materna. En el
caso de España es obvio que aunque exista mucho machismo práctico, el machismo
político, las glosas o simples insinuaciones que suenen a machista merecen un
reproche abrumador, también por parte de la opinión pública de derecha. Hasta
el machista más contumaz, de tener un mínimo de interés político, se habrá
sentido alarmado por estas afirmaciones. Esto puede resultar hipócrita, pero en
el fondo sería una hipocresía sana, porque ayuda en general a que mejoren las
costumbres y hábitos personales. “Dios escribe recto con reglones torcidos”
decía la santa, “a veces”, se podría añadir.
Otro ejemplo: el PP empezó a dilapidar su capital político desde el momento
que Aznar se despatarró en la Casa Blanca y lo colmó con la hazaña de la foto
de las Azores. Ninguna razón geoestratégica o de compromisos podía justificar
tamaño suicidio. No me refiero a la política que se llevó a cabo, sino a la
foto. Al verlo sentí la misma sensación que con la imagen de las Torres Gemelas
en llamas, que nada iba a seguir igual. El universo mediático en el que vivimos
afecta profundamente a los modos de hacer política, porque la opinión pública
está en la vida del político tan presente de día como la ropa interior que hay
que llevar puesta y de noche como la almohada en la que duerme. Aun así, sigo
creyendo que el manual indispensable del político sigue siendo “El príncipe”,
pero no para ser inmoral, como suele pensar la conciencia bien pensante de
formación católica ortodoxa, sino para saber las reglas no escritas que
inevitablemente privan si incluso se pretende hacer con eficacia una política de calado ético. No le vendría
mal a muchos de la derecha echarle una ojeada, aunque al principio les repugne.
La incompetencia técnica, en suma profesionalidad, de la derecha remite así a una elemental
carencia de empatía política. Si el
asunto es como lo intuyo, aclarar las raíces de tan original fenómeno, si lo
situamos en el contexto de las formas de la política occidental, merecería un
simposio de historiadores, comunicadores y psicólogos.
Creo que poco puedo aportar para clarificarlo, pero no resisto la tentación
de sugerir tres tipos de razones, según sean de carácter cultural-metafísico,
histórico y de circunstancias del
momento. En cuanto a la primera, la tradición apolítica de las clases
dirigentes hispanas embelesadas con el honor, sin noción de la eficacia
productiva, la negociación, el riesgo y sobre todo la responsabilidad social.
Por desgracia el pueblo tomó el negativo: el bien personal como deferencia del
poder, al igual que la salud del alma como gracia de los curas. Al fallar las
dos cosas, ni Estado, ni Iglesia, ni Dios…
Respecto a la historia, la fractura de la continuidad histórica entre la
derecha liberal que llegó hasta la dictadura de Primo de Rivera. Aunque la
derecha actual no tiene nada que ver con el franquismo, se improvisó a partir
de los reflejos franquistas: disfrute de las ubres del Estado, amparo en los
faldones de la Iglesia. El fracaso de UCD resultó casi una tragedia en este
campo. Suarez era perfectamente consciente de esta enfermedad de fondo y tenía
voluntad y bastante claridad para afrontarlos. Los que conspiraron para
arruinarlo tienen una responsabilidad que me temo nunca van a penar, por la
insignificancia en la que han quedado.
Por último, es más ocasional y del momento pero refuerza lo anterior. Como
es sabido los partidos españoles dominantes salen a imagen y semejanza de sus
dirigentes. Estos mientras son dirigentes son también líderes. Rajoy será toda
la vida un registrador de la propiedad, con pasión política eso sí. Mezcla una
sensibilidad por los efectos prácticos de sus políticas y un honesto sentido del Estado, con la idea
subconsciente de que los asuntos públicos son del tipo de los que se han de
resolver en una gestoría. Aquí priva la discreción, la constancia y la letra
pequeña, (supongo porque apenas he pasado por una gestoría). El público es un
expediente que puede tornarse incómodo las más de las veces. Importa no fallar
y estar bien preparado. El discurso prima sobre el debate: decir lo que se debe
decir sin despistarse ni exponerse. Para Rajoy un discurso, una intervención
pública es como pasar por una oposición. Cuenta tanto o más que saberlo y comprenderlo, llevarlo bien
aprendido o parecerlo, y no equivocarse. Al subir a la tribuna en los días
transcendentales debe venirle a la mente el día glorioso en que se enfrentó al
tribunal que lo catapultó a la notaría y a la carrera política. Lástima, porque
la mayor destreza de Rajoy es el debate espontáneo. Pero Rajoy que es un
dirigente que se siente líder, y sabe que lo es en tanto dirija y mande, quiere
que los suyos sean como él piensa que
debe ser, más que como podría ser en parte. No sólo por miedo a perder el poder
entre los suyos, sino porque cree sinceramente que así debe ser el buen
político.
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