Me
llama la atención la presencia continua en las tertulias y debates mediáticos
de insignes líderes y propagandistas separatistas tratando los asuntos de
actualidad en toda España. Normalmente actúan como uno más, muchas veces sobre
temas que no tienen que ver con el proceso separatista. Por supuesto están en
todo su derecho y no hay nada que objetar. Al contrario es interesante que
acudan y además normalmente tienen opiniones valiosas. Por otra parte nunca han
tenido problemas por su posición, más bien reciben un cierto plus en el trato.
Pero se plantea algo parecido a lo que pudiera ocurrir si un club deportivo se
hace portavoz del separatismo. Si fuera coherente reclamaría jugar sólo en una
liga de la comunidad que pretender separar. De no conseguirlo tendría que
renunciar a participar en la liga “estatal” o si prefiere participar hacer
público que lo hace forzosamente. Parto de que el sentimiento nacional es un
sentimiento de corresponsabilidad con lo que concierne a los ciudadanos de una
determinada nación. Los que intervienen en las tertulias pueden hacerlo por
sentirse corresponsables, por simpatía o
interés o simplemente porque les conviene hacerlo, bien por lo que cobra u
otras razones. Todo es igualmente legítimo. Ahora bien creo que si se les
objetara que no se sienten concernidos por los asuntos que tratan, ya que solo
se sienten concernidos por lo que afecte a lo que consideran su nación, se
indignarían y denunciarían la correspondiente
“”talytalfobia”. Como se indignaría el citado club, si se le dijera que esa no es su liga, porque no la
siente suya y conspira contra ella. Creo que se indignarían sinceramente y desde su perspectiva, y desde
la perspectiva que seguimos habitualmente, tendrían razón. Pero debieran
reflexionar sobre lo que significa lo que hacen. El independentismo es una
alternativa política legítima como cualquier otra, pero es sobre todo una
posición moral: la decisión de comprometerse sólo con una parte y
descomprometerse con el todo al que, de momento, se pertenece. Al sentirse
concernidos por lo que importa al todo resulta que o bien no tienen tantas
razones para querer la separación como creen o bien siguen una inercia que por
lo que sea no se atreven a romper. Se olvida muy fácilmente que la separación
no es sólo un nuevo orden político sino la quiebra de un sistema de compromisos
y corresponsabilidades fijados afectivamente. Soy consciente que planteo un
tema de coherencia moral que suena prácticamente antediluviano. Pero, bueno,
también hay que tenerlo en cuenta.
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