viernes, 28 de marzo de 2014

SUAREZ Y LA SOLEDAD COLECTIVA



La soledad política e institucional de A. Suárez se completó con la soledad social. La puntilla fue la feroz campaña televisiva protagonizada por I. Gabilondo con la anuencia del por entonces director general de TV. F. Castedo. Cada telediario cumplía visita a lo más infernal de la geografía del paro. Todo desconcertaba y sublevaba por lo intenso y novedoso. Las quejas y denuncias de las víctimas llenaban la pantalla y apuntaban con el dedo a la presunta impasibilidad del presidente del gobierno, mientras este se consumía en la impotencia. Como suele ocurrir, el mago de la imagen mediática acabó vilipendiado por el medio al que modernizó. Cuando se asentó el bipartidismo las televisiones volvieron a guardar las formas, cada uno con los suyos. Hasta que ha coincidido la crisis y el gobierno de Rajoy. Ahora las cadenas generalistas privadas rivalizan en mostrar las consecuencias humanas de la crisis en un carrusel incesante de rostros angustiados y angustiosos que sienten ver privados su dignidad y su subsistencia. Pero ya no es tan claro quien puede ser el receptor de esas quejas y de la solución de las mismas.  Se da por su puesto la depravación o ineficacia del gobierno pero eso ya no es suficiente, si alguien sabe qué hacer se lo calla. Sólo subyace el mensaje subliminal de que la sociedad se divide entre los sensibles y los insensibles, entre los solidarios y los conformistas, los indignados y los complacientes. Se hace así  acopio de fuerzas aunque estas no vengan avaladas de alternativas. La impotencia de Suárez obedecía tanto al rigor de la crisis como al agotamiento  de su modelo político. Y como no, a la explosión incontrolable del odio larvado que despertó. Hoy prima la sensación de impotencia colectiva, caldo de cultivo excelente para que cada uno experimente la soledad política a su manera y para que algunos hagan de la exhibición de la violencia  y del aura de la impunidad su modelo alternativo.

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