viernes, 13 de septiembre de 2013

EL SUEÑO DE BLANCANIEVES



La irrupción de una pandilla de mostrencos facciosos, se supone que después de una buena cenorra y gozosa francachela, en la fiesta de la Generalitat en Madrid ha debido recomponer los circuitos neuronales de muchos nacional-catalanistas y dar carnaza perdurable a tertulias y medios patrióticos como TV3. Ahora no sólo podrán decir “Espanya ens roba”, sino además “Espanya ens pega”, con la misma razón y entusiasmo probados. Para el imaginario de un nacionalcatalanista fetén lo razonable sería que, ante la evidencia de la arremetida separatista, “els espanyols” hicieran amago de acudir a rebato tras la cabra de la legión a invadir Cataluña por el Ebro. Sin épica la independencia tendrá menos lustre. Pero allende el Ebro reina la desidia contemplativa y la sorpresa escéptica, como si todos se hubieran convertido al más sabio y dulce budismo. A lo sumo la gente se divide entre los que sienten asistir estupefactos a una especie de baile de locos y entre los que creen que esta es la enésima representación en un teatro para el que no vale la pena sacar entrada. Es el hartazgo del perdedor que piensa que la batalla no existe porque no es una cosa civilizada ni de nuestro tiempo. “Falta que el Estado haga pedagogía en Cataluña sobre la excelencia de la unidad con España”, “falta dialogo, que los políticos se entiendan y lo arreglen”, "¡federalismo¡", "¡reforma de la constitución¡", gritan los unos y los otros como haría Blancanieves al despertar de un sueño de decenas de años, pero despierta  no por el beso de un príncipe encantador sino por el bocado procaz de algún Polifemo triunfant.

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