En el programa de RNE “No es un día cualquiera”, realizado en Barcelona el
pasado domingo, la presentadora Pepa Fernández manifestaba su sorpresa de que
Javier Cercas hubiera recibido por aquellos lares una repulsa masiva y por lo
visto bien furiosa, cabe imaginar que dando lugar a un espectáculo semejante a
los que protagonizan algunas multitudes cuando se rasgan las vestiduras, crujen
los dientes y se flagelan inmisericordes, sorpresa debida a un artículo en el
que defendía algo tan razonable y de sentido común como que el denominado
derecho a decidir no era tal derecho por contravenir la legislación vigente y
que el respeto a la ley era el abc de cualquier democracia y sistema de
convivencia. Este hecho debió afectar tanto a la presentadora que la movió, sin
decir el motivo que presumo verdadero, a organizar un debate sobre “la
disidencia”. Esta sorpresa ingenua como la ya citada, y bien previsible para
cualquier mirada objetiva, por tamaña reacción escatológica ante una voz
des-concertante revela que la fractura de la sociedad catalana no sólo alcanza
a las ideas y tomas de postura fundamentales sobre su futuro sino sobre todo al
talante. En este extremo la asimetría es absoluta. Los unos han saltado hace
tiempo la raya del razonar y como los fuleros o los vendedores de feria
concentran todo su ser y sus capacidades en buscarle las vueltas al adversario,
tornado enemigo pestilente, y destrozar su imagen hasta dejarlo como un
guiñapo; los otros no se pueden imaginar que sus conciudadanos abandonen el
sentido común y que este sentido ya sea
tan poco común. Los unos no dan tregua, cuartel, ni tiene piedad; los otros se
mueren por comprender al prójimo y compartirlo todo. Pero no porque los
primeros sean demasiado listos, los segundos son tontos. El problema es que no
se atreven a pensar sus razones y hacerse fuertes con ellas. En una sociedad tan
normal y normalizada como la nuestra, y no es una crítica, los que quieren
romper la baraja cuentan con una tripe ventaja: la sorpresa, la voluntad de
luchar y vencer a toda costa y la falta de vergüenza en el uso los medios y la
búsqueda de los fines. Eso obliga a quienes no están en la onda a pensar mucho
más que de costumbre y a enterarse de lo que puede ser muy desagradable.
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