La intimidad es uno de los
valores que más bajos cotizan en el mundo global, pero la clase política y las
élites mandantes de todo tipo lo viven de diferente forma que el pueblo llano.
En la política el verdadero poder descansa cada vez más en el control de la
información sobre los asuntos más íntimos y secretos, afecten directamente a
los asuntos públicos o afecten a quienes los manejan. Por eso los secretos
valen su peso en oro si pudieran pesarse y la intimidad es el bien a preservar
más caro y más frágil a la vez. Guardar el secreto y la propia intimidad o
acceder a los secretos ajenos, sean de los amigos o de los enemigos, es el
juego político más expuesto pero más necesario e imprescindible. Nadie puede aspirar
a la vida pública sino tiene unos mínimos sensores y canales informativos sobre
sus colegas o si no dispone un mapa solvente de los asuntos calientes que
pueden complicar o resolver la vida. Esta tarea tiene algo de funambulismo circense
desde el momento que se tiene que compaginar con la otra cara de la vida
pública, la buena imagen y el agrado de
la opinión pública. Cada vez más esta exige penetrar en la intimidad de los
actores públicos y ser partícipe de los secretos más recónditos sobre los
manejos y trapicheos al uso. Bien es cierto que el conocimiento de la intimidad
no se pondera por igual en unas latitudes y otras. Los sajones hacen de ello la
medida de la honestidad y corrección de los candidatos y gobernantes, para
proceder en consecuencia de forma inclemente. Los más relajados latinos nos
conformamos con saciar la curiosidad y contar con el combustible imprescindible
que alimente el ejercicio de criticar y denostar.
La población de a pie vive otra
paradoja. Mientras por un lado los buitres multinacionales y los grandes
poderes administrativos pueden acceder a los datos privados de todo el mundo
disponiendo de un fondo a su antojo que vaya
usted a saber que uso pueden hacer con el mismo, los particulares sienten cada
vez más lo intimo más íntimo, los sentimientos, las pasiones, ilusiones...etc.,
como una antigualla molesta y de uso dudoso. Esto último es lo más preocupante
pues afecta a nuestra idiosincrasia como seres humanos. La exhibición de la
intimidad es una de las ofrendas que reclama la cultura mediática y a ello se
aprestan los jóvenes inexpertos por internet y quienes más maduros sueñan con una
de las metas más deseadas por todos, aparecer en los medios. De la misma forma
que el público pide más carnaza, y se la ofrecen con mucho gusto sin ningún
problema, la exhibición pública de la propia intimidad por parte de la gente
anónima es una de las formas más sencillas y prácticas para salir en los
medios. Pero ello conduce a que la intimidad quede sin sentido y sin tener nada
que ofrecerse con ella. Ante esto es preciso que se transforme pues no puede
desaparecer definitivamente. Pasa a ser lo susceptible de escandalizar o de
epatar, siempre y cuando tenga la apariencia de estar en lo más oculto para que
el espectador curioso se crea participe de un descubrimiento cuando se revela públicamente.
Los jóvenes especialmente viven en la idea de que no hay fronteras entre lo
público y lo privado, pues igual que hay que saber, y sobre todo ver, punto por
punto todo lo que incumbe a los personajes públicos y famosos de toda laya,
nada puede ser uno en esta vida si no estás a la vista de todos y te guardas
algo para ti. Ya no te muestras a tus amigos o seres queridos que tienen que
compartir lo que guardas para guardarlo contigo, según predicaba el canon
tradicional. Ahora son amigos los que te ven y te siguen, venga o no al caso
que alguna vez se produzca un encuentro cara a cara. Como diría algún filosofero
uno es al fin y al cabo lo que parece y
lo que aparece. Importa poco lo que aparece y como aparece si se consigue
aparecer , en franca rebelión contra el consejo del venerable Sócrates que
recomendaba procurar ser como quisieras que te vean.
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