miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA GRANDEZA DE FLORENTINO.



Aunque Florentino Perez parece un gestor serio, prudente y competente, el mínimo examen de su trayectoria al frente del Real Madrid debería provocar alarma y zozobra sobre sus instintos profundos.
La doble operación del fichaje de Bale y del traspaso de Özil demuestra que su pasión por el marketing es inversamente proporcional a su cuidado por la lógica deportiva. Desconozco el mérito deportivo de Bale, pero estoy seguro que pocos técnicos avalarán compararlo con Ronaldo y menos con Messi. Más seguro estoy que, de no fichar el Barça a Neymar, no hubiera ofrecido más de sesenta millones de euros por este jugador. Si el traspaso de Özil ha tratado de compensar aquellos faraónicos gastos con el aval de la dirección técnica, esta merecería un análisis de capacidad intelectual no sea que sus miembros no superen el grado de los bordelines.Pocas cosas son más evidentes que el germano turco era, además de un jugador joven en progresión y uno de los  más geniales de Europa en su puesto, el toque de distinción de un equipo organizado por Mourinho para la ramplonería.  Parece que su único pecado fue  una cierta discreción que lo inhabilitaba para las grandes portadas y la venta de camisetas al por mayor. Ni siquiera la compra de Isco lo explica, pues posible proyección aparte, el malagueño bien puede crecer a la sombra del germano. Si el fichaje de Neymar estuviera destinado a explotar la infantilidad deportiva de Florentino no podría haberle salido mejor. Después de la experiencia tragicómica de Mourinho Florentino ha tratado de recuperar el tiempo perdido. Porque su verdadera liga no es la deportiva, sino la del poderío y de la reputación mundial. En eso siempre tiene que ser el primero y ha de devolver a su principal adversario, el Barça golpe por golpe, de forma inmisericorde. Aunque crujan las costuras de la Liga española. Tras el fichaje de Neymar los periodistas de la capital pedían venganza, demostrar quien puede fanfarronear más con más pasta. Es tal la urgencia de esta liga que los éxitos deportivos parecen ser el combustible que la mantiene activa. Después de la novena y el despido de del Bosque por “poco mediático”, se confió en Mourinho para poner fin a los tumbos en los que la nave blanca se debatía. Un cambio de modelo, se otorgaba al portugués  el papel principal del espectáculo y se daba por descontado todos los éxitos deportivos posibles. Resultó un fiasco, en el que la zafiedad mediática, la estrategia permanente de la tensión, hacia fuera y hacia dentro, como único argumento deportivo, con desperdicio clamoroso del potencial deportivo que se le entregaba, acabó con la huida por la puerta falsa y la defenestración del ídolo del madridismo Casillas. Al menos la desvergüenza sirvió para ocultar el más sonoro fracaso deportivo de los últimos tiempos. Pero Florentino presiente que, como la Francia postnapoleónica, el madridismo se rige más por la nostalgia de la “Grandeza” y que reverdecerla no depende tanto de la sabiduría deportiva, como de la  renovación de la “ilusión” de poderío con contundente talonario. Milagrosamente el imperio del marketing y las ínfulas de la gloria tronante se avienen como uña y carne. Se ha demostrado que si la ola en la que estás subido te tira, viene otra seguida y luego otra. Todo consiste en levantar la ilusión de encaramarse a la siguiente ola. Aunque cada vez quede más lejos la orilla.



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