miércoles, 14 de agosto de 2013

ENTRE LAS TERTULIAS Y EL TEATRO



El éxito de las tertulias mediáticas, fenómeno singular de España,  ayuda a hacer soportable el acartonamiento y la previsibilidad de la clase política, pero también suple la necesidad que mucha gente tiene de  debatir, dado que no suele y casi no puede hacerlo.  Uno de los tópicos al uso es que la gente habla o dice de esto o lo otro  de lo que está en boga políticamente. En realidad de política se habla muy poco, apenas, calculo, que una centésima parte de lo que se habla del futbol, de las fiestas o de las cosas familiares y cotidianas. Los políticos palpan el estado de la opinión pública por medio de encuestas, pero nunca por debates y diálogos que salgan de los estrechos pasillos de sus oficinas, los platós mediáticos o como mucho sus agrupaciones de partido. Su principal referencia son los titulares mediáticos que contribuyen a crear y su propio olfato. Que un pueblo tan hablador y que tiene un punto notable de interés por la política,  o mejor por la contienda política, como el español, sea tan renuente a debatir de política puede sonar a misterio. Pero las razones son muy sencillas y hasta prosaicas.   Los más interesados suelen hablar con los afines, con quienes se tiene acuerdo de antemano, de modo que más que debatir se procede a la mutua confirmación. Fuera de esta órbita se teme la polémica por el daño que pueda producir en las relaciones personales, hasta llevarlas a la discordia. Apenas se va más allá de repetir los lugares comunes en los que todos estamos de acuerdo y que nadie que se precie puede dejar  de presumir: que los políticos se lo llevan crudo, que se bajen el sueldo...etc. En un mundo  tan impersonal como el que vivimos las relaciones personales son tan frágiles  y veleidosas  que la confianza es uno de los bienes más dignos de proteger. El español igual que valora por encima de muchas cosas la cercanía personal  es muy susceptible de sufrir por ver su opinión contradicha. Siente la discrepancia política como una recusación personal casi insoportable. En  el ADN colectivo sigue impresa la idea dogmática de que verdad no hay más que una, y lo que es peor, que la verdad no se busca sino que se tiene. Dudar de la verdad que uno siente es como poner en tela de juicio la propia valía. Argumentar mejor o peor la verdad es en el fondo secundario y anecdótico a este respecto. Por eso en las tertulias se busca prioritariamente argumentos que refuercen la verdad que ya se posee. Los tertulianos ejercen así de intermediarios entre las ideologías y la complejidad de la actualidad, paliando de esta manera la dificultad de pasar de la opinión genérica a una opinión operativa que tenga en cuenta la dinámica concreta de las cosas. Su influencia revela la distancia entre las grandes ideologías, que se tienen casi de nacimiento,  y el pensamiento práctico. Pero es discutible que los tertulianos no se limiten a reproducir como si fuera una representación teatral  el escenario político y que no sean más que una extensión más divertida de sus progenitores políticos, cuando no traten de ser los auténticos líderes. En la práctica las tertulias alimentan la visión de la política con la que más se congenia en España. Pero la política no es sólo teatralidad y contienda polémica, también es gestión y ocupación con las cosas. Lo decía Ortega: hay que ir a las cosas. En esto las tertulias y la aportación de los medios tienen mucho que ofrecer y mejorar.                         

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