La retirada de Griñán tendría que ser una buena ocasión para que se hiciera
lo más urgente y en el fondo más necesario: que alguien solvente y responsable
diera una explicación creíble de por qué Andalucía sigue con su retraso
histórico y por qué la enorme cantidad de inversión en obras públicas, la
financiación ventajosa de que ha disfrutado, más de treinta años de política
progresista, con comillas o sin ellas, no permiten alzar el vuelo. Toda hipótesis
puede servir excepto la de que el constatado “retraso histórico” es la razón de
que no se pueda salir del retraso histórico. Y sería poco creíble justificar lo
que en verdad es un “fracaso histórico” en virtud de que la autonomía no
dispone de instrumentos políticos suficientes o que en realidad se ha avanzado
tanto como para evitar un retraso mayor, o en fin, la idiosincrasia del pueblo
andaluz.
No menos importante es explicar por qué el electorado revalida un estado de cosas que debieran
abochornar a quien sienta preocupación
por lo suyo. El hecho es que se ha enquistado una situación de régimen y no de sistema político. Es decir cuando la población siente que su
modo de vida, lo pase peor o mejor, sea justo o injusto, sólo es posible con el
gobierno de un partido determinado. Parece como si en el alma colectiva se
hubiera instalado una mezcla de fatalismo y de movimiento de autodefensa contra
el fatalismo que se alimentan mutuamente. El fatalismo de que el retraso y
hasta la postración es algo secular y casi natural. La autodefensa consistente
en buscar solución no al retraso y la postración sino a las consecuencias
negativas del mismo sobre la gente, como
si no importara que la economía y la organización productiva fueran a rastras si
el gobierno y los responsables políticos hacen la vida llevadera.
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