domingo, 11 de agosto de 2013

"ES QUE NO SE QUIERE HABLAR DE..."



Cuando sobreviene un problema  sobre el que  a algún contrincante  resulta incomodo  pronunciarse, este suele  reprochar al adversario “que no quiere que se hable de lo que de verdad importa”. El argumento es recurrente entre los partidos y ya es moneda común en la opinión pública.  El PP advertía que Zapatero trataba de evitar hablar de la crisis o del caso Faisán, al propugnar el matrimonio gay, mientras que por ejemplo ahora el PSOE  y la izquierda en general  imputa al gobierno la cortina de humo de Gibraltar. No es fácil discernir si en la picaresca política predomina   la triquiñuela del gobernante para ganar tiempo o   la de la oposición para no soltar su presa. Lo que se demuestra es que en política importa más el asunto que se pone en primer plano que lo que se pueda decir del tema. La primera batalla que sostienen los medios es la de imponer el asunto a tratar. Mientras una televisión generalista  llevaba a la polémica de los contertulios las aventuras financieras del marido de la señora Cospedal,  poco después otra de signo opuesta ponía sobre el tapete la fortuna de la mujer del señor Rubalcaba. Naturalmente ninguna trató del otro tema, y es seguro que  los seguidores de unos y otros achacarían a la otra parte  la mala fe de sacar el tema para “demonizar” a su adversario, así como reivindicarían el derecho de los suyos de informar verazmente. Pese a toda esta evidencia es difícil que la opinión pública se haga a la idea de que las contiendas políticas tienen el mismo cariz que los enfrentamientos entre los abogados en los tribunales, donde la verdad sólo se puede abrir paso entre las tinieblas. Pero el reproche suele tener un  fin más oculto. Se cree que al sacar un tema   el contrincante ya está descalificado, como si los argumentos que se expongan carecen de antemano de valor y son argucias de quien pretende evadir  su responsabilidad. En la práctica sucede que hay asuntos insoslayables que se imponen por sí mismos tarde o temprano, por mucho que  los políticos y periodistas pícaros traten de meter sus morcillas como los malos actores. Los temas insoslayables como la corrupción, la crisis y sus derivados se tratan hasta la extenuación como  una ruleta que rueda repitiendo los mismos argumentos e ideas, o falta de ideas sin pausa ni descanso. Pero no debiera resultar tan fácil escapar de tratar lo que resulta incómodo, cuando esto es también insoslayable. Cuando los políticos y periodistas se sientan obligados a  atarse los machos  a la hora de ejercer su  poder de decidir de qué se habla y de qué no,  será señal de que tenemos una opinión pública madura.

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