Las guerras y conflictos del mundo árabe parecen diseñados por el diablo. Como
en un mundo al revés, muchos pacificistas invocan la responsabilidad de EEUU y
de las potencias occidentales de intervenir para acabar con las matanzas
indiscriminadas de inocentes y el desbocamiento de todo tipo de tropelías
inhumanas. Seguramente de intervenir, otros pacificistas, o quizás también los
mismos, reprocharían los intereses imperialistas que, de hacerlo, estarían en
el fondo. En cualquier caso la inexorable globalización del mundo impone a las
grandes potencias occidentales una responsabilidad humanitaria concorde con su
poder político, económico y militar, de la que no pueden evadirse. Nada de esto
afecta a las otras grandes potencias como la URSS y China, pero no porque
carezcan de poderío, sobre todo militar, sino porque se da por sabido que
carecen de la mínima sensibilidad humanitaria y se crea la idea de que el
asunto no les incumbe desde ese punto de vista. Sería como pedir a Mourinho que
respetase las elementales normas de cortesía, o pretender que las hienas no
coman carroña. Para bien y para mal, por poder y cultura, Occidente tiene la
obligación de responder moralmente, cualquiera que sean sus intereses políticos
o geoestratégicos. Implícitamente así lo admiten quienes, en unos casos
justamente y en otros no tanto, reclaman la responsabilidad exclusiva de las
potencias occidentales. Pero el asunto se torna endemoniado desde un punto de
vista humanitario y no tanto político o de interés geoestratégico. El fiasco de
Irak fue el resultado de la ambición calenturienta de quienes soñaban con
cambiar el mapa geoestratégico. Todo se adornó con motivos democráticos y hasta
humanitarios que a la vista de los hechos resultan grotescos. Ahora en Siria
las necesidades humanitarias escupen sobre la conciencia mas tibia, pero los
intereses políticos tienen difícil acomodo en ese avispero, donde no hay nada
que ganar y casi todo por perder. No sólo en esa tierra sino ante la opinión
pública, que pase lo que pase reaccionaría de modo inmisericorde. Dado por
supuesto, lo que es mucho suponer en el terreno de la práctica política, que las
potencias occidentales deben sacrificar
sus intereses o dejar de lado los posibles perjuicios que la
intervención pudiera reportarles, para hacer valer la causa humanitaria, ¿quién
puede argumentar que la intervención no provocaría casi con toda seguridad una
ruina humanitaria incomparablemente mayor? Sólo caben dos posibilidades. La una, hacer posible
con la intervención un gobierno de paz que garantice mínimamente los derechos
humanos, o al menos la protección de la población. La otra es imponer fuerzas
de interposición que aun a costa de dividir el país estabilicen cada parte y
detengan las masacres generalizadas. Creo que para reclamar sacrificios
humanitarios hay que apoyar políticas humanitarias, es decir las políticas que
hagan viable la causa humanitaria.
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