Las
elecciones plebiscitarias catalanas han resultado un tiro por la culata para
sus convocantes, pero fiasco aparte ¿ha avanzado o retrocedido el secesionismo?
Para
responder conviene tener en cuenta el panorama que se perfiló en los
últimos diez años con la reforma del Estatut. Tenemos en el plano político: la
irrupción de Esquerra como reacción a la política de Aznar y el anterior
acuerdo del PP y Convergencia; el dominio del PSC por su élite nacionalista
postergando a la parte del PSOE; la radicalización progresiva de Convergencia
primero en el discurso y luego en los hechos; el aislamiento del PP a las
tinieblas del “españolismo”. A nadie puede escapar la relación mutua
entre estos hechos.
El
período de Zapatero vino a dar carta de naturaleza a este mapa que ha
desembocado en una nueva dinámica social consistente en: la radicalización del
conjunto del nacionalismo, que a la estela del compas que marca la Esquerra
hace suyo el discurso independentista; la catalanización del PSC, en términos nacionalistas,
con el consiguiente vaciamiento de la base social del socialismo, a la
vez que una parte de su electorado se inclina hacia el nacionalismo
radical parando en Esquerra. Convergencia emergió del descrédito del
Tripartit pero ya con un discurso nacionalista expresamente antiespañol.
Se juega así en el campo de juego estrictamente nacionalista. Convergencia y
Esquerra se trasvasan los votos según la coyuntura, mientras el PSC ha
desaparecido como contrapeso al nacionalismo. Nótese que esta caída en la
pendiente de la insignificancia estuvo precedida por el acuerdo expreso entre
socialistas y nacionalistas por el que se postergaba al PP, a la vez que se lo
tildaba de portavoz del “españolismo”. La única diferencia es que mientras el
nacionalismo oficial se siente en conjunto legitimado para cuestionar la
Constitución, ya convertida en disfraz de la odiada España, el socialismo
todavía tiene sus remilgos y escrúpulos, aunque sólo sea por el miedo a perder
la base electoral psoeísta.
El
órdago secesionista, sino previsible es perfectamente lógico. La razón es
que mientras el secesionismo se ha consolidado en la base social nacionalista,
confundiéndose por debajo moderados y radicales, la resistencia al mismo,
dentro de la sociedad catalana, se ha ido diluyendo hasta casi
desaparecer. Se cuenta además con la impotencia del Gobierno central,
como lo muestra la incapacidad de hacer cumplir las resoluciones de los altos
tribunales. El hecho de que todavía la mayor parte de los catalanes se sientan
a la vez catalanes y españoles, los que se sienten catalanes “puros” coinciden
más o menos con los votantes de Esquerra, no es lo determinante a corto y medio
plazo. Esta amplia base social está desarticulada políticamente y admite en lo
fundamental el leit motiv del discurso catalanista, es decir su lealtad tiene
por objeto exclusivo a Cataluña, planteándose la relación con el resto de
España sólo en términos de conveniencia. Por eso los secesionistas han pescado
con provecho en el río revuelto de la crisis.
Volvemos
a la pregunta inicial ¿ha avanzado o ha retrocedido el secesionismo?. Digamos
que el bulldog ha soltado la presa que tenía cogida por la garganta, pero está
encima merodeando a la espera de asaltarla de nuevo.
La
lectura favorable a los secesionistas es que su base electoral mayoritaria no
ha mermado pese a que las élites han dejado clara sus intenciones. Globalmente
el nacionalismo certifica su radicalización. Pueden decir que una parte que
antes dudaba se ha convertido. ¿Pero definitiva e incondicionalmente?. Por otra
parte la reacción “españolista” aunque digna de tenerse en cuenta ha sido
globalmente tibia y no cuaja en protagonismo. Mientras que por el lado del PSC
además de certificar su insignificancia, queda como una pieza que puede
resultar útil en determinadas jugadas tácticas, por ejemplo si se tratara de
forzar un referéndum constitucional. Pero sobre todo porque puede bloquear o
dificultar un posible acuerdo de resistencia entre el PP y el PSOE.
Los
contras a esta lectura son:
Las
elecciones estaban planteadas en términos de dar carta blanca a CIU para
dirigir el proceso de secesión. Venía a decir, vamos a la secesión pero bajo mi
batuta y con mis exclusivas condiciones (recortes, etc). Resulta que una parte
quiere la secesión pero no en sus condiciones. Tampoco como se esperaba ha
ganado influencia en el resto de la sociedad catalana. En esta se observa una
tímida reacción, más prometedora al capitalizar Ciudadans una buena parte de
los votos jóvenes primerizos.
Ahora
vienen las dudas: ¿se atreverán las élites de CiU a empezar el proceso con
Esquerra?, es decir a someterse al liderazgo de Esquerra. ¿Se inmolaría por su
parte Esquerra como alternativa social, aceptando ser cómplice del
desmantelamiento del Estado de bienestar por mor de la sacrosanta
independencia?. La base social del otrora nacionalismo moderado parece
seguir a sus campeones fielmente, ¿pero todos hasta la independencia?. Sobre
todo las fuerzas vivas económicas de la sociedad catalana. Téngase en cuenta
que los líderes nacionalistas desencadenaron un movimiento de masas que
absorbió las energías políticas y sentimentales de la sociedad. Ante eso no
cabe más que el consentimiento y la adaptación aunque no se crea en ello o se
tengan reticencias, véase el caso de Durán y del silencio cuando no la mueca de
aplauso de los más prominentes ejecutivos. Si el movimiento de masas se
deshincha, y esta no es una consecuencia baladí de las elecciones, las fuerzas
vivas pueden sentirse más libres para apostar a lo suyo. ¿Predomina entre estas
el respaldo o la reticencia?.
Por
lo que respecta al pueblo en general, éste se encuentra en la alternativa del
ajuste o de la bancarrota. CiU era consciente de que su remedio, la
independencia, se volvería en contra si la mayoría incondicional del pueblo no
estaba dispuesta a aceptar los dos términos de la ecuación: los ajustes y la
independencia. ¿Puede pedir ahora el ajuste para pasando por ahí traer la
independencia? Es obvio que para la mayoría la independencia sólo es deseable
si libra de la precariedad, ¿por qué ha de desear el proceso de independencia
si no está claro que salve de la penuria?.
Lo
que trasluce es que la inclinación al independentismo tiene una base sólida en
el distanciamiento de España, pero esto no parece suficiente. Muchos han caído
en un devaneo, luego cuando se sale de la resaca las dificultades
aparecen tal como son, mientras que los motivos ilusionantes no merecían
la pena tanto como parecía. Después de tantas vueltas, a la espera de que una
parte de la sociedad catalana vea en España una posibilidad y no una molestia o
incluso la cueva de Alí Baba, lo que más une a la sociedad catalana es la
mejora de su relación contractual económica con el Estado. Si los que
gobiernan el Estado tuvieran algún sentido de Estado procurarían tomarse esto
en serio. Pero antes todo queda por despejar.
UN
INTRUSO EN EL ESCENARIO
En
todo esto el Ministerio de educación, seguro que con toda su buena intención,
ha abierto la caja de Pandora y dentro cuesta encontrar la esperanza. Me
refiero a las medidas de política lingüística. La causa puede tener su razón
desde el punto de vista educativo, pero desde el punto de vista político es el
mayor dislate imaginable. Y el asunto, en el estado de cosas actual, es
político al cien por cien, guste o no guste. Uno de los rasgos que caracteriza
a la derecha política española es, como diría un psicólogo conductista, la
ausencia de habilidades en lo que les ocupa, el arte de la política. Deberían
leer un poco a Maquiavelo. Creen que basta tener razón y contarlo bien, o
contar lo que gusta para que luego se les dé la razón. Aznar tuvo la genialidad
de resucitar a la izquierda haciéndose la foto de los Azores ¿cree acaso que
sus homólogos franceses o alemanes y otros no se la hicieron porque estaban
menos de acuerdo con Bush?. La primera regla del arte de la política es conocer
la fuerza del adversario. Muchos todavía se creen que el pueblo o la opinión pública
es una masa neutra que se predispone a tu favor o en contra según lo que digas.
En esto parecen de un maquiavelismo ingenuo y tópico, como si presentando las
cosas de una determinada manera se gana a la gente. En realidad la gente ya
está predispuesta y posicionada. Puedes convencer a los convencidos, es decir
aumentar su moral o frenar su desánimo. Raramente llegarás a los adversarios
sentimentalmente, podrás hacerles dudar si das razones, siempre y cuando
tengan dudas de su fe. Se confunde muchas veces el arte de la política, que se
basa en la ponderación de las fuerzas y de su evolución, con la pillería
política: ganar ventajas y ventajillas para uno o los suyos, ganar el aplauso
sin responder de nada..etc. Ahora tenemos un caso flagrante, no de pillería
sino de ingenuidad.
La
inmersión lingüística y en general la catalanidad lingüística son la corona de
hierro del nacionalismo y en general del catalanismo. Algo más sagrado que la
Moreneta. Por convicción o por sumisión y sentido de adaptación la inmensa
mayoría de la sociedad catalana coincide, lo admite y hasta lo venera. Desde un
punto de vista pedagógico y práctico-histórico o incluso constitucional y de
derecho el asunto es discutible, pero esa es la voluntad colectiva ya
sobradamente cuajada. Los nacionalistas lo tienen por las tablas de la ley con
las que puede conducirse al pueblo a la tierra prometida. Remover la inmersión
es una batalla perdida, batalla que en todo caso debió darse en momento. Ya en
el momento decisivo la izquierda socialista admitió la inmersión y con ello
selló su voluntad de colaborar en la “construcción nacional de Cataluña”, es
decir: lealtad con Cataluña, conveniencia con España. Aunque eso sí desde ese
autonomismo que no llega a independentismo. Enmendar este statu quo sólo
puede ser obra de la misma sociedad catalana y mientras eso no ocurra hay que
dar tiempo al tiempo y aceptar las cosas como son.
La
iniciativa obedece a ciertas razones de justicia y a la presión de quienes
están convencidos de que el principio que ha de regir la educación es la
voluntad, llamada derecho, de los padres a elegir la educación de sus hijos. Se
ha atrevido a promoverla el ministro Wert , convertido en una especie de enfant
terrible de la derecha española. Es un caso curioso en la geografía política.
Es el primer espécimen ministerial que ha nacido de la curiosa simbiosis entre
la tradicional clase política y la emergente clase tertuliana, simbiosis que es
una de las aportaciones más originales de la política española. Digamos que la
clase política ha cedido a los tertulianos la farragosa tarea de defender sus
medidas y sus opiniones, reservándose la más grata tarea de contar sólo lo que
gusta o simplemente de escurrir el bulto. El desgaste por las medidas prácticas
es más llevadero si otros se desgastan por defenderlas. La mayoría de
tertulianos actúan como propagandistas y doctrinarios en un noventa por cien y
como analistas y críticos en un diez por cien. Son las reglas del juego. El
bagaje de Wert es una prístina adhesión a las ideas o creencias que en primera
línea de combate tan hábilmente defendió. Frescura de la que sus
correligionarios políticos carecen una vez que sus creencias se han tornado
aburridos protocolos burocráticos. En general esto es bueno, y creo que para la
imprescindible reforma del conjunto de la educación tal actitud puede aportar
mucho. Pero hay asuntos tabú y otros con más autoridad y responsabilidad
debieran decírselo.
Lo
importante es si Rajoy sabía algo y si es consciente del lío en que se ha
metido y nos ha metido. Me temo que lo sabía y no es consciente del lío. Todo
hace entender que los dirigentes del PP y en general la clase política se han
creído sus propias conclusiones sobre la inapelable y definitiva derrota del
secesionismo. Es cada vez más frecuente que los políticos se crean las
consignas que lanzan para agradar, incluso cuando se trata de la evaluación de
los hechos ocurridos. La idea de que convencer que se ha ganado es ganar la
batalla lleva camino de convertirse en la idea de que he ganado si estoy
convencido de ello. Por otra parte la alusión De Rubalcaba de que estamos ante
una maniobra de despiste, para no tratar el conjunto de la reforma educativa,
es una respuesta refleja de quien sin pensarlo atribuye al adversario “virtudes”
que para uno son connaturales. Pero es imposible que la derecha sea tan torpe.
Es como si alguien para disimular su calva se cortara el cuero cabelludo. El
problema de fondo es que tanto unos como otros creen que el desafío
independentista es un juego floral. No se sabe en virtud de por qué razones
metafísicas la independencia del País Vasco y Cataluña es imposible, cuando la
parte activa de estas poblaciones, sino profesan un independentismo integral en
su mayoría, reniega sin ambages de su pertenencia a España. Lo malo de la vida
común viene cuando los encargados de gestionarla hacen lo mismo que la gente
dedicada a sus propios asuntos, cuando piensan en el común. Para no desbaratar
su propia vida, que ya tienen bastante con ella, necesitan creer que todo está
en orden, o al menos que es ordenable. Lo grave es que también para los
políticos vale eso de que es más fácil vivir creyendo que lo indeseable es
imposible.
Quien
debiera ser más consciente, nuestro presidente de gobierno, adolece de dificultades
sino congénitas sí muy arraigadas. Rajoy es en el fondo un opositor de primera
línea, pero opositor puro. Ve la política como una oposición en la que ha de
aprenderse el temario y exponer el tema que toque diestra e impecablemente.
Esto tiene sus pros y sus contras. No cabe achacarle falta de rigor o descuido,
de la misma forma que al no ver más que el tema bien diseñado se aísla más
fácilmente del fárrago cotidiano de la opinión pública. Para librarse de esta
incomodidad confía demasiado en su ambigüedad cachazuda, o al menos en la
imagen exagerada que sus admiradores proyectan. Pero ¿qué pasa si lo que se
avecina no está en el temario?. Hasta ahora Rajoy ha demostrado ser muy hábil
en salirse de los líos en los que se mete, algunos de forma irremediable, pero
le es casi imposible ver los líos en que se puede meter. En su libreto está que
sólo el tema económico es relevante y le cuesta percibir el problema
nacionalista como algo distinto. Ha sido prudente, de acuerdo con su
instinto cachazudo, en no echar leña al fuego cuando la hoguera estaba en su
cenit. Su confianza en que el tiempo todo lo arregla es proverbial. Ahora ha de
ver como retirar la pata pues es absurdo dejar que los nacionalistas y la
izquierda de todos los colores se una contra el agravio, en un momento que se
requería la política fina que propiciase su separación, o al menos
desconfianza. Más absurdo cuando es notorio que el Estado no puede hacer
cumplir la Constitución ni la Ley, como lo demuestran a donde han ido a parar
las sentencias de los altos tribunales sobre el tratamiento del español en la
enseñanza.
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