lunes, 17 de diciembre de 2012

¿TIENE REMEDIO LA EDUCACIÓN?


Tenemos la suerte de que por fin se pone sobre la mesa el problema de la educación en España en sus justos términos, o al menos de una forma aproximada, con independencia del acierto de las medidas que el ministro Ignacio Wert propone. No creo exagerar al decir que la educación ha sido uno de los grandes fracasos de la democracia, con la paradoja de que ha pasado por ser uno de sus grandes logros. El tópico de que “nunca hemos tenido una juventud mejor preparada” contrasta con la evidente  “desculturación” de la mayor parte de la juventud, que en muchos casos roza el analfabetismo funcional. Ni siquiera el logro de la universalización de la enseñanza puede disimular que el sistema educativo se ha tornado una inmensa guardería hasta incluso también en parte la Universidad. ¿Era inevitable que la universalización conllevara la degradación del sistema?.
Hay un problema universal que ha explotado en las últimas décadas que todo lo condiciona: la crisis de la educación como sistema de transmisión cultural. Más específicamente, la devaluación de la cultura en su sentido prístino, tal como se ha entendido predominantemente en la Europa latina y germánica en la que nos movemos tradicionalmente: como formación integral (Bildung) y ennoblecimiento del saber colectivo. La idea de la cultura como obra depurada y fundamento integral de la calidad personal y colectiva se sustituye por la de la amalgama funcional de la información que todo lo iguala en valor. Pero el debacle de la educación española tiene además causas bien originales. El sistema educativo ha sido un rehén privilegiado de la contienda política, fundamentalmente ideológica en el peor sentido de la palabra. Los grandes poderes políticos se han disputado la legitimidad y el patrimonio a la vez del sistema. No está en juego cómo ha de funcionar la educación sino quien está legitimado para hacerla funcionar e incluso opinar de ella. Para todos ha sido pendón distinguido de sus señas de identidad. La izquierda de su voluntad de procurar la igualdad social, la derecha como defensora de la libertad de la enseñanza y los derechos confesionales, los nacionalistas como el tesoro de la identidad nacional. Cualquier mínimo debate ha sido imposible en sus justos términos, trufado como está por esta disputa supra educativa, incluso hasta el punto de que los grandes temas se mezclan y confunden en un batiburrillo incomprensible, según el interés de cada cual de arrimar el ascua a su sardina. Conviene empezar pues por distinguir esos grandes temas: primero la calidad y el planteamiento del sistema en su conjunto; segundo la libertad de enseñanza y la enseñanza concertada vs enseñanza pública; tercero las autonomías  y las lenguas propias; cuarto la religión y la educación en valores. La derecha vive obsesionada por lo segundo y lo cuarto  y se aventura en lo tercero cuando se tercia. La izquierda hace de la confrontación sistema público/ enseñanza privada y concertada su leit motiv, en especial las dotaciones económicas y de personal para unos y otros. Por supuesto los nacionalistas sólo se preocupan por defender su tesoro.  Cuando ha saltado la liebre de cualquier asunto todo ha salido a la palestra…, todo menos lo que importa: la calidad del sistema según su diseño y funcionamiento. Aunque los otros asuntos tengan su enjundia y en algunos casos contengan gran carga política, el destino de la educación como tal se juega en lo primero.  Por otra parte se han primado debates sobre temas absolutamente anecdóticos para la marcha real de la educación, haciendo creer a la gente que está en juego el futuro de sus hijos como personas. Por ejemplo cualquier profesor saber que la educación para la ciudadanía y la religión son cuasi Marías, sino Marías enteras y que pueden influir tanto en las ideas de los jóvenes como el vuelo de una mosca en la temperatura de una habitación. Pero es cierto que a menudo preocupa más la mosca que lo que pasa en la habitación.
No es casual esta inhibición por la calidad del sistema. El destino de la educación depende de un pacto no escrito entre las élites políticas, con el protagonismo destacado en este aspecto de la izquierda, y la inmensa mayoría de la sociedad. La LOGSE es el fruto del pacto. Los términos del pacto no pueden ser más sencillos: el Gobierno (los gobiernos) otorga el título educativo incluso hasta la Universidad, la sociedad lo agradece y no se inmiscuye en valorar la calidad de la educación, es decir se despreocupa de ella. Cada familia puede estar tranquila si hasta casi la edad provecta sus hijos están bien ocupados y cobijados. De esta manera se complace una de las ilusiones más caras de la joven sociedad urbana que recientemente emigró del pueblo por los años sesenta: que sus hijos tuvieran estudios y que como resultado de ello fueran alguien en la vida. Curiosamente esta sobrevaloración de los estudios superiores para la futura posición social, el “titulismo” rampante todavía vigente, ha provocado casi directamente la desvalorización de los títulos educativos a todos los niveles.
Para proceder a la universalización los socialistas trasplantaron a nuestro suelo el modelo anglo-norteamericano de la enseñanza básica. Este modelo prioriza sobre todo la integración social, la incorporación de los sectores marginales. La finalidad teórica es la igualdad de oportunidades, pero en gran parte funciona como aliviadero de tensiones sociales y prevención de explosiones indeseables. La calidad de la educación cultural en los niveles importa poco en esas latitudes. No hay una relación directa entre la preparación colectiva básica y la calidad de la enseñanza superior. Ésta se alimenta de un sistema de libre selección y los alumnos de antemano lo saben. Por otra parte todo está volcado al especialismo, de modo que la enseñanza elemental, la masiva y general, cuida de destreza y habilidades prácticas, tanto para justificar su trabajo y los buenos resultados generales, como para dar oportunidad a quien desee promocionarse de prepararse por sí solo en lo que sea de su gusto. La mentalidad de estos pueblos de que los jóvenes se busquen la vida lo antes posible hace que ya de antemano no se pida al sistema en sus bajos niveles lo que no puede dar. Es una zona de paso bien para buscarse la vida, bien para alcanzar las altas cotas. En España esto tiene menos sentido. Se exige e impone la continuidad de todos los niveles hasta la Universidad. Esto se ha aplicado tan a rajatabla que se ha ridiculizado la formación profesional como salida de fracasados. A cambio, eso sí, hemos inflado el sistema hasta la hidrocefalia, con licenciados, ingenieros, arquitectos, periodistas..etc por doquier sin oficio ni beneficio, es decir a espaldas de la realidad del sistema productivo. Sin conciencia de ello hemos resucitado a los antiguos hidalgos, quizá la vocación más profunda de los españoles.
La izquierda, que ha diseñado y dominado el sistema educativo, cree sinceramente en la igualdad y también que el sistema educativo es en general el medio idóneo para promover la igualdad de oportunidades. Más todavía, cree que las deficiencias evidentes como la baja instrucción y cualificación, la pérdida de autoridad del profesorado, la indisciplina y los malos modos, por no hablar de las ocasionales pero significativas agresiones, la complicidad de los padres, y, cómo no, el abandono escolar, se compensan con creces con la integración que el sistema permite. Lo peor es que se nieguen estas evidencias y se evite a toda costa debatirlas. Es verdad que la educación es el medio idóneo, o al menos uno de los mejores posibles, de igualdad de oportunidades,….pero si la educación tiene calidad, al menos la calidad suficiente. De lo contrario para muchos alumnos, especialmente los más desfavorecidos socialmente, no vale la pena. ¿Para qué esforzarse si el título no vale para nada? En líneas generales el esfuerzo da paso a la rutina y la indiferencia.. El caso del abandono escolar es proverbial, no sólo en sí mismo sino por lo que indica. Cualquier profesor sabe que la mayoría de los que abandonan no son más que la espuma del bajo nivel general. A lo más, muchos estudian sin sentir lo que estudian ni el estudiar como tal. Si se siguiesen las programaciones a rajatabla aprobaría el uno por cien en cada nivel, con suerte hasta el 10 por ciento. Pero eso de las programaciones es como las leyendas de los mayas. Más prácticamente, si se exigiese lo razonable según la edad y el nivel básico de conocimientos y destrezas, apenas aprobaría otra minoría un poco mayor. Una parte considerable  de  los aprobados es resultado de la constante adaptación, léase descenso o “ajuste” de nivel, que el profesor ha de hacer para conseguir que los de menor nivel, pero que no desisten, salgan adelante. La liebre salta al pasar al bachillerato cuando una gran cantidad de estudiantes se ven desnudos de recursos para entender nada. Simplemente no han aprendido a estudiar y se han acostumbrado a solventar cada curso recurriendo a las más diversas y variopintas actividades, trabajos, que en el fondo son ad hoc para que lleguen los resultados deseables. Lo peor es que el nivel de los más retrasados es la pauta de la medida colectiva. Todo presiona para que sea así y los profesores son los primeros que lo saben. Se sospecha especialmente del  profesor que tiene más suspensos o gran cantidad de suspensos. Los padres presionan para que su hijo sea aprobado pero no para que sepan más y menos para que no se le apruebe sino sabe. La administración no digamos.
El sistema no sólo no evita la marginación de los marginados, hay que preguntarse sino la anima e incrementa. Se comete un error básico al creer que la igualdad de oportunidades es lo mismo que la igualdad de resultados, o que el acceso de todos a resultados mínimos. El sistema fracasa tanto si los resultados no se alcanzan, como si estos son ficticios e inútiles. Más incluso en este caso porque se retroalimenta el engaño social. Pero el gran error es creer que la exigencia razonable lleva a la marginación, o perjudica especialmente a los marginados. Es cierto que las familias marginadas carecen de hábitos y motivaciones culturales en comparación con las de mejor status. Pero esto no determina que estos alumnos no puedan motivarse si intuyen que el esfuerzo puede ser rentable. En este caso es claro que la ausencia de incentivos perpetua y consolida la desmotivación inicial tal como ocurre de forma general. Y no le demos vueltas, supuesto los medios suficientes, que se tienen, lo decisivo es la automotivación.
¿Cuáles son los requisitos de una enseñanza de calidad y de un sistema operativo?.  Si los criterios básicos fallan, las dotaciones materiales de instalaciones, medios y profesores se malgastan sin remedio, aunque sean suficientes o incluso esplendidas. Las bases son la filosofía pedagógica, la estructura curricular y el seguimiento práctico. Me referiré especialmente a lo primero. La filosofía pedagógica de la LOGSE es contradictoria y quimérico, no me atrevo a decir idealista, de raíz. No es cuestión de entrar en un debate pedagógico pero salta a la vista que por una parte se proyecta una escuela para genios, por otra una escuela al alcance de todos sin molestias para nadie.
Es una escuela diseñada idealmente para genios desde el momento que la meta de la educación es el desarrollo integral de las capacidades personales con especial aprecio de la creatividad. Que todos sea creativos a la manera del Club de los poetas muertos. Como ideal supremo: lo importante no es aprender sino aprender a aprender.
De forma complementaria que todos aprendan a aprender disfrutando, como si fuera un juego, lejos del mínimo atisbo de trauma y sufrimiento. Y una causa de sufrimiento a evitar en lo posible es tener peor resultados. Una educación personalizada podría teóricamente poner en conformidad los resultados y las capacidades y preparación. A cada uno según su capacidad y preparación.
Cualquiera con un mínimo de experiencia del mundo estará de acuerdo en que es más difícil cuadrar el círculo que hacer que todos sean creativos y lo logren con toda comodidad.
Para lograrlo se confía en la varita mágica del profesor. En su poder de motivación. Los malos resultados de los alumnos hacen sospechar de la poca capacidad motivadora e incluso de la desmotivación personal del profesor.
¿Es así o para que el profesor motive es preciso que los alumnos estén predispuestos a dejarse motivar?. La respuesta no es fácil y sobran en esto muchos tópicos y recetas de tertulia mediática. En pocos casos como este es tan necesario analizar finamente la experiencia personal y colectiva. Para empezar hay que distinguir entre el interés de estudiar y la curiosidad y motivación intelectual. La mayoría de estudiantes pueden tener lo primero pero pocos, por lo menos de partida, lo segundo. Por eso lo primero no puede depender de lo segundo. El interés de estudiar no proviene tanto de la actitud personal del alumno ante el estudio, sino de la actitud colectiva en la que cada alumno se inserta.  Si la sociedad valora la educación y esta tiene utilidad social, es decir si los títulos tienen valor, la inmensa mayoría de los alumnos tendrán interés en estudiar, por lo menos el mínimo interés que se requiere. Ahora sucede que la desvalorización de los títulos, no digamos de la cultura, mueve a la indiferencia y hasta el rechazo de la escuela, porque no hay nada más duro para los jóvenes que el aburrimiento continuo. Los juegos solo pueden enganchar un tiempo, pero estudiar es algo más.
La curiosidad intelectual, raíz de la dedicación y la creatividad, florece en un ambiente donde se valora la cultura, la lectura y la autoformación, pero aun así  nace del fondo de la persona. Si esto no se tiene no se puede inocular sin más como si fuera una píldora. Por regla general la curiosidad se desarrolla al sumergirse en la materia y el conocimiento, se aprende a tener curiosidad. El profesor puede despertarla si está latente o dormida, ayudar a descubrirla si está escondida, desarrollar si aparece. Pero es algo muy personal que depende de los gustos, inclinaciones, oportunidades y vaya Vd. a saber qué más.
Indiscutiblemente desarrollar la genialidad potencial de cada alumno es lo más deseable, pero al sistema le viene muy ancho. Sucede lo mismo que con la idea de una sociedad perfecta. Hay que perseguir esa meta para poder progresar, pero a sabiendas que es irrealizable aquí y ahora…y en cualquier aquí y ahora. Un mundo perfecto es perfectamente sospechoso. El sistema educativo es como la ley general. La Constitución no puede hacer que la gente sea virtuosa y feliz, pero sí  procurar que la virtud y la felicidad sean posibles y crezcan lo más posible. El sistema no puede crear la genialidad y menos generalizada, pero sí permitir que, de haberla, aparezca y crezca. Igual que las leyes se hacen para todos, el sistema educativo ha de tener en cuenta lo posible y exigible a todos. Como decía Kant en su ética a nadie se puede exigir que sea feliz, pero sí honesto. En nuestro caso no podemos exigir que todos sean geniales pero sí que aprendan.
El sistema ha de enfocarse hacia lo posible y exigible. Lo posible es lo alcanzable con preparación y esfuerzo suficiente. Lo exigible depende del nivel del progreso científico y técnico, así como de los mínimos que componen nuestra tradición cultural. Fijar esto con acierto es tarea de primer orden y extrema dificultad. Por desgracia pesan demasiado los intereses creados. Estamos ante algo permanente perfectible en lo que los profesionales tendrían mucho que decir. Pero lo importante es que lo que se fije sea razonable y que así se pueda exigir. El valor de la educación, su credibilidad en suma, depende de que ella esté a la altura de lo que exige, es decir que exija razonablemente pero en serio. Los alumnos han de confiar que de aprender lo que se les exige la enseñanza les servirá de algo.
Entre las medidas que propone el ministerio creo que hay dos grandes aciertos: facilitar el paso a la formación profesional antes de los dieciséis años y sobre todo las pruebas de reválida. Respecto a lo primero cabe discutir la edad para acceder a la formación profesional, o la forma de volver al sistema general más idónea, pero la medida como tal es de vida o muerte para la viabilidad de la ESO. Alguna esperanza ha de tener la gran cantidad de alumnos que viven las clases como una condena y acaban por hacer las clases imposibles. Alguna esperanza ha de tener el país de que gran cantidad de jóvenes no se pierdan en sueños o en la marginación.
Pero quiero tratar más específicamente la segunda medida. Cualquier profesor sabe que el único curso que funciona mínimamente es segundo de bachillerato. Más todavía, gran cantidad de alumnos tienen que llenar a toda marcha durante este curso las carencias que han acumulado año tras año. Esto no se debe a que hayan madurado psicológicamente de pronto o a una súbita conversión. La selectividad plantea unas exigencias ineludibles para alumnos y profesores. En este ámbito los profesores se encuentran más cómodos.  Muchos alumnos también conforme se incorporan a la nueva dinámica. Lo que sorprende es la desconfianza y resistencia de los defensores de la educación pública. Ignoran que es tirarse piedras sobre su propio tejado. Más aun, es la medida imprescindible para la mejora de la enseñanza en general y sobre todo especialmente la supervivencia de la educación pública como sistema viable. No sé si será suficiente pero es necesaria. Para objetarlo aparecen una y otra vez el fantasma de la igualdad y el temor a la segregación social. Todo antes que asumir que un sistema público devaluado es un sistema segregador  sin remedio. Ya me he referido al asunto sobradamente. Por el contrario hay muchas razones para creer que una medida de este tipo cambiaría el chip de alumnos especialmente, pero también de profesores. Los alumnos hasta ahora cuentan con que de adaptarse a la marcha media de su grupo se puede pasar. Con pruebas externas ya saben que han de saber independientemente del escudo que la clase proporciona. Seguramente esto puede afectar a la actitud de los padres. Hasta ahora cada uno presiona para que se apruebe a su hijo. Seguramente se verán en la necesidad de que desde ahora la clase se pueda dar bien y que no se moleste e impida a sus hijos para estudiar. Es decir quizá, o tal vez aún sea mucho pedir, ayuden al profesor y promueven el respeto a su autoridad.
La izquierda en general no comprende que la principal causa de la prosperidad de la enseñanza privada y concertada es el deterioro y la devaluación de la enseñanza pública. Pero comprende menos que este deterioro es inevitable con el diseño fantástico de la LOGSE y con el designio real de relegar la educación a ser un servicio de asistencia social, al de los animadores culturales de barrio. Los padres que se lo pueden permitir, e incluso otros que no llegan a eso, buscan en la escuela privada y concertado un ambiente de disciplina y eficacia en el aprendizaje, también con la pretensión de que esto también facilite la promoción social de sus hijos. La educación pública sólo puede sobrevivir y competir si demuestra competencia y respeto a  la autoridad del profesor. En esas condiciones ¿por qué un padre medio ha de preferir sistemas más dudosos?.
Pero por encima de todo, la reválida como sistema de homogeneización del nivel y de igualación de las oportunidades de todos es una necesidad nacional. Esto tanto para homogeneizar la escuela pública con la concertada y privada, como los sistemas educativos de las autonomías. En este punto está en juego no sólo la cohesión social sino la cohesión de España como pueblo.
No se me oculta que la ley desprende resabios de un espíritu liberal y  mercantilista discutible. Aquí tocamos el tema de fondo de la educación en general. Parece que la ley se posiciona por una idea vicaria de la enseñanza respecto al sistema productivo. Mientras que por otra parte santifica el denominado derecho de los padres o la libertad de enseñanza, como fuente de toda legitimidad. El tema merece un tratamiento especial. Me limito a apuntar algunas observaciones. Respecto a lo primero la educación ha de ser coherente con el sistema productivo, pero no una pieza del mismo. El fin de la educación es la transmisión cultural y la elevación de cada generación a la altura y si se puede a la vanguardia del progreso científico y moral de la humanidad. Es lo que ofrece además para que los educandos puedan ser mejores personas. La vinculación con el sistema productivo ha de ser estrecha en la parte de la educación dirigida estrictamente a la preparación profesional, léase por ejemplo formación profesional, carreras técnicas, investigación científica. Pero el modelo conjunto ha de ser fiel a los ideales humanistas y ser un medio indispensable de su perduración. Por lo menos se tiene que tener claro si se está por esta opción o no.
La segunda cuestión pone en juego el fundamento de la autoridad educativa. ¿Debe la administración ser el canal de la voluntad de las familias particulares o de la sociedad en su conjunto?. Si el objetivo de la educación es lo recientemente apuntado es claro que la autoridad política ha de responder al conjunto de la sociedad, es decir a garantizar el nivel cultural y la formación global de la nueva generación. Sólo sobre esa base tiene sentido cualquier derecho particular de elección. Creo que por poco que se piense se estará de acuerdo que la elección no puede referirse a lo que se debe de aprender con carácter general sino a quienes lo imparten. ¿Tiene el Estado la obligación de favorecer directamente la educación o la posibilidad de educarse mediante una red apropiada de centros públicos o puede optar legítimamente por dejar esta tarea a la esfera privada para tapar los huecos que luego queden? Las recetas y las soluciones pueden depender de las diferentes tradiciones. Pero es indudable que en líneas generales el caso de la educación es el que de una forma más sensible debe ser objeto de responsabilidad colectiva. Hay que partir que la educación no puede ser prioritariamente objeto de uso particular, como ocurre por ejemplo con las carreteras o con otros servicios colectivos,  incluso la salud. De una forma más directa en el caso de la educación el Estado tiene la obligación de asegurar el nivel cultural general, y como parte de ello la igualdad de oportunidades para acceder a  ellos. No hay una razón definitiva para que esto tenga que ser competencia exclusiva del Estado o que no puedan hacerlo por su cuenta los particulares cumpliendo requisitos. Pero es claro que un sistema público de calidad y eficiente es la mejor garantía. Si se dispone de ese sistema no hay pretextos para no conservarlo  y fortalecerlo. Sólo situaciones excepcionales justificarían que el Estado se retirara y favoreciese alternativas privadas como ocurre por ejemplo en los transportes. Pienso que el debate sobre las medidas de la nueva reforma educativa, u otras parecidas han de tener por objeto la eficiencia del sistema público en vistas a la elevación del nivel de instrucción y de educación colectivo. Las izquierdas han de tener en cuenta que lo que está en juego no es la supervivencia de la educación pública sino de su eficacia como instrumento de elevación cultural colectivo. Las derechas que lo que está en juego no es satisfacer las aspiraciones personales de los padres sino la educación de sus hijos. A veces esto no coincide exactamente, aunque todos tengan esta buena intención.
Aunque no lo parezca no es la misma la posición que se pueda tener como padre o como ciudadano. Como padre, sea ante la educación u otro servicio, se es ante todo consumidor y si se quiere contribuyente. Se busca lo mejor entre lo que se ofrece y que se ofrezca lo mejor. Pero en este caso lo que decide lo mejor es lo más conveniente para uno dentro de su escala de valores, expectativas e intereses concretos. Como ciudadano tendría que ponerse uno en la perspectiva del bien común. Es más fácil pensar desde la primera perspectiva que desde la segunda. Sucede normalmente que la perspectiva como ciudadano está mediatizada y hasta tergiversada por la perspectiva particular, tal como insistía Rousseau. Pero es cada vez más urgente empezar a ver la educación desde la perspectiva de ciudadano para que la relación con la educación como padres sea lo más fructífera posible. Por lo menos algo se avanzaría si las élites políticas  empezaran  a aprender a pensar como ciudadanos.

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