Sería alarmante que el destino de España estuviera en manos de los
separatistas, según que decidieran lanzarse a su destrucción o a
estrangularla como hace la boa constrictor con sus presas. Pero sería
más alarmante que se tenga el peligro por una farsa a lo "Mago de Oz"en virtud de su
improcedencia e irracionalidad.
La estrella de las
elecciones catalanas, y soterradamente de las vascas, es el
referéndum de independencia. Más que la amnistía, porque se da
por amortizada, una vez que la presunta “mayoría social” se la
ha tragado cuando no la aplaude. Pero en una y otra cosa hay bastante
sinceridad, por mucho que cueste admitir que vaya en serio.
Sobre la propuesta
nacionalista del referéndum hay una extraña coincidencia entre el
Gobierno y buena parte, que me atrevería a considerar mayoritaria,
de la opinión derechista o constitucionalista en general (es decir
de políticos y comentaristas). Para ambos se trata en lo fundamental
de teatralidad electoralista. Una especie de comedia para ganar la
Generalidad y reiniciar el eterno retorno del pedir más y recibir no
menos. Pero mientras esta derecha, digamos que formalista, cree de
veras que todo va de teatro y a lo sumo de “ensoñación”
calculada, el Gobierno hace más bien teatro promoviendo que todo es
mero teatro electoralista, a sabiendas de que se la juega. Tal
diferencia de talante conlleva evidentes consecuencias pero hay que
detenerse primero en lo que puede mover a esta confianza de unos y
otros en el plano objetivo.
Creo que hay dos
razones que predisponen directamente a tomarlo todo por una comedia,
la comedia de jugar al “independentismo” sin buscar en serio la
independencia. La primera es la estupidez en sí de la independencia.
No por la falta de fuerzas y empeño para lograrlo, sino por lo
absurdo de arriesgar el “hinterland” fáctico en términos
económicos y sociales de Cataluña y el País Vasco que es el resto
de España. Incluso para estos la pertenencia foral a España es un
verdadero chollo, mientras que para Cataluña lo sería plenamente
sino delirasen entregándose a la independencia “¡ya!”. La
ceguera del nacionalista medio sobre esta evidencia es proverbial
pero necesaria porque sin ella carecería de verdadera motivación
moral. ¿Cómo se puede ser víctima de aquellos de los que te
beneficias en las condiciones más ventajosas, aunque haya también
un beneficio mutuo?
Coincidiendo con el
tiempo dorado del PSOE, los prebostes nacionalistas saborearon los
sabrosos frutos que depara la “honorabilidad” sin necesidad de
lealtad, incluida la inmisericorde colecta de “las nueces”. Ya
desatada la rebatiña contra el Estado, la superchería de “Espanya
ens roba”, fue suficiente para arrastrar a los remilgados en plena
zozobra de la crisis económica mundial. El hecho de que, con todos
los reparos que se quiera, se haya restablecido la sensación de la
prosperidad, invita a pensar que los separatistas de la pela y las
nueces no están para más aventuras.
La segunda razón es
la frustración con la que se saldó la proclamación de la
independencia. En este punto han incidido importantes comentaristas
constitucionalistas, en línea con su presunta “ensoñación”,
según estimación del Supremo. De aquel evento se ha extraído la
conclusión de que los nacionalistas catalanes, vanguardias y masas,
carecen de las necesarias “agallas” y la voluntad para ejercitar
y poner a prueba su fuerza. Incluso la santurrona aplicación del 155
parece haber sido suficiente para amansar a la fiera, sin necesidad
de proceder a una higiene más esmerada.
Respecto a la
primera razón hay demasiado de prejuicio liberal o si se prefiere
racionalista. Como escribió Orwell sobre el desprecio que expresó
Wells a las posibilidades de victoria de Hitler en 1941 y en general
a las posibilidades de la política totalitaria en el mundo
moderno:
“Kipling
había comprendido el atractivo de Hitler, y en este sentido, también
el de Stalin, cualquiera que hubiera sido su postura al respecto.
Wells es demasiado cuerdo para entender el mundo moderno”.
Los
nacionalismos subversivos son fuerzas no ya emotivas sino en esencia
irracionales, lo que paradójicamente, como ocurre con los proyectos
totalitarios de todo tipo, su irracionalidad no está
privada
de lógica. Mas bien despliegan
una lógica de acero ventajosa porque
su falta de escrúpulos y controles morales deja
pasmados a los creyentes en la elemental moralidad de los servidores
públicos o aspirantes a ello.
Pero
más allá de esta apreciación general es una evidencia que el auge
del nacionalismo catalán y vasco se ha sazonado
con
el
autoengaño de que
su aventajada
prosperidad
es merecida y se
ha conseguido
a
pesar del “opresivo corsé” de
España.
Pues
al fin y al cabo tal autoengaño apadrina
al objeto del culto supersticioso independentista: la
incompatibilidad
cultural e identitaria y porque no racial respecto al
resto de España. (Obvio
este asunto capital que merecería mayor detenimiento pero que
desviaría del asunto.)
Respecto
a lo segundo no descubro nada si todo nacionalista que se precie cree
en su fuero interno que se “ha perdido una batalla pero no la
guerra”. ¿Pero
ya
no tienen
ganas de volver a la guerra? Sería
paradójico que estuvieran definitivamente escarmentados una vez que
el Estado se ha desarmado jurídica y moralmente.
Pero
sobre todo cuando
su
mirlo blanco Sanchez se aplica a
expoliar
todos los fondos morales
y legales de
la nación. Tanto
que cabe preguntarse: ¿Su evidente empatía por los intereses
nacionalistas es sólo táctica para seguir en el poder o tiene algo
de comunión doctrinal? Es
sabida su hipocresía y mendacidad pero no es menos evidente que su
destinatario es España y la Constitución.
En
política “se hace camino al andar”, pero la
cuesta abajo te
empuja
a correr.
Masas educadas en “la belleza
y a
justicia”
de la independencia podrán seguir
su
vida tan
panchos cualquiera
que sea el status quo, pero
nunca desprenderse del resquemor y la frustración que les hace vivir
como
“perdedores”, permanentemente
en guardia y
con ganas de saldar cuentas cuando llegue la oportunidad.
En
su fuero interno venderse
por la pela sería como vender el alma al diablo, pero
no menos sienten que con alma o sin ella, con rebelión o a paso de
tortuga, nada tienen que perder.
Ni
el sanchismo ni el formalismo de derechas se lo toman en serio. Los
primeros achacan este irredentismo victimista a la existencia de la
derecha y
a las taras congénitas de España que la derecha perpetua,
los segundos a desvaríos de quienes no tienen más remedio que
sentar su cabeza y dedicarse a prosperar con
“las cosas que importan”.
¿Piensan
los
líderes separatistas
que
ha llegado la hora?No se puede saber exactamente pero hay algunas
evidencias incontestables. La primera es la complicidad a toda prueba
de la masa nacionalista, por lo que nada impediría movilizarla
incluso
hasta la unilateralidad si hiciera falta. La
segunda es la incertidumbre sobre la fortaleza de Sanchez para
sostenerse
con
la revitalización del procés. La tercera es hasta donde estaría
dispuesto a aguantar Sanchez y las masas “progresistas”,
lo
que en el caso de Sanchez depende de su capacidad para conservar la
complicidad de estas.
A
corto plazo los separatistas pretenden consolidar su posición
privilegiada de permanente
chantaje,
en
tanto desembrollan la mejor forma de alcanzar la independencia, el
asalto o transición permanente. El sanchismo pretende un compromiso
duradero que por su naturaleza no puede tener límite y estaría en
la línea de esa transición permanente pero con toda la sordina que
sea posible. Ante
la evidencia de que las concesiones no pueden ser infinitas sin tener
que dar el salto definitivo y ante lo no menos evidente que los
nacionalistas nunca admitirían un acuerdo definitivo que no fuera la
independencia, el sanchismo tiene que conformarse con “ganar
tiempo” (¿para qué?): confiar
en el cansancio separatista o en que tarde o temprano la sociedad
española se vacíe de contenido y
le sea indiferente la desaparición de España.
¿Tiene
tiempo entonces?
El que concede que no
sólo es
un “gran
amigo”, sino
el único posible
y que, desaparecido, los separatistas tendrían que vérselas con
verdaderos enemigos. Situación que sería inaudita.
Si
los separatistas pretenden en serio la independencia la ecuación no
es fácil de resolver. La alternativa de la transición infinita
depende de la perpetuidad del bloque sanchista en el poder, porque no
es fácil que
esta legislatura permita la preparación necesaria para dar en ella
el salto definitivo. Precipitar
por contra el asalto decisivo
podría
provocar la defenestración de Sanchez, por
muchas que sean las agallas de este.
Sea
como fuera y por mucho que se quiera obviar lo único cierto es que
estamos en
el interregno.