La represión homófoba de la que se hace gala en Rusia abunda en la
sensación de que la mentalidad y las costumbres profundas de esta sociedad
están ancladas más en la época feudal que en la modernidad. Pero no estamos
ante un regreso repentino a tiempos prerrevolucionarios sino más bien ante la
continuidad con las pautas que transmitió el régimen soviético. Viene al caso
interrogarse por la aportación histórica de los experimentos comunistas para la
modernización de las sociedades que los disfrutaron casi todas a su pesar. A la
vista de la experiencia histórica parece que el único intento serio de
modernización se debe a Pedro el Grande. Por lo que al régimen soviético se
refiere, la terrible transformación económica y social que convirtió a la
inmensa mayoría de la población en asalariados al servicio de élites
burocráticas parasitarias e incompetentes permitió salir de la miseria a una
parte considerable del pueblo ruso a cambio de la universalización de la
pobreza y del sacrifico de la población molesta o incómoda. Pero estas
transformaciones que condujeron a una economía esclerotizada no sólo no derivaron
en democracia y estado de derecho como es notorio, sino a lo que parece dejaron
intactas lo más granado y viciado de las costumbres ancestrales de la eterna
alma rusa. El régimen soviético parece guardar con el alma rusa la misma
relación que la última matrioska con las matrioskas que contiene dentro. Al
destaparlo aparece su matriz pero más pequeña en una serie interminable. Los
grandes alardes destructores de la tradición ortodoxa y zarista eran
operaciones destinadas a crear una nueva matrioska. Se puede decir que el régimen
soviético bajo su disfraz revolucionario se nutrió de los impulsos autoritarios
y nihilistas que tan profundo arraigo tienen y que tanto denunciaron Tolstoi y
Dostoievsky y los estimuló hasta las peores consecuencias imaginables, sin por
otra parte apenas alentar las virtudes de cordialidad y humanidad que animan al
pueblo ruso. El régimen putinesco al uso legitima su poder en la satisfacción
de estos reflejos autoritarios y nihilistas tan arraigados que tanto refinó
hasta la brutalidad el régimen soviético. En gran parte la voluntad rusa tiene
los pies posados en Oriente mientras que con las manos pretende agarrarse a
Occidente, con el agravante de que sólo sabe moverse dando vueltas sobre sí
misma. Al menos este es el camino con el que los antiguos burócratas del nuevo régimen
pretenden reverdecer los sueños imperiales que tanto parecen encantar a su
población.
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