martes, 26 de febrero de 2013

ITALIA ANTE SU PASADO



Como los medievales cuando estaban asolados por la peste negra, los italianos se han lanzado a su peculiar carpe diem, en un comportamiento que por otra parte imita a los alumnos de muchas clases que eligen de delegado al más gamberro (o sea “disruptivo”), soñando con armarla para todo el curso. Con independencia de las particularidades del momento presente, que debieran ser objeto de análisis, en algo se está haciendo un esperpento de la historia. Conviene tenerla en cuenta. La Roma republicana anterior a Cesar Augusto y el renacimiento son los períodos que han marcado más profundamente la idiosincrasia italiana y nada de lo que ocurre ahora queda al margen. Ambos períodos presentan muchas similitudes, encadenados como estaban. Triunfaban las grandes personalidades de quienes se apreciaba más que su virtud y ejemplaridad moral la exhibición de poderío, descaro, falta de escrúpulos y eficacia para imponerse. El pueblo se identificaba hasta la muerte con algunos de ellos, mientras estos grandes personajes se disputaban el poder día a día. Lo curioso es que la grandeza y el florecimiento de la república y de las ciudades-estado renacentistas iba de la mano del medro y el éxito personal de los más poderosos de modo que tanto lustre sacaban a sus intereses más beneficio redundaba para la cosa pública y viceversa. No debiera extrañarnos algo aparentemente tan absurdo si nos fijamos en la política norteamericana de nuestros días. Este país es quizás el heredero más aplicado del sistema que inventaron los antiguos patricios y no deja de funcionar. Pero siguiendo con Italia, siendo lo público lo más valioso esto no llegaba a identificarse con la eficacia del Estado. La vida pública tenía su propia marcha descansando en la iniciativa de los ciudadanos y en un complejo equilibrio de poderes  que estaba siempre a punto de la quiebra. Los ciudadanos se acostumbraban a tirar para adelante mientras en un caso u otro aparecía alguna personalidad, miembros de grandes familias y estirpes preclaras, que tomaban el relevo o salvaban del desastre. Este peculiar automatismo de la vida pública, que los ciudadanos sentían tan suya como sus intereses particulares, ocultaba las frecuentes flaquezas de la maquinaria estatal. Maquinaria que por otra parte era muy difícil de distinguir de los intereses particulares, como el caso paradigmático de la recaudación fiscal de las naciones sometidas, que era un negocio que se adjudicaba por subasta. Una breve mirada pone en duda la moneda corriente de que el individualismo burgués tiene su origen en la reforma protestante. Esto vale en algún aspecto como la responsabilidad en la gestión de lo público pero lo fundamental ya estaba inventado.  Puede que el imperio y el catolicismo menguaran estas tendencias pero en el caso de Italia el fondo pagano es muy poderoso, tal como por ejemplo emergió en el Renacimiento, hasta afectar profundamente a la misma Iglesia. Es muy posible que fuera la Reforma en mayor medida que la Contrarreforma lo que frenó la definitiva paganización del cristianismo y de la Iglesia. Pero dentro de esta aun ha permanecido un cierto aire pagano en su dominio del arte de la intriga y de las infinitas sinuosidades del quehacer diario. Más que al jesuitismo de San Ignacio, que al fin y al cabo sistematiza esas artes ancestrales, pesa la adaptación siglo tras siglo a ese proceder inveterado e indescifrable. Fuera de eso los demás pueblos latinos somos aprendices, especialmente nosotros en quienes el peso del catolicismo apenas está mediatizado por la tradición pagana. Para acabar la fiesta lo apropiado sería un gobierno Berlusconi-Grilo pero es posible que el orgullo de ambos no lo permita con lo que perdemos la ocasión de asistir a la rememoración de las hazañas de Heliogábalo o Calígula sin necesidad de verlo en alguna serie británica tan serias y aplicadas como envidiosas.

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