La aventura de
Casado es de interés por lo que tiene de paradigmático en la España
del Muro.
Casado ascendió a
la cúspide como alternativa al modelo marianista sorayista. Contra
el santo y seña de que la política es “negocio entre caballeros”
y que la democracia es un régimen “de gente que no quiere líos,
Casado decía que venía a regenerar y a dar batallas ideológicas.
En realidad no tenía más fuste que la ambición y un cierto
oportunismo ramplón. Vio su hueco entre el desbarajuste y la
vergüenza de los suyos con la suficiencia del bendito aclamado por
sus dotes retóricas.
La incapacidad de
pasar de la retórica a la dura tarea de desenmascarar la falacia
sanchista indicaba cuan profunda era la debilidad ideológica de la
derecha, incapaz de reponerse del golpe que le asestó Zapatero.
A diferencia de
Soraya, ejemplo del político funcionarial decimonónico de la
restauración, Casado era sobre todo un tipo de aparato. Hay que
decir que los aparachtik de izquierdas se preparan duchos en lo
callejero y la propaganda inmisericorde, pero los de derechas se
ocupan más bien de esperar y servir. Ajena a ruidos desagradables
Soraya fue encumbrada en este caso por la confianza de su eficaz
asepsia, sin salir por ello de la cápsula funcionarial. En gran parte
lo propio del modelo del político restauracionista hasta nuestros días.
Pero ambos
coincidían en el desconocimiento más elemental de la política, al
menos de la política española que perpetró Zapatero y Sanchez.
Desconocían que una vez que has sido declarado enemigo por tu
adversario, lo eres. Guste o no guste, lo entiendas o no lo entiendas, lo quieras entender o no.
Sin más bagaje y
energía estratégica, he aquí que inopinadamente Sanchez podía ser su modelo
Sanchez. No de política pero sí de político.Era algo real del que además se podían extraer suculentas
enseñanzas. Según creía Casado, Sanchez enseñaba lo más
elemental. Que el poder empieza por la toma del Partido. Pero
Sanchez procedía con una determinación inimaginable para Casado y
en general la derecha. Tiene algo entre ceja y ceja que da sentido a su afán omnipotente. El flamante secretario general carecía de
alternativa a la apuesta sanchista de desmontar la transición y
anular definitivamente a la derecha.
Lo peor era su
inconsciencia, que hacía creer que la ocupación del PP fuera alternativa
suficiente. A ejemplo de Sanchez su único propósito fue ocupar el
PP. En Sanchez la ocupación del PSOE estaba ligada a su proyecto de
reversión de la historia, dicho crudamente a ganar la guerra civil
para siempre. Así el PSOE se ha convertido así en un ariete
iliberal desprendido de afecto alguno por su nación.
En cierta manera la
ingenuidad de Casado era comprensible, participaba del feliz pasmo de
la derecha. Reacia por una parte a aceptar que el régimen
constitucional no fuera eterno e incombustible y por otra a
comprender que se hiciera de ella un chivo expiatorio no menos
intemporal.
Casado comulgó así
con el diagnóstico en parte tranquilizador y en parte insidioso
sobre Sanchez y creyó sacar de ello conclusiones. Este diagnóstico
decía que Sanchez no tenía más objetivo que conservar el poder.
Eso tranquiliza porque aun siendo un peligro es de presumir que no
puede pretender hacerlo poniendo en riesgo el régimen constitucional
y el Estado de derecho. Lo insidioso era la pretensión de que tal
propósito procedía de una mente psicopática, cuando en política
la sicología está al servicio de la política.
Pero este relato en
parte tranquilizador resultaba irrelevante para lo que parecía la
clave del poder. La apropiación del Partido. Decía que para Sanchez
esto era algo instrumental aunque decisivo. Sin conciencia del lío
en que estaba metida la derecha y España, para Casado esa
apropiación era un fin en sí mismo. Claro que con la esperanza de
que con un partido monolítico y exclusivo de la derecha (era el
tiempo de la irrupción de VOX) bastaría para llegar al poder cuando
tocara, como en los tiempos de la Restauración y según la
experiencia de Aznar y Mariano. Almenos Aznar se lo curró dicho
seade paso.
Pero si Sanchez y
Casado eran ambiciosos y hasta audaces la ventaja del primero no era
sólo su determinación estratégica sino una inmarchitable confianza
en sí mismo. Detalles sicológicos aparte esta confianza encarna el
convencido supremacismo de la izquierda y la seguridad de que en
términos absolutos la izquierda es infinitamente más fuerte en
España, con tal de que se la tenga movilizada o predispuesta.
Casado sin embargo
pronto manifestó un insuperable complejo de inferioridad. Hacía
falta mucha conciencia de lo que estaba en juego o mucho cinismo
marianil para no ser presa de ello. Al margen de las
peculiaridades psicológicas, Casado encarnaba esa vocación nirvánica que parece
imposible de sacudir.
La emergencia de la
personalidad de Isabel Diaz Ayuso extremó el proyecto de
apropiación del Partido, como una cuestión de vida o muerte. Tanto
más cuanto que Casado no tenía otra energía interior que la que le
proporcionaba su su miedo al descrédito y
a ser ninguneado por los suyos ante la estrella refulgente. Teodoro demostró entonces ser el más ambicioso de
la clase y sin complejo alguno. No tuvo reparos de oficiar de
diablejo, le venía al pelo. Ya pactaron Hitler y Stalin y fue mucho
peor. Un partido unido, sin fisuras y un sólo Gallo tras el
gallinejo bien valía la pena. Pero antes que ello ocurriera, los
sufrientes de ese partido sacaron un pundonor insólito. Eso no
estaba en el manual sanchista. Ahora éste quiere resucitar el
cadáver de ese discípulo que no sabía que había sido declarado
enemigo y se la jugó a hacer diabluras con el verdadero diablo.