sábado, 22 de marzo de 2014

UN NACIONALISTA LEAL



Azcuna  representa el tipo de nacionalista para el que estaba trazada la Constitución. Se necesitaba una carambola de lo más afortunada y fantástica para que este sueño fuera real. Como era lógico todo ha ido por los cauces previsibles, es decir de la peor manera posible. El edificio del Estado de las autonomías es como el diseño de una mesa encargada de soportar el suelo sobre el que debe descansar. El título que deja abierta las competencias de las autonomías y el Estado junto con el “café para todos” se han mostrado una mezcla indigerible que ha encabronado a los nacionalistas y ha despistado cuanto menos al resto de la nación. Se dispuso de algo tan abierto para integrar, pero se ha demostrado un mero expediente para salir del paso. Con toda su candidez las fuerzas constitucionalistas contaban con la lealtad de los nacionalistas porque eran demócratas. Pero sobre todo pesaba en la izquierda dos ideas nefastas: que el nacionalismo sólo era una reacción legítima al centralismo opresor; que la burguesía nacionalista no era más que una derecha camuflada guiada por el exclusivo interés  económico. Nos encontramos ahora con que la vocación separatista de los denominados nacionalismos democráticos ha emergido como los ojos del Guadiana, sorprendiendo a todos que lo que estaba tan a la vista fuera aparentemente tan subterráneo. Pero dejemos que el agua corra. La verdadera sorpresa se la han debido llevar tantos nacionalistas al  darse cuenta de lo fácil que ha sido y está siendo todo, tanto que quizás tengan que tragarse lo que puede estar contaminado.
En este contexto la figura de Azcuna es algo desconcertante por lo que tiene de normal. Comparada con la gran política, la alcaldía de las grandes ciudades promete ser algo grato y reconfortante. Permite dedicarse a la gestión a cubierto de las grandes diatribas ideológicas de la lucha política cotidiana y también demostrar honestidad, rigor y generosidad sobre todo si el alcalde tiene esas virtudes. Los partidos  la tienen por un escaparate de lo buenos que pueden ser y los alcaldes pueden hacer de ella una plataforma para la gran política o un reducto para satisfacer su interés de servicio público. Azcuna a lo que parece ha sido impecable y hasta excelente. Detalles al margen, Bilbao es de verdad una cosa grande de su mano. Seguramente los bilbaínos y los nacionalistas presumirán por igual de él con un orgullo que no es simétrico. ¿Pero qué significa dentro del nacionalismo vasco?. Sus posiciones han sido muy constitucionales y respetuosas con toda España, parece que se ha sentido tan cómodo en el País Vasco como en (el resto de) España. Seguramente está en la línea de lo que representó Ardanza ahora ya caducado. Pero su influencia es ajena a la alta política, no ha ido más allá de la alcaldía y de la impronta que deje su obra. En los tiempos de espera que estamos, a la espera de lo que pase en Cataluña, sólo el tiempo desvelará la duda: ¿Indica la existencia de un sector nacionalista dispuesto a ser respetuoso con la Constitución y hostil al contagio etarrista?, ¿es más bien una personalidad que ha hecho y le han dejado hacer porque también al nacionalismo le conviene la apariencia de eficacia y normalidad?.  En todo caso igual que el discurso dominante nacionalista al calar entre las masas obliga a los dirigentes, también la huella del buen hacer puede estimular a los ciudadanos a reclamar políticas de hechos, o por lo menos a distinguir entre los hechos y los mitos.

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