Visto desde la tribuna de la opinión pública el enroque de M. Rajoy puede
sorprender dado lo difícil que lo tiene.
Pero si no lo hiciera sería la excepción que confirma la regla del proceder
habitual de la clase política, por lo menos en España. Hay un cuadro de reflejos
defensivos que se ponen en marcha automáticamente cuando se sienten acosados, y
que responden a unas ciertas
constantes. La inmensa mayoría de políticos están convencidos de que actúan por
el bien común y que los enredos en los que se pueden ver involucrados o son
ajenos a su gestión o son pecata minuta en comparación con sus sacrificios,
aunque puedan comprender que la opinión pública no lo comprenda así. Pues al
fin y al cabo la opinión pública, desde su punto de vista, sólo ve el humo que
sale del fondo del bosque pero no lo que pasa entre los matorrales. Están
seguros por otra parte, y no les falta cierta razón, que reconocer un pelo de
responsabilidad o de malas prácticas conduciría a su segura defunción política y
que esto no sólo sería injusto sino que arrastraría al partido de forma
irreparable. Y el bien del partido está por encima de todo. Cuentan por último
con la confianza o incluso complicidad de sus seguidores y de los ciudadanos
que de una forma u otra simpatizan con su causa. Igual que, según creen, los
adversarios se mueven más por mala fe e ideas preconcebidas que por datos
reales y avalados, también se puede apelar a la fe de los propios cuando estos
no tienen más datos que los adversarios. La experiencia demuestra cómo a pesar
de todo y de las dudas que se generan los seguidores miran para otra parte o
creen que los otros serían infinitamente peores. Y eso hay que tenerlo muy en
cuenta, en vistas a que en esos estados
de tribulación lo que importa es salvar
los muebles, es decir conservar el crédito de los seguidores y simpatizantes,
que ya vendrán luego mayores empresas. Por último la lentitud de la justicia
con sus laberínticos vericuetos, las posibilidades de modular los tiempos y las
voluntades, los tiempos mejores que pueden llegar…etc., avala lo que decía
Cela, que en España quien resiste gana. Naturalmente estos reflejos no son los
verdaderos motivos que pueden en cada caso llevar a seguir esta opción. Cada
caso es muy diferente pero por lo común suelen coincidir en que, habiendo mucho
que ocultar y callar, es más fácil que la granada se salve entera que no cada
grano por separado.
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